Antes muerta que chinchilla

Sus caras se asoman sobre el capó abierto mientras encienden una herramienta que hace un ruido infernal. Lo malo es que lo que está debajo del capó en realidad es mi boca y los “mecánicos” son mi dentista y su ayudante. Uno pensaría que un momento tan intenso en el que un simple despiste te puede llevar a poner la fresadora sobre la lengua o el diente equivocado es una situación que requiere toda su atención

Uno pensaría que un momento tan intenso en el que un simple despiste te puede llevar a poner la fresadora sobre la lengua o el diente equivocado es una situación que requiere toda su atención, pero no: las de la bata blanca consideran que el rato en que trastean en mi boca es una ocasión estupenda para hablar de la ropa de invierno del armario, de las sillas de su comedor que necesitan un buen encolado o de dos entidades llamadas Ferdinand y Francesca que se alimentan de cosas extrañas. No se trata de un comentario casual, de pasada. Es una verdadera cruzada contra el silencio y la concentración que como todo el mundo sabe son lo peor para cualquier tarea de precisión.

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[Foto de R Gerber a través de Pixabay]

Lo que inunda mis oídos es el horror vacui del arte musulmán en versión dentista: una especie de maratón nonstop de chascarrillos trufado de “abre grande la boca Elsinora”, “gírate hacia mí” y combinado con la petición de cosas oscuras de la doctora a su ayudante, instrumentos perforadores, o que sirven para limar…

De vez en cuando, entre su retahíla de sus planes de fin de semana, la disquisición de a quién le toca comprar el agua mineral esta vez, o a qué hora abre el supermercado y los comentarios admirativos de la doctora sobre la habilidad de la ayudante para hacerse trenzas de raíz a sí misma, toman conciencia de que soy un ser vivo y no un coche en reparación y me preguntan si me duele algo… como si con todo lo que me han metido en la boca-capó pudiera contestarles… Me siento como una especie de Frankestein con herramientas metálicas saliendo de la boca y una clara incapacidad para articular ningún idioma inteligible más allá de los gruñidos.

En algún momento mi malestar ante el incesante parloteo se debe haber traslucido, así que deciden que me deben un poco de contexto y me explican que Ferdinand y Francesca son chinchillas. Acabáramos.

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La Chinchilla Ferdinand observando su pellet

Eso explica sus extrañas aficiones gastronómicas que incluyen pellets y otras “delicias” y también su raro comportamiento pero no me tranquiliza demasiado: yo lo que quiero es terminar cuanto antes y saber que cuento con toda la atención de la doctora durante el rato en que opera en mi boca…(Me está viniendo a la mente el recuerdo de ese personaje de “Amanece que no es poco” diciendo “Cojito para toda la vida”… La asociación mental no anuncia nada bueno).

En otro momento se explayan sobre lo monas que son las chinchillas, lo ricas que son y la pena que les va a dar desprenderse de ellas… Yo por mi parte me digo que “antes muerta que chinchilla” y me río para mí sin movilizar mi motor-boca no vaya a ser que encima me riñan.

Está claro que para que te hagan caso en esta sala del dentista tienes que ser una chinchilla, una prenda de verano o una silla que necesita ser encolada. Lo de “antes muerta que chinchilla” lo tengo claro porque aunque no me considero una belleza estoy segura de que en formato chinchilla perdería mucho y además, no estoy por la labor de comer pellets. Tampoco me llama mucho convertirme en una camiseta o un vestido de verano y sinceramente ser una silla desencolada tampoco encaja en mi futuro ideal. Como mucho estaría dispuesta a aprender a hacerme trenzas de raíz con la esperanza de que eso despierte el interés de mi doctora… Pero eso atraería su interés hacia mi pelo y no hacia mi boca… En fin, que dios nos pille con la dentadura sana…