A Londres sin razón (aparente)

Le he pedido a mi amigo Javier Arriero Retamar, escritor, que me dejara publicar el correo en el que me contaba su reciente viaje a la capital de La Pérfida Albión, porque su punto de vista, pese a ser muy distinto al mío (o precisamente por ello) me resultó muy refrescante. Evidentemente ir por primera vez a un sitio y de turismo no se parece en nada a vivir en un sitio durante dos años, un sitio al que ya habías ido de vacaciones varias veces.

En todo caso, es un texto magnífico (aunque comete el crimen de llamar tetera a la kettle, dónde vamos a ir a parar). El blog está abierto a colaboraciones (no retribuidas, eso sí:-( , así­ que si tienes algún texto con una experiencia que encaje con la filosofía perpleja del blog (no hace falta que sea inglesa, basta con que sea “extraña”), puedes escribirme a elsinora_london@yahoo.co.uk

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A sugerencia de Elsinora procedo a contar mi viaje a Londres.

Parte I

Caléndula (nombre ficticio para preservar el anonimato de mi esposa) me dijo:

– Quiero ir de viaje.
– Dónde, le dije.
– A Londres.
– Pues venga.

(Aviso para viajeros: no hace falta ninguna razón especial para ir a Londres, pero si quieres buscarlas, es posible encontrarlas).

Así­ que Caléndula se dedicó a buscar vuelo y hotel por Internet, y como Caléndula estaba en paro y pelí­n obsesionada con este hecho, exclamando desmayadamente frases como “jamás encontraré trabajo”, se dedicó a ello en cuerpo y alma. Tan en cuerpo y alma se dedicó que cuando llegaba a casa la encontraba con los ojos rojos y desorbitados de mirar la pantalla del ordenador, enarbolando un plano de Londres repleto de anotaciones y post it pegados y manejando en su mente abstrusos cálculos probabilísticos que medían distancia del metro al British Museum, del British Museum al aeropuerto, el precio de los desayunos, el tamaño de las camas, el número de estrellas del hotel y los miles de comentarios de todos y cada uno de sus usuarios.

Que, temiendo por su salud mental, le decía yo, coge cualquier hotel, y me decí­a consternada, eso es fácil decirlo.

Total, que tras varios meses en este plan consiguió un hotel de lujo por un precio de escándalo, y le dije, contrata ya, que como sigas otros seis meses buscando eres capaz de que nos paguen por alojarnos en el Meliá, pero a cambio te tendrán que internar en un psiquiátrico.

Así­ que nos plantamos en Londres. Hay dos formas de llegar al centro desde el aeropuerto, o bien un tren rápido que te deja en quince minutos y cuesta 16 libras, o el metro, que se tarda una hora, pero eso sí, contemplas a tramos la periferia, ya que las afueras las recorre por superficie. Eso te permite descubrir:

  1. que la vegetación es tan verde como la de las pelí­culas
  2. que hay bloques de pisos como en Madrid, y ésta es tu única oportunidad de verlos
  3. que los usuarios de metro tienen la misma cara de lunes en todas partes

Nos apoderamos de la habitación de hotel y la cama parecí­a pequeña, pero eso era debido al tamaño de la habitación, que según mis cálculos era como toda nuestra casa, y cuando Caléndula se tumbaba en la cama corrí­a riesgo de no volver a encontrarla.

Como nos habían jurado y perjurado que en Londres era imposible comer, y de su gastronomí­a sólo recordaba la existencia de té y sándwiches de pepinillo llevábamos en la maleta como cuarto y mitad de matanza de cerdo, como si viniéramos del pueblo, amén de magdalenas. Como los desayunos costaban diez libras y consistían básicamente en grasa con guarnición de judí­as, que son buenas para los gases, habí­amos decidido hábilmente emplear las teteras que ponen en todos los hoteles anglosajones para prepararnos cafés con leche acompañados de bollos por la cara.

