(Soñé por un momento que era aaaaire, oxígeno, nitrógeno y argón, sin forma definidaaaa; vídeo de la canción de Mecano)
Atravieso un momento dulce en mi relación con el mundo del fitness. Por fin he ganado una cierta fluidez en la cosa de la natación (cosa lógica, por aquello del agua). Y ahora puedo afirmar sin temor a equivocarme que los monitores de natación no se proponen acabar con nosotros cuando nos piden que hagamos tropecientos largos en cinco minutos con el “pull-buoy” entre las piernas o que nademos crol con un solo brazo mientras el otro va unido al de un compañero mucho más alto o mucho más bajo que tú y que nunca lo mueve al mismo ritmo que tú y consecuentemente te pasas varios largos tragando agua y sintiéndote un poco discapacitado.
Al final todas estas penalidades consiguen que desaprendas para que te desenseñes cómo se deshacen las cosas, como decían en la deconstructivista “Bola de Cristal”. O, en cristiano, si uno sobrevive a la descomposición de los movimientos en sus partes descubre que había una razón para ello: dominar la técnica en todas sus partes, además de desarrollar fuerza y coordinación también por partes, la parte contratante de la segunda parte o, en términos más claros, pedagogía analítica.
Eso sí, mis compañeros de piscina, con su agudeza característica, siguen convencidos de que las tablas que nos aplican, lo del pull-buoy, las tablas de espuma, nadar con camiseta, las manoplas y demás tienen el único objetivo de que no nos aburramos.
En Pilates pasa algo parecido: el saber dónde están los isquiones o cómo se bascula la pelvis (incluso cómo se pone la pelvis en retroversión, menudo palabro) o entender de qué hablamos cuando hablamos de hacer fondos de escápula supone una diferencia abismal respecto a los pobres mortales que acuden a clase a “verlas venir”.
Tampoco es que me haya convertido en una atleta de la noche a la mañana (mi misterbeanismo impide milagros de ese tipo) pero al menos ahora tengo claro lo que se me pide en cada momento y me quedo más cerca de conseguirlo.
Una cosa que me llama mucho la atención del deporte en España y de las relaciones sociales en este país es la proximidad física. En mi piscina es muy habitual que los monitores estén dándose palmetazos, o agarrándose unos a otros y también es muy habitual que en un momento dado tu profe te apoye la mano en el hombro desnudo sólo para pedirte que cojas aletas y cosas parecidas. Recién venida de Inglaterra me sorprendía más, pero poco a poco me voy haciendo a la idea y por otra parte me parece lógico que la gente que trabaja con el cuerpo tenga una relación más directa con él.
Los tabúes de Occidente
La cosa es que hoy en Pilates el profe ha dicho que al final de la clase nos iba a proponer un ejercicio zen y que quien quisiera se quedara y quien no, se fuera sin ningún compromiso.
Llegado el momento ha empezado a decir que la cosa consistía en irnos a la zona de sombras y desprendernos de los tabúes de Occidente y caminar libres de ellos. A mí la combinación de “caminar” con “los tabúes de Occidente” me sugirió algo en plan andar en pelotas por la sala, no sé si habré visto últimamente demasiadas pelis del destape en “Cine de barrio” o si será producto de mi educación católica.
La idea, además de poco apetecible así de repente, me pareció un mal apaño, porque el aula tiene un cristal que da a las escaleras de acceso al polideportivo y la cosa podía complicarse, así que me dije que era improbable que fueran por ahí los tiros y decidí que esperaría a tener todos los datos para formarme una idea (dos años de perplejidad en la Pérfida me han enseñado a ser paciente antes de pronunciarme).
En ese momento, las más pijas y las más jóvenes de la clase (grupos a los que yo podría pertenecer sociológicamente pero, por lo que se ve, y afortunadamente, no en espíritu) han comenzado a poner caras extrañas en plan “hay un pelo en mi sopa” o “qué mal huele esta señora”, que se agudizaban según el profe seguía explicando, como si el grosor del pelo o la intensidad de la esencia sobaquil estuvieran aumentado a toda velocidad. Reacciones todas ellas que venían a demostrar cuánta razón tiene el monitor al hablar de los tabúes occidentales.
