Londres: retrato de la vida moderna (II)

(Sobre cómo Elsinora se entregó al periodismo de investigación en la capital de La Pérfida)

La cosa es que después de la cena, tomamos unos small capuccinos en vaso de papel en la estación de tren Charing Cross y hablamos sobre mis expectativas respecto a mi regreso a Madrid. Yo miraba de frente imaginando cómo sería volver, pero lo que tenía a la vista era el panel de las salidas de trenes y en una lí­nea muy destacada el tren de las 22:17 de Caterham que tantas veces había tomado para volver a la entonces mi casa y que esta noche cogería sólo mi amiga. Yo por mi parte iba a coger el metro hasta la casa de V. en Putney. Me despedí­ de esta compañera taiwanesa, que además se había empeñado en invitarme a la cena, y me metí­ en el metro.

Estación de trenes

Al llegar a mi destino recibí­ un SMS (allí­ lo llaman text message) muy cariñoso de esta amiga que me apresuré a contestar en términos semejantes y en el camino desde la estación a casa decidí­ que debía aprovechar que tenía la cámara conmigo para retratar las cosas que me llamaban la atención de Putney, en las que siempre me fijaba en mis paseos pero nunca tenía oportunidad de retratar. Una de esas cosas era una lavandería. Las laundrettes de Inglaterra son bastante curiosas para un español, así­ que decidí­ que haría una foto de una de ellas que me pillaba de camino. No era una especialmente interesante ni bonita, pero sí­ bastante tí­pica. Saqué la cámara de la funda, puse el botón en On, enfoqué y disparé. Como era noche cerrada y no tenía trí­pode, el flashazo sobre el escaparate de cristal era inevitable. Pensé que además del flashazo, esa toma frontal no era la ideal para captar la simetría de los bombos de las lavadoras en decrecendo así­ que cambié un poco la posición con idea de repetir la operación. De repente se escuchó una voz airada desde algún lugar.

-No hagas fotos, decía alguien desde arriba.

Alcé la cabeza para ver a un afrocaribeño en camiseta interior de tirantes y trencitas mirándome con cara de odio desde la ventana del piso superior.

-No hagas fotos -repitió en tono más alto y más enfadado- Vete de ahí­.

Por algún motivo, tras el estupor inicial, me salió el prurito profesional, no en vano he sido reportera gráfica. O quizá tenía el día asertivo.

-Estoy haciendo fotos en la calle. Esto es un espacio público. Tengo todo el derecho del mundo a sacar una foto del escaparate de una tienda iluminada.

-Yo sólo te digo que no hagas fotos. A los dueños no les va a gustar.

-No veo por qué. Esto es un espacio público y bla bla, bla.

Le podía haber dicho que estaba retratando la vida moderna como en la exposición de la Hayward, que las lavanderías son un sí­mbolo de la cultura inglesa, pero algo en su atuendo y en su cara de perro me hizo pensar que no era la mejor estrategia, por más que fuera la verdad.

lavanderia

El tí­o insistió en un tono cada vez más enfadado. Decidí­ que esa segunda foto de la lavandería cutre tampoco merecía tanto la pena y me marché. Llevaba, eso sí­, una foto de esa lavandería presumiblemente clandestina en la memoria de mi cámara digital. La analicé de vuelta a casa, buscando eso que había que ocultar a toda costa. A mí me pareció simplemente una lavandería de la especie Cutre Vulgaris.

Londres: El retrato de la vida moderna

Habí­a pasado el día por Central London, cámara al hombro a pesar de la contractura, viendo esto y aquello. Lo penúltimo fue una visita a la Hayward Gallery donde exponían una colectiva bajo el lema “El retrato de la vida moderna” (The Painting of Modern Life: 1960s to Now, traduzco “retrato” en lugar de “pintura” porque el objetivo de esta iniciativa es retratar como lo hacía Toulouse Lautrec y no pintar en sentido amplio) con gente como Andy Warhol, Gerhard Richter, David Hockney, Pistoletto, Peter Doig o Richard Hamilton.

