Duda inquietante

…o quizá incluso alarmante.
He estado curioseando en la red sobre la prueba de intolerancias alimentarias que me han hecho y cuyos resultados aún no tengo y he descubierto con horror que en la lista de noventa y tantos alimentos que recoge (según esta web) no figura el chorizo… ¡acabáramos! Ni por supuesto el lomo ibérico, ni el jamón, ni el salchichón. ¿A quién se le ocurre? Saber que es una prueba diseñada en Estados Unidos lo explica en parte, pero en fin, la validez del test para España y para otros paí­ses con nuestra tradición gastronómica deja mucho que desear…

Conspiraciones y microchips

Esta mañana he ido al ambulatorio para ver si me podí­an sacar esta emisora de radio albanesa que tengo incrustada en el oí­do izquierdo desde el miércoles pasado. La emisora ésta emite por libre y en un idioma que no entiendo, y por si fuera poco, por la noche transmite misas de gallo o así­, porque oigo como campanadas, muchas campanadas, como si siempre fueran las 12 de la noche; a lo mejor la emisora es de Transilvania, o algo.

Así­ que aquí­ estoy, sentada sobre un asiento morado, en medio de la sala de espera empapelada de carteles sobre la gripe A, recordando una novela policiaca que he leí­do durante el finde y que habla de misterios y cosas ocultas en comunidades pequeñas. En un contexto tal de lecturas policiacas, espera larga entre extraños de aire reconcentrado y al mismo tiempo ausente y poca luz, ha sido casi inevitable mirar con cierta curiosidad a los otros pacientes que esperan junto a mí­ y decirme a mí­ misma que un ambulatorio de barrio, si uno lo analiza con detenimiento, es un lugar en el que coincide un buen puñado de gente sospechosa.

Será que cualquiera sacado de su hábitat normal, y mezclado con cuarto y mitad de preocupación y enfermedad deja aflorar rápidamente su lado más siniestro (o simplemente ve cosas siniestras donde sólo hay tedio y ganas de salir corriendo), pero la cosa es que la densidad de personas extrañas por metro cuadrado me ha parecido bastante alta. Aunque debo decir, peligrosas peligrosas habí­a pocas; la mayor parte encajaban más bien en la categorí­a de “irritantes”, como una pareja de sesentones que no cesaban de discutir sobre sus saludes respectivas.
Mientras buscaba inspiración para iniciar la trama inspirada en mis compañeros de sala de espera se ha levantado una pareja, él con pantalones cortos y chancletas (aunque en Madrid hoy hací­a fresquito) y ella con mascarilla verde y mirada fúnebre-extraviada. El descubrimiento repentino del par de dos me ha sumido en la convicción de mi escaso talento detectivesco, porque no habí­a reparado en los más sospechosos de la concurrencia (al menos desde un punto de vista realista), especialmente en esta época de psicosis con la gripe A. Se ve que la emisora que tengo metida en el oí­do izquierdo no sólo hace que oiga peor y hable más alto, sino que también interfiere con la sinapsis de mis neuronas. También es posible que me haga pensar en albano-kosovar y que con la traducción llegue tarde a todo.
Sea como fuere, la pareja ha actuado como los sospechosos más sospechosos. Diversas personas en bata los han estado mandado cortés pero frí­amente de una consulta a otra, los han hecho bajar a recepción y al final mi médica les ha terminado recibiendo, pero en otra consulta, no sin antes decirme: “Elsinora, ahora estoy contigo”. Lo ha dicho, ha cerrado su consulta con llave y se ha metido con la pareja sospechosa en otra consulta (¿una con micrófonos? ¿o bien una a prueba de virus de rápida expansión?).
La señora de la mascarilla, además, a veces reaparecí­a sin mascarilla y con una leve cojera.
A todo esto los minutos iban pasando y me empezaba a doler la espalda de estar tanto tiempo sentada. Las sillas de plástico no son el colmo de la comodidad, por una parte, y por otra las esperas de los médicos me ponen nerviosa, así­ que me he puesto de pie y he buscado un rinconcito donde no estorbara para caminar un poco. He hecho algunas respiraciones profundas y luego, como no habí­a mucho espacio para caminar, he pensado que era una buena oportunidad para practicar una técnica de meditación sobre la que acabo de leer que consiste en dar doce pasos lo más despacio posible, siendo consciente de cada movimiento y luego dar la vuelta y retroceder del mismo modo.

Y bueno, en fin, he realizado mi experimento sólo un par de veces, porque la concurrencia parecí­a cada vez más interesada en esa estrambótica tipa que era la única que estaba de pie y se entretení­a en dar pasitos como Chiquito de la Calzada versión zen. Como aún no soy capaz de meditar entre “gentiles”, que encima son sospechosos, he tenido que parar, porque aquello, como decí­a el bizcochito de Ally MacBeal, me turbaba.