Al final el profe nos dijo que la cosa consistía en que teníamos que ponernos a andar por la sala tranquilamente y luego si casualmente nos cruzábamos la mirada con alguien, acercarnos y abrazarnos durante la duración de tres respiraciones, tratando de acompasar tu respiración a la del otro, y después despedirte con una reverencia a lo oriental o simplemente sonriendo y seguir caminando.
Estos detalles han terminado de convencer de lo aberrante de la propuesta a la funcionaria, a la opositora juvenil y a la pija guapita, quien además parecía defraudada porque yo no hubiera secundado sus caras de asco y sus observaciones ante la propuesta heterodoxa del profe y me hubiera limitado a decir, que sí, que efectivamente aquello era un poco raro.
La cosa es que una vez ido el trío La La Lá (en versión No No No o incluso “Preferiría no hacerlo”), el resto de las presentes empezamos a caminar por la sala, un poco inquietas (al menos yo) y con cierta curiosidad.
No es que sea una fan del contacto físico con semiconocidos, pero me pareció bien darle una oportunidad al experimento, porque tengo claro que existe una conexión cuerpo/mente y también una relación yo/prójimo.
Además de lo que haya podido leer sobre el tema, hace años tuve oportunidad de comprobar que la respiración del que tienes al lado influye en tu ritmo respiratorio. Fue en un curso de locución: cuando mi compañero al micro empezó a tartamudear y perdió el hilo, el profe, locutor de Radio Nacional durante muchos años, me pidió que siguiera leyendo y aseguró que mi ritmo se le contagiaría a mi compañero y éste conseguiría leer tranquilamente y así fue.
Además de esto, parece absurdo negarle un abrazo a un compañero del gimnasio con el que haces estiramientos y ejercicios a dos, al que le masajeas la espalda de vez en cuando con una pelota (antes o después de que él te lo haga a ti), o junto a quien sufres los rigores de una tanda de abdominales toda roja y despeinada. ¿Dónde empieza y dónde termina la intimidad tolerable para un occidental? Parece que todo consistiera en lo pragmático de la acción: si es para hacer un estiramiento o para hacer ejercicio sí, si es para algo menos práctico o de una utilidad menos visible, entonces no.
Y en fin, que un abrazo no hace daño a nadie (salvo que tu compañero sea Schwarzenegger y le dé por aplastarte las costillas). Así que ahí estábamos nosotros caminando en chándal y calcetines por la sala con aire pensativo, yo recordando vagamente los lemas del Falun Gong: Verdad, Benevolencia y Tolerancia (artículo 1, 2 y 3) y alguna clase de yoga a la que he asistido.
En un momento determinado, el profe nos pidió que anduviéramos muy despacio y con los ojos cerrados, y que no temiéramos chocarnos porque al ir tan despacio nos daríamos cuenta y nos desviaríamos o percibiríamos la energía del otro antes de chocarnos.
En honor a la Verdad debo decir que al principio fui obediente y caminé con los ojos cerrados, pero que después, como no notaba ninguna energía en las proximidades y no me fiaba mucho de mi detector de “chi”, abrí los ojos una vez, para comprobar que tenía bastante espacio delante de mí, cerrarlos de nuevo y sentir la tentación de darme virtualmente con el cilicio por ser tan agonías, tentación frustrada por mi voto de Benevolencia.
Di un par de pasos más y entonces el profe nos pidió que abriéramos los ojos y que si nuestra mirada se cruzaba con la de otro y nos surgía le diéramos un abrazo. Cuál no sería mi sorpresa cuando al abrir los ojos me encontré a un par de palmos al mismo profe, el único hombre de la clase ese día. Me puso una cara dubitativa, como temiendo que yo no estuviera en “modo abrazo”, pero le dije que por qué no (según los dictados de la Tolerancia) y en ese momento nos pusimos a la cosa del abrazo de oso y la sincronización de nuestras respiraciones.
