¿Qué hace una persona “normal” el día de su cumpleaños si dispone de unas horas libres mañaneras? ¿Irse a un Spa? ¿A la pelu? ¿Tomarse unas copas? ¿Irse de paseo al parque o a montar en bici? ¿Dormir hasta la hora del aperitivo? ¿Leer en la cama hasta la hora de comer? ¿Ir a una cita exprés? ¿A la sesión matinal de un cine? ¿Entregarse al azar y dejarse llevar? ¿Qué harías tú? ¿Te consideras normal? ¿Te gustaría serlo?
Elsinora, que muy normal no es, dedicó las primeras horas de su cumpleaños a ir al Corte Inglés. A comprarse algo para ella, diréis. A darse un homenaje, como se suele decir. Pues no, a comprar el regalo para el profesor de Pilates, ya que se lo habían encargado. La cosa es que aunque yo no lo sabía cuando acepté el encargo de la sargento de clase de ocuparme yo del regalo (la sargenta tiene un problema de cervicales, así que no me sublevé ni le dije que la sargentez bien entendida empieza por uno mismo; o que mandar es servir; esas cosas que uno debe soltarle a los sargentos y sargentas que se te presentan en la vida con la sonrisa más grande que se pueda) resulta que el último día de clase era el día de mi cumpleaños y por circunstancias de agenda, al final el mejor momento para ir de compras era precisamente la mañana de mi cumpleaños.
Así que ahí estaba yo muy seria en el Corte Inglés de Castellana, en la zona de deportes, viendo camisetas mientras mi móvil sonaba, calculando mentalmente la talla de mi profe de Pilates y pensando combinaciones que dieran por resultado los 65 euros que tenía de presupuesto. Se ve que mis lecturas de libros sobre cuerpo-mente, disciplinas orientales y demás han dado sus frutos, porque me parecía que había algo muy acertado en dedicar unas horas de mi cumpleaños a comprar un regalo para alguien (y otras para dárselo), sobre todo teniendo en cuenta que el Pilates para mí fue un descubrimiento y que este profe concretamente es un profe peculiar, que igual te pone a hacer meditación o a repartirte abrazos, que a hacer abdominales o a hablar de pelis (o te llama torpe descoordinada y debilucha sin remedio; que es muy de venadas este hombre como buen Sagitario) o te obliga a hacer pesas tumbado sobre un churro que sólo te sujeta la columna vertebral y que se menea como un demonio, con la intención evidente de que te caigas y te rompas los piños, con la excusa de que si no tienes equilibrio la culpa es tuya por no practicar y por no contraer las abdominales y el transverso.
La cosa es que al final encontré una camiseta superchula de Puma, roja, que ponía Ducati en letras de diversos tamaños que le tenía que gustar seguro a alguien que tiene una moto roja. Elegí una M y me la probé. Me sobraba un poco de hombros, así que como el tipo está cachas pero no es muy grande, pensé que sería su talla. Así que pagué tan contenta por mi hallazgo y fui en busca del regalo complementario de veintitantos euros que necesitaba para redondear el presupuesto. Quería comprarle un libro (cómo no) y no un libro cualquiera, sino alguno de Eckhart Tolle, el autor de El poder del ahora, título que nos recomendó muy fervientemente el profe de Pilates, porque hay dos libros que desarrollan la idea de ese primero que se vendió como churros en USA y que el Times recomendaba.
Puede que el sector editorial esté en crisis en España, pero la planta de libros estaba mucho más llena que la zona de deportes (qué gozada ir de compras por la mañana en día laborable, por cierto). Pero en el Corte Inglés de Castellana sólo tenían El poder del ahora y ninguna de sus secuelas, así que finalmente le compré el último CD de Enya, que además de tener justo el precio que necesitaba sabía con seguridad que le gusta porque nos pone algunas canciones de ella durante las clases. Ya sólo faltaba comprar una tarjeta. Encontré una muy apropiada tras mucho buscar entre decenas de tarjetas de felicitación de cumpleaños, de boda y de jubilación.
La tarjeta le hizo mucha gracia, el CD de Enya le gustó y resultó ser el único que no tenía y la camiseta le gustó también pero al parecer sólo le valdría como camisón. Resulta que mi profe de Pilates, que aparentemente está bastante cachas (pese a ciertas redondeces en la tripa) usa una talla S (small) o XS (extra small) para las camisetas. Lo que aprende uno con estas cosas: llevo dos años con un profe de Pilates que es una micromachine y yo sin darme cuenta. Cierto que es más bajo que yo, pero es que yo soy bastante alta. En fin, si un micromachine puede parecer atlético, todos podemos parecerlo con el atrezzo preciso.
A mitad de mi café con leche y de las protestas del grupito contra los gestores municipales de nuestro polideportivo suena el móvil. Es un amigo que vive fuera y al que hace meses que no veo, pero que casualmente hoy está en Madrid por trabajo y que me llama para decir que finalmente se podrá escapar un rato para que nos veamos. Es una noticia excelente. Trato de aprovechar la ocasión para que se nos una una tercera persona, una amiga de la facultad a la veo poco, aunque trabaja al lado de mi casa, pero al final me cuenta que no puede. Mis compañeros de mesa han dejado momentáneamente de criticar la gestión del polideportivo para criticar a los bancos. Yo les escucho tranquilamente y voy sacando mis conclusiones.