Al poco ha llegado mi turno (supongo que para alivio de mis compañeros de sala de espera; o quizá para su aburrimiento) y mi médica ha abierto la llave de su consulta para mí­ y nos hemos metido. Le he contado mi problema, sin referirme a la radio albanesa ni a las campanadas nocturnas sino con vocabulario más empí­rico, comprensible para una médica de familia y que no despertara sospechas sobre mi salud mental ni atrajera el interés de los posibles escuchadores de micros en ambulatorios de barrio y mi doctora ha cogido un instrumento para hurgar en mis orejas con aire de saber lo que se hací­a.

La derecha le ha parecido bien (cosa normal, viviendo en Chamberí­) y ha descrito a la inquilina esférica como una bola normal de cerumen pero al observar la izquierda ha dicho que habí­a una bola de tamaño muy considerable que no dejaba ver el tí­mpano. Al oí­rlo (por el lado derecho, claro), no sé por qué me he imaginado una bola grande de chocolate blanco incrustada en medio de un valle, como si fuera una especie de meteorito blando que fuera atrayendo las pequeñas masas cercanas hacia él (léase las gotas de lí­quidos para deshacer tapones que he estado echándome estos dí­as). La cosa es que las pendientes del valle son la parte interna de mi oí­do medio y las aproximaciones de la bola al tejido resultan bastante molestas en cuanto uno se sale de la metáfora.

Así­ que la doctora, ajena al drama desencadenado en mi oí­do medio y con aire de lo más normal me ha dado un volante para pedir cita para una extracción y me ha indicado que debo aplicarme unas gotas cada ocho horas para ir ablandando la esfera famosa. “Te darán cita para dentro de dos o tres dí­as”, me ha dicho, pero al consultar el volante, el tipo de la ventanilla me ha dado fecha para el dí­a siguiente.

¿A qué vienen esas prisas si todo es tan normal? Yo creo que la doctora ha apuntado algo sobre la emisora y las campanadas y que en realidad la cita es para desactivar el microchip extraño que me ha metido por error alguna persona del ambulatorio que me viene siguiendo desde hace dí­as, pero que no consigo identificar. A lo mejor son los viejos esos que discutí­an -una buena tapadera esa de ir de matrimonio cansino y discutidor, ¿no te parece? Es la tí­pica escena que uno intenta olvidar- Y bueno como todo empezó en la piscina, quizá deberí­a buscar allí­. Además recuerdo que una compañera de clase, que andará por los setenta tacos precisamente y que habí­a faltado a clase los dí­as anteriores, me comentó que ese dí­a encontraba el agua muy turbia y me preguntó si no estaba de acuerdo. Seguramente era una señal, pero como yo aún no estaba metida de lleno en las novelas policiacas y demás no lo pillé y me limité a contestar que más o menos como siempre.

[Esto, como los lectores más fieles y avispados habrán descubierto es una “redifusión”; el tema de las conspiraciones y los problemas de oí­do vuelven a estar de actualidad en mi macromundo y mi micromundo, así­ que me ha parecido pertinente rescatar este artí­culo y echarnos otra vez unas risas]

Mensaje inquietante

Allí estaba ese mensaje inquietante dirigido a mí­, en medio de muchos otros más normales:

“You are in the right weight range for your height. You should just wait for breast development becasue some women don’t start to until the turn 18. But if you want to lose weight i would try doing crunches etc because that would reduce fat in concentrated areas compared to diest where you lose fat all over.”

Lo he reproducido tal cual, con erratas. Ahora traduzco:

(Querida Elsinora) Estás en el rango de peso correcto para tu altura. Deberías limitarte a esperar a que se desarrollen tus pechos porque algunas mujeres no empiezan [a desarrollarlos] hasta que cumplen los dieciocho. Pero si quieres perder peso (¿no habí­amos quedado en que estaba en el rango correcto?) yo intentarí­a empezar a hacer fondos y demás porque eso reducirí­a la grasa en determinadas áreas, en lugar de la pérdida de grasa general que se consigue con las dietas.

Dada mi edad y condición no sé cómo encajar estas revelaciones respecto a mi anatomía. Mi no entender at all. ¿Alguna sugerencia o propuesta de interpretación?

Francia, oh là  là 

Siempre me han encantado la cultura y el idioma franceses, cosa que no me impide ver sus contradicciones y defectos. Supongo que más allá de que me resulte atractivo el tono y la pronunciación influye el hecho de que lo aprendí siendo muy pequeña y que su cadencia se ha quedado grabada en una zona de mi cerebro muy vinculada a las emociones.

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