El club de los amigos de las petunias

El primer día estuve tentada a no hacer ni caso y meter mi folleto, pero pensé que dada la tendencia de los ingleses a reclamar y dado lo visible del teléfono en el folleto, la probabilidad de que un inglés airado llamara a Pizza Pianeta para quejarse era alta: ¿Cómo se atreve él o ella? ¿Ella o él no sabe leer? ¿No vio el cartel? ¡¡Es completamente inadmisible!! Pertenezco al club de amigos de las petunias y le advierto que como ustedes no declinen su insultante actitud respecto a los así llamados “folletos” -le ha temblado un poco la voz al decir “leaflets”, su alma puritana se ha estremecido un poco al concebir semejante aberración de la sociedad moderna, buscar el beneficio a costa de los derechos individuales, esquilmar los árboles de la Amazonia, el agujero de la capa de ozono, la acidez que produce el tomate de las pizzas en estómagos sensibles por no mencionar el repugnante ajo, estos italianos no saben cocinar sin ajo y demás- haré saber a todos los socios lo que ustedes están haciendo en Pizza Pianeta. Por otra parte, le advierto que el número de socios amigos de las petunias asciende a una cifra nada despreciable y que algunos ocupan un puesto elevado en la sociedad. Una vez dicho esto, gracias por escuchar mi reclamación. Ha sido usted muy amable. Que tenga un buen día. Y que pronto se sabría a quién correspondía esa zona y me echarían la bronca (asesina de las petunias, “how did you dare? How could you possibly have done such a terrible crime!”) porque claro, al que cogió el teléfono su inglés apenas le daría para entender que alguien había echado folletos donde no debía y que la señora en cuestión parecía enfadada. Además del riesgo de la amonestación me movía un ápice de ética profesional o de pura empatía: entiendo que la publicidad satura y que la gente está en su derecho de que no le den la plasta con el tema.
En España la cosa hubiera sido distinta. Nosotros nos cabreamos pero no solemos protestar formalmente: nos gusta más despotricar en caliente frente al compañero de cola del ambulatorio o del Cajamadrid abarrotado, que ni tiene culpa de nada el pobre ni puede hacer nada por ayudarnos, antes que tomarnos la molestia de llamar por teléfono al departamento correspondiente o escribir una carta. Pero a los ingleses les gusta reclamar formalmente. No sé si es por su larga tradición parlamentaria o porque evitan los enfrentamientos directos o porque creen firmemente en la palabra escrita. Sea como fuere, viendo la profusión de carteles prohibiendo la publicidad (algunos de ellos apenas legibles al estar la tinta borrada por el sol) no dejaba de preguntarme qué pensaría Shalim de tanta nota, él que apenas entiende el nombre de las calles. Shalim es un compañero afgano que reparte más rápido que yo sólo porque es un desaprensivo que no introduce los folletos hasta dentro, dejándolos a merced de la malvada competencia. Desaprensivo pero buena gente: como terminó antes que yo e íbamos repartiendo a la par (yo los pares y él los impares, por ejemplo) cogió parte de mis últimos folletos, tres o cuatro y los repartió él. A su poco escrupuloso modo, eso sí. En realidad su compañerismo no era tal sino un paso más dentro de su estrategia de conquista: Shalim es el mayor abonado al “¿Estás casada?”, y también es el que se ofreció a darme un masaje y el que me compró una Fanta Twist en medio del reparto. Es bajito, tiene 25 años y habla muy poco inglés. Pero aun así se considera mi media naranja.
(Continuará)

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