En fin, primer tópico derribado. En Londres no sólo es posible comer, dado que venden sándwiches bien rellenos casi en cualquier parte, sino que incluso es posible comer bien. Hay un montón de restaurantes de comida semirrápida, pizzerí­as, indios, japoneses, y a un precio comparable al de Madrid. Los embutidos nos los trajimos de vuelta sin desempaquetar, no os digo más, y eso que llevábamos hasta jamón.

Así que dejamos la maleta en la habitación y corrimos al British Museum, donde constatamos que los ingleses habían atesorado doscientos años de expolios arqueológicos y contení­a por tanto la mayor parte del arte histórico del mundo, y que está constituido por lo siguiente, en un resumen sucinto, y que así nombrados parecen títulos de best seller protagonizados por Indiana Jones:

las puertas de la ciudad de Nimrud, los relieves del palacio de Salmanasar III (nunca confundir con Salmanasar II, que es otro) un busto de Germánico, mi héroe de la infancia, otro de Pericles, que no es mi héroe, los tesoros de la tumba real de Ur, un enterramiento de Jericó, las metopas del Partenón, la tumba de Mausolo, una cantidad indefinida y absurda de momias egipcias, y como dijo Caléndula, esto es sólo lo que enseñan, que a saber lo que tienen en el sótano, momento en que mi cabeza empezó a dar vueltas, y mezcla del largo viaje en avión, la impresión de la cama del hotel y tal acumulación de restos históricos que para í­ los quisiera, me vi forzado a tomar asiento para no desmayarme asaltado por el sí­ndrome de Stendhal.

(Aviso a viajeros: la entrada al British es gratis. Hay urnas por todas partes donde puedes echar billetes a voluntad. Yo no eché ni uno, justificándome en el hecho de que cuanto ví­a eran tesoros expoliados de sus lugares de origen por la rapiña de la Pérfida Albión, y quien roba a un ladrón… pero acosado por la mala conciencia de parecerme a ellos, y lanzado contra mi voluntad a una especie de debate interno de proporciones filosóficas, finalmente decidí­ deshacerme de la posible mala conciencia y del debate interno volcando unos peniques de forma y manera que sonaran mucho).

A las seis de la tarde nos echaron del British porque cerraban, momento en que constatamos varios hechos:

1 que tendríamos que volver antes de irnos para poder verlo todo, porque era como llenarse la boca de caviar a puñados y no nos daban ni las tragaderas,
2 que a según que edades estos recorridos turí­sticos son mortales de necesidad,
3 que Caléndula se habí­a vuelto a tumbar en la cama del hotel y la tuve que localizar a voces,
4 que la habitación del hotel estaba llena de espejos que me reflejaban en pelota picada camino de la ducha.

Debo decir que algo tienen los espejos de los hoteles de lujo que te reflejan más alto, más guapo y mejor dotado de lo que te refleja la propia realidad, que también es un espejo. Es como los espejos de las ferias, pero es una deformación inversa, porque en vez de hacerte grotescamente gordo te rellena de virtudes y músculos.

¡Así que estoy más bueno de lo que creía!, pensé gozosamente, momento en que salté alegremente sobre la cama, satisfecho de mi virilidad, y me di un golpe en el pómulo con lo que resultó ser la rodilla de Caléndula, que era tan difí­cil como que un paracaidista aterrice sobre un platillo de café, pero así­ sucedió, aunque ni siquiera este hecho pudo detener mi gozo, y seguí descojonándome de alegría mientras decía ay, ay, ay.

Tras cenar en un indio nos arrastramos penosamente hasta el dormitorio porque al dí­a siguiente í­bamos a:

La torre de Londres.
(Aviso a viajeros: es posible comprar las entradas a través de Internet, lo que te ahorra mucho tiempo, sobre todo si logras encontrar la taquilla en la que imprimen las entradas compradas a través de Internet).

