Conspiraciones y microchips

Esta mañana he ido al ambulatorio para ver si me podían sacar esta emisora de radio albanesa que tengo incrustada en el oído izquierdo desde el miércoles pasado. La emisora ésta emite por libre y en un idioma que no entiendo, y por si fuera poco, por la noche transmite misas de gallo o así, porque oigo como campanadas, muchas campanadas, como si siempre fueran las 12 de la noche; a lo mejor la emisora es de Transilvania, o algo.

Así que aquí estoy, sentada sobre un asiento morado, en medio de la sala de espera empapelada de carteles sobre la gripe A, recordando una novela policiaca que he leído durante el finde y que habla de misterios y cosas ocultas en comunidades pequeñas. En un contexto tal de lecturas policiacas, espera larga entre extraños de aire reconcentrado y al mismo tiempo ausente y poca luz, ha sido casi inevitable mirar con cierta curiosidad a los otros pacientes que esperan junto a mí y decirme a mí misma que un ambulatorio de barrio, si uno lo analiza con detenimiento, es un lugar en el que coincide un buen puñado de gente sospechosa.

Sala de espera

Será que cualquiera sacado de su hábitat normal, y mezclado con cuarto y mitad de preocupación y enfermedad deja aflorar rápidamente su lado más siniestro (o simplemente ve cosas siniestras donde sólo hay tedio y ganas de salir corriendo), pero la cosa es que la densidad de personas extrañas por metro cuadrado me ha parecido bastante alta. Aunque debo decir, peligrosas peligrosas había pocas; la mayor parte encajaban más bien en la categoría de “irritantes”, como una pareja de sesentones que no cesaban de discutir sobre sus saludes respectivas.

Mientras buscaba inspiración para iniciar la trama inspirada en mis compañeros de sala de espera se ha levantado una pareja, él con pantalones cortos y chancletas (aunque en Madrid hoy hacía fresquito) y ella con mascarilla verde y mirada fúnebre-extraviada. El descubrimiento repentino del par de dos me ha sumido en la convicción de mi escaso talento detectivesco, porque no había reparado en los más sospechosos de la concurrencia (al menos desde un punto de vista realista), especialmente en esta época de psicosis con la gripe A. Se ve que la emisora que tengo metida en el oído izquierdo no sólo hace que oiga peor y hable más alto, sino que también interfiere con la sinapsis de mis neuronas. También es posible que me haga pensar en albano-kosovar y que con la traducción llegue tarde a todo.

Sea como fuere, la pareja ha actuado como los sospechosos más sospechosos. Diversas personas en bata los han estado mandado cortés pero fríamente de una consulta a otra, los han hecho bajar a recepción y al final mi médica les ha terminado recibiendo, pero en otra consulta, no sin antes decirme: “Elsinora, ahora estoy contigo”. Lo ha dicho, ha cerrado su consulta con llave y se ha metido con la pareja sospechosa en otra consulta (¿una con micrófonos? ¿o bien una a prueba de virus de rápida expansión?).

La señora de la mascarilla, además, a veces reaparecía sin mascarilla y con una leve cojera.
A todo esto los minutos iban pasando y me empezaba a doler la espalda de estar tanto tiempo sentada. Las sillas de plástico no son el colmo de la comodidad, por una parte, y por otra las esperas de los médicos me ponen nerviosa, así que me he puesto de pie y he buscado un rinconcito donde no estorbara para caminar un poco. He hecho algunas respiraciones profundas y luego, como no había mucho espacio para caminar, he pensado que era una buena oportunidad para practicar una técnica de meditación sobre la que acabo de leer que consiste en dar doce pasos lo más despacio posible, siendo consciente de cada movimiento y luego dar la vuelta y retroceder del mismo modo.

Y bueno, en fin, he realizado mi experimento sólo un par de veces, porque la concurrencia parecía cada vez más interesada en esa estrambótica tipa que era la única que estaba de pie y se entretenía en dar pasitos como Chiquito de la Calzada versión zen. Como aún no soy capaz de meditar entre “gentiles”, que encima son sospechosos, he tenido que parar, porque aquello, como decía el bizcochito de Ally MacBeal, me turbaba.

Al poco ha llegado mi turno (supongo que para alivio de mis compañeros de sala de espera; o quizá para su aburrimiento) y mi médica ha abierto la llave de su consulta para mí y nos hemos metido. Le he contado mi problema, sin referirme a la radio albanesa ni a las campanadas nocturnas sino con vocabulario más empírico, comprensible para una médica de familia y que no despertara sospechas sobre mi salud mental ni atrajera el interés de los posibles escuchadores de micros en ambulatorios de barrio y mi doctora ha cogido un instrumento para hurgar en mis orejas con aire de saber lo que se hacía.

radio antigua

La derecha le ha parecido bien (cosa normal, viviendo en Chamberí) y ha descrito a la inquilina esférica como una bola normal de cerumen pero al observar la izquierda ha dicho que había una bola de tamaño muy considerable que no dejaba ver el tímpano. Al oírlo (por el lado derecho, claro), no sé por qué me he imaginado una bola grande de chocolate blanco incrustada en medio de un valle, como si fuera una especie de meteorito blando que fuera atrayendo las pequeñas masas cercanas hacia él (léase las gotas de líquidos para deshacer tapones que he estado echándome estos días). La cosa es que las pendientes del valle son la parte interna de mi oído medio y las aproximaciones de la bola al tejido resultan bastante molestas en cuanto uno se sale de la metáfora.

Así que la doctora, ajena al drama desencadenado en mi oído medio y con aire de lo más normal me ha dado un volante para pedir cita para una extracción y me ha indicado que debo aplicarme unas gotas cada ocho horas para ir ablandando la esfera famosa. “Te darán cita para dentro de dos o tres días”, me ha dicho, pero al consultar el volante, el tipo de la ventanilla me ha dado fecha para el día siguiente.

¿A qué vienen esas prisas si todo es tan normal? Yo creo que la doctora ha apuntado algo sobre la emisora y las campanadas y que en realidad la cita es para desactivar el microchip extraño que me ha metido por error alguna persona del ambulatorio que me viene siguiendo desde hace días, pero que no consigo identificar. A lo mejor son los viejos esos que discutían -una buena tapadera esa de ir de matrimonio cansino y discutidor, ¿no te parece? Es la típica escena que uno intenta olvidar- Y bueno como todo empezó en la piscina, quizá debería buscar allí. Además recuerdo que una compañera de clase, que andará por los setenta tacos precisamente y que había faltado a clase los días anteriores, me comentó que ese día encontraba el agua muy turbia y me preguntó si no estaba de acuerdo. Seguramente era una señal, pero como yo aún no estaba metida de lleno en las novelas policiacas y demás no lo pillé y me limité a contestar que más o menos como siempre.