Animales de piscina II

(Esta entrega es la segunda parte de este artículo).

Sea como fuere, tras mayor o menor número de obstáculos, más o menos desagradables, el dominguero localizará los lockers y meterá en ellos la percha con la ropa y la mochila. Al ir a cerrar la puerta, se dará cuenta de que para usar la llave necesita una moneda de 10 p. (10 céntimos de libra) para esta taquilla pequeña (20 p. si fuera la grande, pero esto el dominguero no lo sabe aún) así que torpemente y algo molest@ por perder tanto tiempo cogerá la mochila y buscará el monedero, para descubrir con horror que no tiene ninguna moneda del valor que indica la pegatina.

Pongamos que tiene la suerte de que haya una persona en las inmediaciones que le pueda dar cambio o que este dominguero sea más avispado que la media y se dé cuenta de que hay taquillas de otro precio. Supongámoslo más que nada para que este pobre sujeto no tenga que volver a deshacer sus pasos hasta la taquilla, en bañador, a través de oscuros y fríos pasillos victorianos y para que ya que su dolor de espalda tenga una mínima oportunidad de mejorar.

La cosa es que por mediación divina o del narrador -que en este ámbito vienen siendo intercambiables- nuestro personaje devuelve ropa y mochila a la taquilla y mete la moneda y gira la llave (al revés de cómo se harí­a en España, por cierto) y oye cómo la moneda cae, justo antes de acordarse de que no ha cogido ni el gorro ni la toalla, ni el resto de cosas. Los domingueros son así, se les escapa lo más elemental.

Así­ que tiene que volver a girar la llave en sentido inverso, descubrir que la moneda ha desaparecido y que necesitará otra, abrir la mochila, coger la toalla, el gorro, los tapones de oído y algo que se parezca a una moneda de 10 o 20 p. (se acuerda ahora absurdamente de que en Mortadelo y Filemón siempre habí­a algún personaje que pagaba con un botón en lugar de una moneda; a los domingueros les gustan las digresiones, va con su carácter).

Supongamos que es capaz de hacer esto con éxito y en un tiempo inferior a la hora de cierre del recinto. Lo siguiente será coger la llave del locker, con forma de pulsera, y colocarse los artefactos en sus sitios correspondientes, porque hasta el dominguero más tirado sabe que no es bueno ponerse los tapones de los oídos en los ojos, la llave en un oí­do y las gafas colgando del otro.

Los tapones tienden a ser difí­ciles de poner y tiene algo de prisa, así que se los mete un poco a la remanguillé (ignorando que de este modo, o bien le entrará agua, o perderá un tapón a la primera de cambio) y tampoco se esmera en que el gorro le cubra completamente el pelo ya que de todas formas allí­ el únic@ pringad@ con gorro será él o ella. La pulsera resulta un poco ancha para su muñeca, pero cree que la pérdida de hidrodinamismo subsiguiente se la puede permitir ahora que todaví­a no es un profesional.

Por fin está dispuesto para zambullirse en la piscina. Se ducha y elige una calle que está más tranquila que el resto. Ha visto un cartel que indica por dónde hay que nadar (ida por la derecha, vuelta por la izquierda) y se ha tirado al agua. El contacto con el agua y la ingravidez son agradables, pero como dominguer@ de pro le falta soltura y estos primeros momentos son de una evidente torpeza. Nada chapoteando un poco por el lado preceptivo y cuando empieza a disfrutar del agua surge una cabeza de alguna parte que trata de decirle algo. El dominguero no oye casi nada a causa de los tapones y con las gafas semiempañadas tampoco se puede decir que sea capaz de leerle los labios a esta británica británicamente enfadada.

Termina deduciendo que él (el ser dominguero) no debí­a estar allí, porque esta “lane” (calle) es para la clase de natación que va a empezar ahora y no para domingueros como él/ella (la británica no le ha llamado dominguer@, entre otras cosas porque no ha leido este post y no sabe que se halla frente a un dominguer@ de pura cepa, pero estaba implí­cito en el tono con el que ha dicho “you”).

Así­ que se disculpa mucho, sin demasiada convicción, es decir, al estilo inglés, y por algún procedimiento que afortunadamente no incluye tragar agua ni ir dando patadas a sus semejantes pero tampoco -no nos engañemos- bucear como una sirena, abandona la calle errónea y se dirige al otro extremo, a la zona de nado libre, señalada por la británica de enfado británico y no indicada por ningún cartel, en este país de carteles.

Aprovecha el cambio de escenario para echar un vistazo a la piscina y sus habitantes y comprueba que de los presentes sólo otra persona y el ser dominguero llevan gorro. Localiza también un reloj de pared enorme que le hace darse cuenta de lo tarde que es. Sólo le quedan cinco minutos para nadar. Se zambulle para empezar un largo pensando con optimismo que la próxima vez tardará mucho menos y que vendrá cargadit@ de monedas de 10 p. No sabe que el futuro inmediato viene cargado de personas que obstaculizan la calle y de secadores de pelo que funcionan sólo con monedas de 5p.

© 2015-2005; Elsinora Bonasera.
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2 respuestas a «Animales de piscina II»

  1. Pues menos mal que no me dió por empezar mi carrera de natación en la Pérfida, que con las piscinas locales ya tuve bastante.
    Y es que ahora soy un proyecto de “supersirena”, según Rubén, mi apolí­neo monitor; pero cuando empecé era una auténtico desastre. Tuve que pertrecharme con el equipo imprescindible que como todo el mundo sabe consta de bañador, chanclas, gorro y gafas. Y con todo recién estrenado me presenté a las pruebas de nivel, que no fuera a ser que me rechazaran por no ir a un “casting” como mandan los cánones.
    Como creo que recordarás, Elsi, el profe me dijo que hiciera un largo a mi estilo -léase absoluta falta del mismo por aquel entonces- y allá que fui yo con mis gafas recién estrenadas a lo rana-perrito en lo que se convirtió en el largo más largo de mi carrera acuática porque se me nubló la vista y a la torpeza natatoria que me caracterizaba se sumó una especie de neblina que atribuí­ al vapor de las piscinas de invierno al que no estaba acostumbrada. Cuando por fin llegué al extremo de la calle, al contemplar en una nebulosa lo que parecían las chanclas enormes del anonadado monitor, escuché su voz de Neptuno burlón: “Bien, vamos a empezar a perfeccionar. Para empezar, ¿por qué no te quitas las pegatinas de las gafas?”
    Lo de “agua, trágame”, venía al caso. Menos mal que no habí­a mucho público…

  2. ¡Tu historia es muy buena, supersirena Parianea! Tengo algunos compañeros de piscina peculiares sobre los que ya hablaré en otra entrega de “Animales de piscina”, pero por ahora ninguno aficionado a usar gafas con pegatinas 🙂

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