La torre de Londres nos ocupó casi todo el dí­a, y porque teníamos prisa. Qué podrí­a deciros de la Torre de Londres. Parece ser que dentro han descabezado a algunos ingleses de renombre. Tienen una cosa que se llama Puerta de los traidores, que es como una puerta acuática, por la que introducían en barca a los ingleses de renombre todaví­a con cabeza. Salir no salían nunca, porque los enterraban dentro de la capilla que construyeron para ello. Porque matar sí­, pero siempre desde la piedad de dar luego anglicana sepultura.

En cuanto al concepto de traición, es el mismo en todas partes: hay dos que quieren ser rey pero sólo hay sitio para uno, así que el más maquiavélico llega a rey, lo que convierte de inmediato al otro postulante en traidor. Pero vamos, los roles son intercambiables, que para eso son roles.

Hay otra que se llama La torre sangrienta, que es precisamente donde menos gente ha muerto. Se llama así porque desaparecieron tres niños allá por 1600 y todaví­a los están buscando. Empiezan a olerse que quizá no los van a encontrar vivos.

De hecho, se teme que los mató o bien uno o bien otro postulante a la corona del momento, ya que estorbaban en su camino al trono. Se puede votar quién de los dos ordenó su muerte, y me pareció una forma muy democrática y concluyente de resolver crí­menes, la verdad.

Y hay cuervos, las joyas de la corona, la cama reconstruida de un rey del 1200, juegos interactivos para niños, pero donde acaban jugando los mayores, y en realidad hay más de lo que puedo recordar, porque tras el impacto del British el mundo entero (a excepción de mi bella esposa) se me hacía como distante, insuficiente y pálido, incluida la Torre de Londres.

Pues tras esta larga visita recorrimos la ciudad, caminando siempre junto al rí­o (hay recorridos en barco, pero no tuvimos el gusto), hasta que llegamos al edificio del Parlamento y el Big Ben (que no Big Bang, como le decí­a yo a Caléndula, que se descojonaba viva).

El Big Ben es como esos relojes situados encima de una torre que hay en todas las plazas de los pueblos, pero más alto y con más dorados. Por alguna misteriosa razón, resulta hermoso. Si uno lo piensa, el reloj es una invención capital en nuestro modo de vida, ya que con él se inventaron los cuartos de hora y los minutos. Si siguiéramos midiendo el tiempo por la altura del sol jamás llegarí­amos tarde (llegarías o no llegarías, sencillamente, sin más) y a mí­ me hubiera dado tiempo de ver Londres en condiciones, porque iba a contrarreloj.

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Degustación inglesa el dí­a de San Jorge

Tiene narices la cosa, como dice una amiga. La mejor stout  inglesa que he probado me la han servido en Madrid. No soy muy cervecera y en todo caso me va más la lager, de manera que en Londres, después de probar un poco allí y allá, lo que solía pedir en los pubs era una half pint of Stella (la mitad de las veces me la traían entera en lugar de half, pero en fin). Alguna stout probé: esas cervezas densas, oscuras y con sabor a posos de café revenidos que uno pensaría deben tener propiedades medicinales porque si no “de qué” iba a tomarse uno/a semejante brebaje por voluntad propia. (Más info sobre la historia y las variedades de cerveza stout, en inglés, aquí).

La cosa es que el jueves pasado, día de San Jorge patrón de La Pérfida, en el madrileño Bristol Bar comenzaron nuestra cena temática con una Samuel Smith, the Famous Taddy Porter de Yorkshire, una stout que resultó estar a la temperatura justa y tener el sabor con el punto justo de amargura y densidad (con personalidad y cuerpo pero sin llegar a amargar, me pareció; opiniones de degustadores probablemente más entendidos, en inglés aquí , además de la foto de la botella) maridados con unos Mini Fish Pie, Port & Stilton Toasts & Mini Cornish Pasties, que la carta que nos dieron traducía como “tartaletas de pescado, tostas melba cubiertas de queso stilton & pera al oporto y miniempanadas de ‘Cornwall'” (es decir, de Cornualles). El camarero nos contó la historia de las Cornish pasties, que yo ya conocía en parte y que consiste en que esas empanadas se idearon para que los mineros con manos sucias por la faena pudieran comer sin perder mucho tiempo y que una parte del borde era más grueso y tenía huecos para los dedos (parte que luego se tiraba por estar sucia) y que la característica de elaboración es que el relleno no se cocina previamente como ocurre con las empanadas españolas.