El marco para la exposición parte del libro de Charles Baudelaire “El pintor de la vida moderna” (1863) en el que el crítico y poeta francés exhortaba a los pintores de la época a abandonar la pintura académica para dedicarse a retratar lo cambiante, contingente, es decir capturar el carácter incipiente de la vida moderna.

Algo menos de cien años después, un puñado de artistas artistas de diversos países decidieron romper con el arte abstracto, que para entonces se habí­a convertido en una nueva forma de pintura académica, para crear lienzos que retrataran el paisaje social de los tiempos por medio de la traducción y, en cierto sentido, la reinvención de la imaginerí­a fotográfica. Desde 1963 para acá esta forma de acercarse a la fotografí­a se ha convertido en una de las más influyentes en la historia de la pintura contemporánea según el director de la Hayward (la explicación anterior, por cierto, es también traducción del catálogo de la exposición).

La muestra tení­a cuadros realmente interesantes, unos cinco o seis de unos cuarenta, pero sobre todo me gustó mucho verla porque lo que ahí­ se discutía era algo que me apelaba también a mí­ como escritora: la llamada a representar el presente.

Tras la exposición de la Hayward me pasé por la National Gallery y estuve navegando por la red de recursos didácticos multimedia de la galerí­a, tranquilamente aposentada, dado que apenas tení­a unos minutos libres y dado que el día anterior habí­a estado allí. La plataforma te permite búsquedas por pintores, por épocas, por títulos, de una manera muy intuitiva, seleccionando opciones en la pantalla táctil. Saqué algunas ideas para aplicarlas en un momento y descubrí una errata, cosa que me devolvió a la mente mi deformación profesional carapantallil.

Al rato me encontré con una amiga de Taiwán con la que había quedado para ir a cenar. Terminamos en un restaurante chino muy chino de Leicester Square, el preferido de mi amiga, en el que comimos muy bien pero en el que si nos descuidamos además de colocarnos la servilleta casi nos dan de comer con el tenedor (bueno, con los palillos).

La comida era muy buena, el servicio muy servicial pero la sensación de que uno se habí­a vuelto un abuelito no te la quitaba nadie, con esa maní­a de apresurase a llenarte la taza de té y abrirte la servilleta y demás. Se ve que los buenos restaurantes chinos tienen esa tendencia a la “senilización” del cliente. Mi amiga se comunicaba con los camareros en chino (ignoro si cantonés o no; creo que se lo pregunté, pero no me acuerdo de la respuesta) y la mayor parte de los clientes eran chinos.

Post vegetal

Un post vegetal y cortito hoy para desengrasar tras los “excesos” de carne (meaty es la expresión que utilizan los ingleses para los textos con “chicha”) de los anteriores.

Aquí sigue la justicia climática: veinticinco grados tenemos en las horas de más calor. Los suburbios de Londres están estupendos (barbacoas, césped, vida familiar y placeres sencillos). Lo sé porque aunque sigo en modo carapantalla esa vida está al otro lado de mi ventana. A la hora de comer he salido con mi bandejita para sentarme al sol. He comido feria de restos, como dice mi padre: una pechuga de pavo al horno guisada con cilantro, lemon grass, limón y ajo picadito con arroz Basmati integral, mezclada con unos ravioli cuatro quesos, zanahoria rallada, rúcula y espinaca cruda troceada. Como la mezcla ésta de su padre y de su madre, improvisada para la ocasión, resultaba pelín insípida, le he añadido salsa de soja. El conjunto no ha ganado mucho en sabor pero algo en color para ponerse a juego con el día de playa que teníamos. No aconsejo esta cosa, que se deja comer y es equilibrada pero no sabe a nada en especial. Eso sí la verdura era fresca y recién preparada, con lo cual acaba siendo saludable. Y la zanahoria me ayudará a pasar del blanco leche al blanco vainilla con estos breves baños de sol que me doy, o eso espero.

