Animales de piscina III

Hablábamos hace unos dí­as sobre una de las especies fáciles de encontrar en el ecosistema de una piscina o un gimnasio, los domingueros (aquí y aquí). Continuamos hoy la serie de zoología humana hablando de otra especie muy frecuente en centros deportivos, los apocalípticos. Los ejemplares de esta categoría se caracterizan porque todo les parece mal: las instalaciones, los profesores, el precio. Todo menos ellos mismos, claro.

Esta especie abunda mucho en otros ecosistemas, por ejemplo, en el de la oficina. Seguro que unas cuantas veces te has hecho el loco/la loca al coincidir con un ejemplar de la especie apocalí­ptica en la máquina del café o en el ascensor para evitar que su malrrollismo te salpicara de buena mañana.

Dentro de esa unidad taxonómica existen dos subespecies: los panapocalí­pticos o generalistas (también conocidos como los “think big” de la queja) y los especializados. A los panapocalí­pticos se les reconoce rápido porque siempre “envidan a la grande”: todo lo critican, no dejan tí­tere con cabeza. Los especializados centran sus quejas en dos o tres aspectos y permanecen fieles a ellos, erre que erre, con un zumbido que te recuerda al de tu disco duro al hacer la copia de seguridad (y seguramente algo de eso hay: necesitan quejarse reiteradamente para dejar un rastro de sí­ mismos y no olvidarse de quiénes son).

Soy de la opinión de que los apocalípticos especializados son tan irritantes como los generalistas o incluso más, por aquello de la falta de variedad, pero la bibliografí­a consultada no es concluyente en este punto.

La cuestión es que comparto piscina con una apocalíptica generalista “de libro” y con una conformista sin motivos para serlo, pero de ella hablaremos más adelante.

Otro de los rasgos más destacados de los apocalípticos es su urgencia por darse a conocer como tales. Son el exhibicionista del parque. Es ver público (víctimas) y acelerárseles el pulso y disponerse a soltar por esa boquita. Así que mi compañera Apoca(lí­ptica) se dio a conocer rápidamente. La secuencia consistió en saludar, llamar inútil a nuestra monitora y poner por los suelos el Pilates y el gimnasio pijí­simo donde ella lo había “practicado”, todo de una vez y sin respirar. Le pongo comillas a “practicado” Pilates porque la tipa se dormía: “entre la musiquita que poní­an y las horas que eran, imposible no dormirse y encima que éramos sólo dos en clase…”.

Andaba yo imaginando cómo serí­a dormirte en una clase de dos personas por la que encima pagas un pastón y en la que pueden enseñarte un montón de cosas interesantes sobre tu cuerpo (o incluso recordando mis clases de español en Londres e imaginando cómo serí­a tener dos alumnos y que se te durmiera uno), mientras ella iba añadiendo colorido a la escena y mejorando el resultado “estábamos sólo una vieja y yo; una vieja más estirada… ni me hablaba la tía. Imagino que era porque tení­a las tetas operadas –Mi no entender, pienso mientras oigo semejante declaración y me pregunto ¿las de tetas operadas pierden capacidad comunicativa?, ¿o lo que baja es el interés por sus congéneres femeninos?; luego, recupero el hilo de Apoca- No me cabe duda de que eran operadas porque aquello no se moví­a nada, y en aquel gimnasio tan pijo todo el mundo era muy estirado y nadie quería interactuar con una, era como si te despreciaran. Así­ que Pilates es un coñazo y los monitores de natación de aquí son unos vagos redomados, como te vení­a diciendo…”.

En este punto dudé de si debí­a clasificar a este espécimen en la categoría apocalíptica generalista porque en su invectiva contra el Pilates habí­a obviado el tema dinero. ¡Cada hora de siesta de Pilates en ese sitio pijo le habí­a costado el equivalente a dos meses de natación! Esto lo sabía yo porque habí­a ido a preguntar a ese lugar, que me pareció de lo más agradable y lleno de una gente de lo más atenta y respetuosa, pero de precio intratable. Sin embargo, el tiempo me daría una muestra de la versatilidad de Apoca en su faceta crí­tica, porque ella despreciará profundamente a los profes, pero no falta casi nunca y renueva religiosamente todos los meses su matrí­cula.

Como decí­a, los apocalí­pticos de amplio espectro (como la amoxicilina), arrasan con la mayor parte de lo que encuentran a su paso- son más entretenidos que los especialistas, al menos si tu interés y tu paciencia son de amplio espectro también, como es mi caso cuando no estoy cansada ni tengo prisa, sabiendo como sé que el género humano visto desde cerca no puede sino dejarle a un@ perplej@.

Desde aquella bonita revelación no solicitada sobre la maldad intrínseca de todos los monitores de mi polideportivo y de la indiscutible naturaleza somnífera de Pilates, Apoca decidió amenizar mis momentos “vestirme y peinarme” (en la ducha, con el ruido la cosa se diluía) con perlas sobre lo divino y lo humano, cuanto más erróneas mejor. Diréis que…

Continuará

© 2015-2005; Elsinora Bonasera.

Puede usar este artículo para actividades sin ánimo de lucro, siempre que cite la procedencia y se incluya link al lugar de origen.