Así que la parte sólida de los “aperitifs” fue correcta pero no memorable (y además casi todo llevaba apio, aunque no supiera a apio), pero la cerveza que se elabora de forma tradicional sobre una especie de bañeras de piedra -según nos explicó el camarero/lecturer- en la zona del condado de York y que sólo se comercializa embotellada ya que no hay producción suficiente para barriles, realmente tenía su punto.

Después llegó la hora del “starter” o primer plato que no fue otro que “Kedgeree Smokies with Poached Quail Eggs”, es decir, “trucha ahumada con huevo de codorniz escalfado sobre arroz”. El arroz, por cierto, era Basmati (esa variedad tan británica) y estaba ligeramente sazonado con canela. Un plato correcto, siempre que uno se asegurara de incluir un trozo de trucha ahumada porque el atractivo del plato era el contraste entre lo salado y lo dulce. El maridaje esta vez fue con un vino blanco, un Denbies Surrey Gold 2006 producido en Surrey con uva Muller/Bacchus/Ortega, que resultaba rico y que según la camarera/lecturer que nos habló esta vez (una rubia, natural de Bristol; nótese cómo cambia el significado de esta frase si la coma se pone detrás de “natural”) es el blanco más consumido en Inglaterra (cosa que me extraña, pero en fin).

A estas alturas ya nos tocaba atacar el “main” o segundo plato, que consistió en una ”Roast Breast of Partridge & Harvey’s Bristol Cream”, es decir, Pechuga de perdiz asada con salsa de Harvey’s Bristol Sherry, según la carta bilingüe. La base de la pechuga era mash potato y una salsa oscura que sabía al típico gravy cubría la carne. El maridaje esta vez era con un tinto muy peculiar, criado en South Devon. Se llamaba Beenleigh Red y la uva empleada es una mezcla de Carbernet Sauvignon y Merlot. El suelo y el clima suelo y el clima también tenían algunas características especiales (similares a los de Burdeos: veranos templados y suelos arcillosos ricos en calcio) que le daban un sabor peculiar y bastante poso al vino, servido en la típica botella de boca y base anchas. Lo curioso era que el vino olía mucho a tierra y que su sabor iba variando según se oxidaba. A mí, que soy de blanco, me resultaba demasiado acre/astringente, pero reconozco que tenía un sabor peculiar. (Investigando para rematar el post y cubrir mis muchas lagunas en materia de vino he descubierto que el Beenleigh fue declarado Tinto inglés del año durante cinco años consecutivos y que quien produce los vinos es el Sharpham Trust, que comprende entre otras cosas el Sharpham college, una comunidad budista que acoge a doce discípulos. Más información aquí, en inglés; impresionante la capacidad de los británicos para concebir y emprender proyectos de todo tipo).

El dessert consistió en un Sixteen Century Trifle, que es un postre tradicional inglés a base de bizcocho borracho, trozos de fruta y cream. En este caso llevaba gajos de mandarina. El maridaje fue con un espumoso producido en Kent por la mayor bodega inglesa y de nombre Chapel Downb Brut NV, elaborado con una mezcla de uvas Rivaner/Reichensteiner/Pinot Noir (para saber más pincha aquí y aquí. Al parecer las características del lugar son semejantes a las de la región de Champaña. Sea como fuere, el sparkling wine en cuestión tenía un sabor sutil y ligero, un color bonito, y una interminable capacidad para formar largos hilos de burbujas que resultaba hipnótico contemplar (o bien sería el efecto de las bebidas alcohólicas anteriores :-).
Y esto fue todo, amigos. Al parecer, en cuestión de vinos, los ingleses han decidido imitar el afán de imitación de japoneses y chinos en otras ramas del comercio e ir tratando de replicar las condiciones de los blancos alemanes, los tintos y los espumosos franceses.