Ayer salí por la noche por el centro, así que sé que hay vida más allá de mi jardín y de los suburbios del South East London. Londres es una ciudad apabullante salvo que estés inmunizado por exposición continua. Yo llevaba tiempo sin ir a Central London y ha sido llegar a Charing Cross y notar cómo mis anticuerpos se movilizaban para repeler la agresión que supone estar en un hormiguero de personas, ruidos y estímulos. Mi hormiguero interno pugnaba por imponerse al externo en medio del inmenso hall de la estación poblado por gente con prisa de todas las razas, pantallas y la megafonía anunciando trenes que alguien está a punto de perder. Una vez en Trafalgar Square no puedes dar un paso sin toparte con hordas de turistas franceses e italianos y algunos españoles. La zona del río sin embargo es estupenda y espectacular a cualquier hora. Al rato de pasear por el centro tus sentidos se acostumbran a la hiperestimulación y te relajas, además de que tu instinto de conservación te haya hecho poner rumbo a zonas más tranquilas.

Al regresar por la noche, la justicia climática ajustó el termostato al modo noche: hacía el frío suficiente para que a eso de la medianoche recogerse fuera la opción más apetecible, pero no un frío excesivo. Va a ser verdad que un@ se acaba aficionando al “crispy weather” (el fresquito como algo estimulante), por más frioler@ que se sea.

Victoria del equipo Che en los cuartos de la Champions

Olvida lo que hayas leído o escuchado sobre el partido del Valencia de ayer. Ayer en la ciudad del Turia ganó el equipo Che. Lo decía bien clarito la pantalla de televisión del pub donde fui a ver el partido. Val 1 Che 2.
No soy nada futbolera pero tenía curiosidad respecto a este partido. Mi padre es valenciano y en mi casa de Madrid somos más o menos seguidores del Valencia (más o menos porque el fútbol no nos pone), salvo mi madre que simpatiza con el Madrid. La cosa es que desde que vivo en La Pérfida los partidos en los que participan equipos españoles tienen un interés añadido, aunque apenas distingo la Champions de la UEFA o de dos huevos duros, y por supuesto no sé qué es un fuera de juego, a pesar de que una vez estuve a punto de entenderlo leyendo un símil que usaba mujeres que compran bolsos o algo así. El baloncesto me interesa bastante, sin embargo.

