Mi profesor de técnica Alexander me dijo que observara cómo se movían los franceses, especialmente a la hora de hablar. Así que eso hice, con el entusiasmo que me caracteriza, de forma que no era de extrañar que cierta gente me observara.
Tardé en caer en que quizá y sólo quizá no es que esos hombres y mujeres que me miraban tan fijamente me encontraran irresistible y/o encantadora sino que en realidad correspondían a mi (digámoslo así) análisis ocular. Decidí que en lo sucesivo sería más discreta en mis investigaciones y seguí adelante. En mi descargo diré que los parisinos miran también bastante, especialmente aprovechando que lees una guía o un plano y comentaré que se liga bastante más en París que en Madrid, por poner un ejemplo (aquí cabe decir que basta salir de tu ciudad para volverte más interesante para cualquier espectador, porque tu propio interés por el entorno te hace más interesante y también aumenta tu disposición para detectar el interés ajeno, al encontrarte en “modo observación”).