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Para los amantes de la cerveza y de las anécdotas cabe contar que la Samuel Smith es la fábrica de cerveza más antigua de Yorkshire, más concretamente de Tadcaster, de ahí el adjetivo taddy delante de porter; a su vez, porter  es la denominación de un tipo de cerveza londinense que hace siglos era muy popular entre los empleados de los puertos y los ferrocarriles es decir entre porters mozos de estación, mozos de cuerda, porteros. Al parecer este tipo de cerveza pasó de moda y ahora está siendo relanzada por fabricantes norteamericanos. Las fábricas Samuel Smith y la más conocida John Smith parten del mismo tronco y sus dueños eran primos. La historia de cómo se crearon ambas es un verdadero culebrón que se puede leer aquí.

En todo caso, la empresa John Smith la ha comprado Heineken mientras que la Sam Smith sigue siendo independiente.

Feliz 23 de abril

Hoy 23 de abril se celebran un montón de cosas (en español aquí ) en diversos sitios de la aldea global, aplicando un mayor o menor rigor histórico. Lo más conocido es la festividad de San Jorge/San Jordi/St. Georges y el nacimiento y muerte de William Shakespeare y el bautismo y muerte de Miguel de Cervantes.

Hay controversia en el caso de los escritores, por varias razones, entre ellas que en aquella época en la Pérfida se seguía usando el calendario juliano que tiene un desfase de diez días respecto al gregoriano, de forma que parece que el inglés murió diez días después de que lo hiciera El Manco de Lepanto o El Inca Garcilaso. Pero también se celebran efemérides menos conocidas como la primera representación de la obra de El Bardo titulada “Las alegres comadres de Windsor” ante Isabel I, que lanzo desde aquí como un guiño para una amiga que no sé si me lee últimamente, el cambio de fórmula de la Cocacola por la New Coke (de la que luego se dio marcha atrás por el rechazo general), así que me gustaría desearos feliz día del libro, de San Jordi, de William Shakespeare, de “San” Cervantes o lo que se prefiera.

Por aquí (Casa Elsie, por abreviar) tenemos pocas rosas (en tres dimensiones, en versión foto unas cuantas, procedentes en su mayoría de “mi” antiguo jardín londinense en Villa Elsinora) y muchos, pero muchos libros, en idiomas diversos y además hoy hacen un descuento del 10% en las librerías de Madrid -cosa que constituye una amenaza real de que mis muchos libros se incrementen hasta convertirse en demasiados (no puedor, no puedor)- y también hay una serie de actos literarios por todo El Foro (Noche de los libros ). Y bueno, respecto al tema Cocacola, aquí tenemos alguna botella de 2 litros de la clásica y ninguna lata de la Light, porque las carga el diablo y en cuanto te descuidas se te cae sobre el teclado del portátil y a punto estás de quedarte sin ordenador.

Como es el día de la fiesta nacional inglesa (por aquello de que San Jorge es el patrón de La Pérfida, aquí en inglés, y aquí en español), esta noche, unos amigos y yo nos vamos a sumar a la cena inglesa que organiza el Bristol Bar Wines & Spirits (calle Almirante 20), un sitio que no me termina de gustar porque lo veo muy posh (en esa calle no es de extrañar), pero en fin qué le vamos a hacer, cómo iba a resistirme al reclamo de “degusta la gastronomía típicamente inglesa y riégala con los caldos más ‘pérfidos'” cuando tras dos años viviendo entre británicos el único caldo típico inglés que se me ocurre es o bien el gravy de la carne o bien los tintos chilenos. Si descubro que semejantes cosas existen, ya os informaré.