Su respiración era tranquila y su espalda acogedora y poderosa; hasta ahí puedo leer, que diría Mayra Gómez Kemp (se ve que tengo el día retro en lo que se refiere a la tele: “Cine de barrio”, “La bola de cristal” y el “Un, dos, tres” en un único post sobre deporte…; será que el programa sobre el 23-F me ha refrescado la memoria o que una ya va teniendo una edad :-)).
anda… que recelabas del contacto físico y al final te ha molado, que se te nota, je, je.
pero si, te doy la razón en lo de que en deporte todo vale, no hay más que ver a los futbolistas los magreos que se dan y nadie cuestiona su heterosexualidad…
En fin
Me has pillado… 🙂 y también a los jugadores de fútbol.
Mientras no te dé como a una compañera de mi curro, que llegó a practicar la modalidad de yoga nudista forestal y tal…
Yo es que tengo la piel muy sensible y con los cardos y las piedras se me pone hecha unos zorros 🙂
Pues eso le pasó a esta mujer. Y como tenía que ir descalza, ni te cuento como se le pusieron las plantas de los pies. Y en ese estado lamentable que se encontraba, al parecer el gurú que la condujo hasta allí se la quería beneficiar y todo y la terminó llamando estrecha…
¿Cómo te quedas?
Parece una escena de “Cuéntame” o de una peli del destape de las que ponen en Cine de Barrio. Pobre de tu amiga…
Y yo que me he pasado el fin de semana carcajeándome a cuenta de las teorías sobre los abrazos y la liberación de oxitocina…
Que, por lo visto, después de 20 segundos de abrazarse, se empieza a liberar la dichosa hormona, que tiene que ver (entre otras muchas cosas) con el enamoramiento, el orgasmo, o el amor por los hijos…
Vamos, que a mí me pareció una excusa para pillar cacho…
Claro, en momentos así, en los cerebros femeninos entra en escena la oxitocina, como también ocurre cuando se comparten confidencias y se habla de intimidades, según cuenta la neuropsiquiatra Louann Brizendine en “El cerebro femenino” y de ahí la afición de las damas por andar comentando con las amigas los pormenores personales con todo detalle, por el gustirrinín que genera.
Pero en fin, como la risa también pone en funcionamiento un montón de resortes físicos positivos, me alegro de tus carcajadas de este finde, aunque fueran a cuenta de la escena descrita en mi post, tan sensato como siempre 🙂 ¿o acaso en tu curro no es lo más normal ver a unos y otros dándose todo el rato largos abrazos?
Vaya, no sabía lo de la oxitocina y demás… Qué bonita es la incultura masculina.
En cuanto a lo del gurú que se quería beneficiar a la pobre incauta… ¿le iría el sado? Porque me da que, con los pies desollados, muy predispuesta, no iba a estar la pobre.
Y sobre la heterosexualidad de los futbolistas… Ahí se podría abrir un debate interesante. Si, estadísticamente, los homosexuales reconocidos son un… ¿6%? de la población (en algún sitio lo leí, tendría que buscarlo), y no hay homosexuales reconocidos en ningún equipo de fútbol (yo solo recuerdo uno, que jugaba en el Athletic, y dejó de jugar)… ¿a lo mejor alguno de esos besos/abrazos no son tan heterosexuales? (esto da para un reportaje de esos de “interés humano” (léase “cotilleo barato”) en Interviú;-)
He leído en algún sitio que el porcentaje es de un 10%, pero quizá incluya a los no reconocidos.
Es posible que al gurú le fuera el “sado”, pero lo que está claro es que a la amiga de Parianea no le iba el “maso”, así que de “par(eto) óptimo” (por así decir 🙂 nada de nada.
“El cerebro femenino” te gustaría. Si tienes oportunidad, échale un ojo.