La cosa es que llevo unos días siguiendo las noticias de fútbol inglés por aquello de los disturbios en Roma y en Sevilla, por ver cómo enfocan los medios de aquí los desmanes de sus hinchas, de manera que cuando me enteré de que había un partido importante entre el Valencia y el londinense Chelsea pensé que podía ser interesante verlo, para ver a los locales en acción. La cosa es que Patrick, mi flatmate productor de televisión, es seguidor del Chelsea y yo más o menos del Valencia (no sé cómo se llama la mitad de los jugadores, por ejemplo), de forma que nos presentamos en el pub de la esquina para ver el partido, cada uno con nuestras expectativas y nuestras cervezas, unas proporcionales a las otras: yo con mi modesta media pinta y Patrick con su enorme y espumosa pinta.
Los que viérais el partido ya sabéis lo que pasó y quienes no lo vistéis ni leistéis el resultado seguramente no tenéis interés en lo que ocurrió. Por mi parte, me pasé el partido tomando notas, sonriendo discretamente con las buenas jugadas y el gol del Valencia y musitando improperios con las ocasiones de gol y los dos goles de mis paisanos de adopción.
Las conclusiones a las que llegué son las siguientes: la mayor parte de lo que se oye en un partido de estos es completamente internacional: los “fucking” vienen y van como sus equivalentes españoles, y normalmente van acompañados de risas como en España. Acción y reacción: frase con fucking en cualquiera de sus variantes, pasan dos segundos y llegan las risotadas. También aquí como en España todo el mundo habla con todo el mundo, aunque si uno se fija, como en nuestro país, en realidad pocos escuchan. Son conversaciones encorsetadas, fáticas. Del tipo de cuando te preguntan “¿Cómo estás?” y sólo puedes contestar “bien, gracias y tú?”. El grito de gol suena exactamente igual y también es costumbre gritarlo como si fuera un conjuro que fuera a conseguir un gol por sí mismo (tan poco eficaz como en España, me temo). Corner suena muy parecido también (salvo los españoles que se ponen creativos y dicen “córnel” y cosas parecidas). Descubrí que mi frío y calculador Patrick es de los que gritan a la pantalla “you are on your own!” (¡que estás solo!), y de los que al final del partido abrazan emocionados al primero que pillan, que en este caso era un total desconocido que había a su lado. Cuando algo no le gusta dice “rubbish” en lugar de “fuck” o “bloody”, no en vano es hijo de escritor. Cuando el portero del Chelsea con su gorrito para un gol Patrick aplaude suavemente, con un gesto de señorita remilgada que me irrita, no se si por el fondo o por la forma o por ambos.
La cuestión es que hemos montado nuestro propio ballet bien coordinado. Cuando ellos se tapan los ojos yo sonrío y cuando ellos aplauden o gritan yo suspiro. Como estoy en minoría y no me fío mucho de la flema inglesa en temas de fútbol, voy de incógnito, lo que significa que no exteriorizo mucho mis reacciones por lo que pueda pasar. Esto le quita al partido la mayor parte de su interés, especialmente para alguien que como yo, no sabe mucho de fútbol y valora por tanto sobre todo la parte emotiva o el cotilleo. Aquí también existe la figura del purista que grita “eso no es fútbol” cada dos por tres. El público del pub es mayoritariamente masculino. Además de mí las únicas mujeres que hay son las camareras y una chica que está sentada en la barra dando cháchara a una de ellas y que probablemente sea su novia.
Vivo en el sur de Londres, pero parece que aquí el Chelsea tiene su publiquito. La diferencia fundamental que encuentro con una situación parecida en España es que aquí en el bar de la esquina hay un tipo con trenzas rastafari coreando a los del equipo local, además de algún pakistaní.
El momento más divertido de toda la velada tuvo como protagonista a un perro y a un seguidor del Chelsea. El perro se ve que tenía interés en ver el partido y ahí estaba, ladrando con cada gol, tanto los del Manchester (que le metió 7 a La Roma: os podéis imaginar el escándalo del perro) como con los del Valencia o el Chelsea. La cosa es que el empate entre el Valencia y el Chelsea duró un montón y los tiros a puerta de los de Mourinho se topaban con el poste o con Cañizares. Tras una parada del portero valencianista el perro ladró por algo o empezó a moverse con nerviosismo y uno de los lugareños le dice “Think positive, man”, “Sé positivo, hombre”. Me hizo muchísima gracia.

En el último minuto, ante mi estupor, uno del Chelsea con apellido centroeuropeo metió el gol del desempate y el pub se vino abajo, o mejor se puso en pie, abrazos, aplausos, Patrick confraternizando con un Chico Raro que estaba a su lado y yo disimulando el mal rollito. Eso sí, como buen caballero inglés, Patrick me dice que lo siente y le explica al Chico Raro que yo voy con el Valencia. “I´m sorry” dicen ambos.
Lo que ellos no saben es que el Equipo Che ha ganado. Lo dice la pantalla: Val 1 Che 2. Pero a mí no me hace ninguna ilusión, porque lo bueno del fútbol es poder exteriorizar las emociones y aquí estoy en minoría. En fin, Pilarín. Otra vez ganaremos de verdad y lo podré celebrar. Amunt lo que sea!

Londres se mueve y te mira

Trabajo con palabras, palabras, palabras, sentada en una mesa, en un interior, así que hoy mi pequeña venganza o compensación será hacer huelga de palabras en el blog (esto son los servicios mínimos) y recrearme en algunas escenas del Londres exterior. Porque creo recordar que existe un Londres con calles y edificios en tres dimensiones y gente que sube y baja y camina y no sólo pantallas planas y correos lineales y códigos de documentos iguales a sí­ mismos.

(Si no estuviera de huelga de palabras diría que la primera foto es del Big Ben y el resto del London Eye…)

(Acabo de descubrir que si mueves despacio la rueda del ratón a la altura de la primera noria, parece que estuviera girando. ¡Qué divertido! ¡haz la prueba si tienes ratón con rueda! Funciona en los dos sentidos pero tienes que usar como navegador Mozilla Firefox y mover la rueda despacio).