Spam y disfraces nacionales

Tranquilos, mi silencio de estos días no obedece a que haya sido abducida por la secta de los Amigos de los Abrazos, ni por un bucle en el Ahora, ni tampoco por los practicantes de Falun Gong. Lo más parecido a una abducción es lo que experimento al abrir la carpeta de Spam del blog: por alguna razón los dos últimos post se han revelado brutalmente atractivos para las “arañas” de la Red y cada vez que trato de poner orden, la avalancha de centenares de comentarios basura en diversos idiomas me bloquean tanto el sitio como el navegador completo, de manera que tengo que cerrarlo entero y volver a entrar. Si no fuera tan racional pensarí­a que el hiperespacio me quiere mandar alguna señal tipo “deja de postear”, pero…

Fish and chips
El famoso plato inglés de pescado con patatas fritas; Luke Lawreszuk – Pixabay

Ahora que es época de carnavales hay muchos que andan pensando en disfrazarse y dándole vueltas a un posible disfraz. A mí­ se me ha ocurrido imaginarme cómo serí­a un disfraz de inglesa: bastaría con ponerse un escote hasta el ombligo, el pelo alisado en plan brunette de rompe y rasga (la que sea morena; las rubias y castañas claras según el canon deberí­an optar por las mechas), ponerte ocho kilos de maquillaje, taconazos, joyas grandes y minifalda. Luego habrí­a que llevar adosada una pinta de cerveza y una bolsa de chips sabor salt & vinegar, o varios Kit Kat y unos vasitos pequeños de una bebida de color azulado y olor alcohólico (los combinados con alcohol en UK te los sirven con el alcohol dosificado, de ahí­ el vaso pequeño).

Por otra parte, desde mi punto de vista, el disfraz de española presenta más dificultades porque me resulta más difícil vernos a nosotras mismas como un cliché y en realidad casi todo lo que se me ocurre son rasgos por contraste con los británicos.

¿Cómo crees tú que serí­a el disfraz de española? ¿y el de español?

Con birrete y a lo loco (final)

La ceremonia duré bastante, porque primero salí­an los undergraduates, es decir los que habí­an aprobado un Bachelor in Arts, y estos eran ciento y la madre. Se ve que la edad y la mayor frecuencia de las clases habí­an creado un ví­nculo más estrecho entre estos alumnos: sus compañeros aplaudí­an a rabiar, jaleaban e incluso unos cuantos alumnos saludaron desde el estrado a la concurrencia, como un polí­tico en campaña.

Yo, siguiendo el espí­ritu de los juegos de Pekí­n decidí­ que aplaudirí­a a todo el mundo aunque no los conociera y que me dejarí­a llevar por su alegrí­a. Eso sí­, tení­a cierto temor a que el público llegara a la fase de los Master bastante cansada y no nos aplaudiera. Como mi facultad es muy multiculti (ha habido alumnos de 204 nacionalidades, ahí­ es nada) resultaba muy curioso fijarse en los nombres de los graduados. Los habí­a anglosajones, chinos, indios, latinoamericanos, griegos, italianos, árabes, rusos. De hecho, al inscribirte te decí­an que si por razones culturales no podí­as estrechar la mano del Chair lo advirtieras de antemano.

birrete de graduación

Mis problemas por razones culturales no tení­an que ver con estrechar manos, sino con mi nombre. Para evitar problemas habí­a dado mi nombre oficial a la hora de registrarme, pensando que era más seguro así­. De manera que como tantas españolas de repente me vi con un Marí­a delante de mi nombre. Lo que ya no es tan frecuente es tener un segundo apellido kilométrico. Así­ que esperaba con cierta expectación el momento en que el speaker tuviera que leer mi nombre interminable y entre tanto, además de colocarme cada rato la beca y aplaudir, andaba comparando la extensión de los apellidos más largos (de latinoamericanos con nombres de pila compuestos y largos y que usaban los dos apellidos) para ver si alguno superaba el mí­o en longitud.