Lo más gracioso de todo fue que la camarera del Café & Té, al ver cómo le dábamos regalos y una tarjeta de felicitación al profe creyó que era su cumpleaños (aunque era el mío) y se lo preguntó. ¿Es tu cumpleaños? -dijo ella con aire inocente y con su cara algo infantil. ¿A ti qué te importa?, contestó el monitor que dedica dos horas todos los sábados a cultivar su espíritu y meditar y que lee muchos libros profundos sobre la armonía del universo, con poco aprovechamiento, por lo que se ve. “No”, contestó ella, es que como te regalan cosas. Aquí tercia la sargenta: “Es su cumpleaños”, dice mientras me señala. La camarera me tiende una careta de cartón con la cara de un ratón mientras explica: “Yo lo preguntaba por daros esto”.
La careta tiene una de las gomas fuera de sitio. Me pongo a arreglarla maquinalmente con el propósito inconsciente de ponérmela (si es que puede haber propósitos inconscientes; a ver qué opina mi profe de Técnica Alexander), como si el desaire que le ha hecho el profe de Pilates a la camarera tuviera que compensarlo yo poniéndome la careta infantil o como si el hecho de cumplir años y estar en plan positivo me obligara a no cerrar ninguna puerta antes de haberla franqueado.
Justo cuando me la voy a poner veo que es una publicidad de una película de dibujos las navidades de 2008 y además no es especialmente graciosa, así que caigo en lo absurdo que es ponerme una careta semejante sólo porque la camarera haya creído que mi profesor esté de cumpleaños. Me siento momentáneamente como una madre que termina limpiando lo que ha manchado el pequeño, comiéndose lo que ha dejado a medio comer el mayor y apaciguando el cabreo absurdo del marido con su jefe (o con la camarera) en aras de la armonía familiar (o del universo, si a eso vamos).
Pienso todo esto tranquilamente mientras alejo de mí la careta, despacio, y comento en tono tranquilo que es una publicidad de una película navideña del 2008. Eso acentúa la indignación de mi profesor seudo-zen y “encima eso, publicidad, si es que ¡qué cotilla es la gente en España!, a ella qué le importará si es mi cumpleaños o no y todo para darme una publicidad antigua”, incapaz de ver la situación de una forma global y ponerse en la piel de los demás por un momento.
Hay varias cosas evidentes para cualquier observador medianamente atento, como que la careta era para dar a los niños de cumpleaños o de celebración, que se quedó ahí guardada por simple olvido o porque al resto de camareros les daba apuro darlas, que Café & Té no tiene obligación alguna de darte un regalo de cumpleaños (especialmente cuando no lo estás celebrando) y que en fin, la camarera tiene rasgos físicos que hacen pensar en una minusvalía psíquica y que en todo caso lo ha hecho con la mejor intención. (Y también que para cotilla, mi profesor de Pilates que se pasa las clases marujeando sobre nuestros trabajos y demás y contándonos su vida a la mínima oportunidad).
Así que pagamos, nos deseamos mutuamente un feliz verano, me agradecen haberme encargado del regalo y nos separamos. Llevo la careta en la bolsa que antes contenía el regalo para el profesor; la he guardado para mi amigo, que tiene un crío de un año y medio y que a buen seguro la disfrutará, sea o no su cumpleaños, y sin importar que se trate de la publicidad de una película atrasada.
No puedo dejar de preguntarme si el libro que con tanto entusiasmo nos recomendó el profe de Pilates, El poder del ahora, y que habla sobre la conveniencia de crear un espacio entre las emociones inmediatas y uno mismo y evitar convertirte en tus juicios, estaba escrito en el mismo idioma para él y para mí, porque tengo toda la impresión de que él no ha entendido nada… o quizá soy yo quien no ha entendido nada. Pero en todo caso, esto de los regalos va por barrios (como decía Gila de la risa): el micromachine me regaló el descubrimiento de un libro magnífico al que yo no habría llegado por mí misma y yo le regalé unas horas de mi atención el día de mi cumpleaños al micromachine, la camarera me regaló una careta que yo a mi vez regalé a mi amigo (a su hijo) y éste a su vez me regaló su visita relámpago a Madrid el día de mi cumpleaños.
Y sí, es cierto, todo está conectado y todo tiene una cierta armonía si uno se para a verla y se concede espacio para ello.
Pues… sí, es cierto. Al final, con un poco de tiempo, todo puede ser armónico aunque incluso el director de la orquesta se dedique a hacer ruido en lugar de música. ¿Y no sería que tu (an)armónico profe no tenía precisamente su día?
Por cierto, lo olvidé: este post es de los que me gustan especialmente, que lo sepas.
Me alegro, Metrolando, de que te haya gustado el post. Creo que el inglés (y el oral, además) empieza a apoderarse de ti, porque si no no me explico por qué escribes (an)armónico en lugar de (in)armónico… 🙂
Y sí mi profesor no tenía su día, pero es que le pasa muy a menudo…