(Sobre cómo Elsinora se entregó al periodismo de investigación en la capital de La Pérfida)
La cosa es que después de la cena, tomamos unos small capuccinos en vaso de papel en la estación de tren Charing Cross y hablamos sobre mis expectativas respecto a mi regreso a Madrid. Yo miraba de frente imaginando cómo sería volver, pero lo que tenía a la vista era el panel de las salidas de trenes y en una línea muy destacada el tren de las 22:17 de Caterham que tantas veces había tomado para volver a la entonces mi casa y que esta noche cogería sólo mi amiga. Yo por mi parte iba a coger el metro hasta la casa de V. en Putney. Me despedí de esta compañera taiwanesa, que además se había empeñado en invitarme a la cena, y me metí en el metro.
Al llegar a mi destino recibí un SMS (allí lo llaman text message) muy cariñoso de esta amiga que me apresuré a contestar en términos semejantes y en el camino desde la estación a casa decidí que debía aprovechar que tenía la cámara conmigo para retratar las cosas que me llamaban la atención de Putney, en las que siempre me fijaba en mis paseos pero nunca tenía oportunidad de retratar. Una de esas cosas era una lavandería. Las laundrettes de Inglaterra son bastante curiosas para un español, así que decidí que haría una foto de una de ellas que me pillaba de camino. No era una especialmente interesante ni bonita, pero sí bastante típica. Saqué la cámara de la funda, puse el botón en On, enfoqué y disparé. Como era noche cerrada y no tenía trípode, el flashazo sobre el escaparate de cristal era inevitable. Pensé que además del flashazo, esa toma frontal no era la ideal para captar la simetría de los bombos de las lavadoras en decrecendo así que cambié un poco la posición con idea de repetir la operación. De repente se escuchó una voz airada desde algún lugar.
-No hagas fotos, decía alguien desde arriba.
Alcé la cabeza para ver a un afrocaribeño en camiseta interior de tirantes y trencitas mirándome con cara de odio desde la ventana del piso superior.
-No hagas fotos -repitió en tono más alto y más enfadado- Vete de ahí.
Por algún motivo, tras el estupor inicial, me salió el prurito profesional, no en vano he sido reportera gráfica. O quizá tenía el día asertivo.
-Estoy haciendo fotos en la calle. Esto es un espacio público. Tengo todo el derecho del mundo a sacar una foto del escaparate de una tienda iluminada.
-Yo sólo te digo que no hagas fotos. A los dueños no les va a gustar.
-No veo por qué. Esto es un espacio público y bla bla, bla.
Le podía haber dicho que estaba retratando la vida moderna como en la exposición de la Hayward, que las lavanderías son un símbolo de la cultura inglesa, pero algo en su atuendo y en su cara de perro me hizo pensar que no era la mejor estrategia, por más que fuera la verdad.
El tío insistió en un tono cada vez más enfadado. Decidí que esa segunda foto de la lavandería cutre tampoco merecía tanto la pena y me marché. Llevaba, eso sí, una foto de esa lavandería presumiblemente clandestina en la memoria de mi cámara digital. La analicé de vuelta a casa, buscando eso que había que ocultar a toda costa. A mí me pareció simplemente una lavandería de la especie Cutre Vulgaris.