No fue así­, así­ que cuando después de los tropecientos graduados de todos los BA posibles y tras las menciones honorí­ficas (muy espectaculares, les sacaban una especie de reclinatorio para que se arrodillaran y el Chair del Council pudiera ponerles la distinción, como si les nombrara caballeros) nos llegó el turno a los máster y después al nuestro concretamente, yo era la primera por orden alfabético (Bonasera) y protagonicé un momento gracioso al ver que el speaker se atragantaba con la penúltima palabra de la retahíla: Marí­a Elsinora Bonasera de todos los Santos. Imagino que en el DVD del acto quedará cutre esa parte, y además, de haber sabido que podí­a dar el nombre no oficial, lo hubiera dado pero por otra parte me parece estupendo que haya que respetar la diferencia también aunque uno sea occidental y también creo que a mi madre le gustará que se oiga su apellido, aunque sea pronunciado a trompicones y con acento de doña Croqueta.

Quizá porque iba pensando en estas cosas de doña Croqueta (cuya forma de hablar me inspiré en parte el tí­tulo Mi no entender), o porque iba rumiando la charla que habí­a dado nuestro Warden (equivalente al decano o al gerente de mi college) la cosa es que mientras atravesaba el estrado hacia el lugar donde tení­a que estrecharle la mano al Chair del distrito (podéis verle en este link) se me dibujé una gran sonrisa en los labios, que mantuve mientras el citado Chair me estrechaba la mano con energí­a y me decí­a: Congratulations, well done! Aquí­ me tienta hacer un chiste malo con la expresión “well done”, que también se aplica a los filetes muy hechos; pero después de criticar a mi hermano por sus chistes malos no serí­a justo que yo hiciera lo mismo sólo porque tengo un blog y los lectores no suelen protestar; y además probablemente la broma se volverí­a contra mí­: de la ternera bien hecha se pasarí­a fácilmente a la carne añeja; los juegos de palabras los carga el diablo).

La cosa es que me pareció que el tipo tení­a toda la razón, que sacar adelante un Master de literatura comparada en un idioma que no es el tuyo -que ni siquiera es tu primera lengua extranjera- y haberlo hecho en parte mientras trabajaba tení­a mucho mérito. Gallifante para Elsinora, hombre por Dios.

Para volver a tu asiento habí­a que seguir un camino determinado que no representaba demasiado problema salvo en la parte en la que tení­as que atravesar una fila entera por entre las sillas vací­as de los que estaban cerca del estrado. El espacio era pequeño, yo llevaba tacones y una ropa bastante aparatosa candidata a engancharse con cualquier cosa, pero finalmente basté con poner los pies en diagonal, sujetar las faldas de la toga y sacar mi espí­ritu Pilates para esquivar las patas de las sillas y así­ llegar sana y salva a mi sitio.

Después de eso: resoplido de alivio y satisfacción al llegar al asiento, mirada a mi compañera de fatigas, sí­, sí­, la de los emoticones y las onomatopeyas y después cansancio considerable, el tí­pico que se hace dueño de uno en cuanto te baja la adrenalina.

Mi hermano estaba contemplando la ceremonia desde otro lugar, desde el que no veí­a mi sitio. Según me contarí­a después, tras ver desfilar decenas y decenas de alumnos y no verme pensé que se habí­a despistado y no me habí­a visto cuando me nombraron. Tuvo entonces un momento de pánico imaginando mi enfado al enterarme. Por supuesto, a mí­ me faltaba un rato para aparecer en escena y además cómo podrí­a habérsele pasado por alto la entrada triunfal de una tal Magí¼í­a Elsinoura Bounasera de Toudous lous (parada para coger aire y para acordarse de la madre del multiculturalismo) San-tous. Un ser elegante, grácil, que irradiaba una luz y una inteligencia proporcionales a la longitud de sus seis nombres, jur jur jur.

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