A Londres sin razón (aparente)

Le he pedido a mi amigo Javier Arriero Retamar, escritor, que me dejara publicar el correo en el que me contaba su reciente viaje a la capital de La Pérfida Albión, porque su punto de vista, pese a ser muy distinto al mío (o precisamente por ello) me resultó muy refrescante. Evidentemente ir por primera vez a un sitio y de turismo no se parece en nada a vivir en un sitio durante dos años, un sitio al que ya habías ido de vacaciones varias veces.

En todo caso, es un texto magnífico (aunque comete el crimen de llamar tetera a la kettle, dónde vamos a ir a parar). El blog está abierto a colaboraciones (no retribuidas, eso sí:-( , así­ que si tienes algún texto con una experiencia que encaje con la filosofía perpleja del blog (no hace falta que sea inglesa, basta con que sea “extraña”), puedes escribirme a elsinora_london@yahoo.co.uk

********

A sugerencia de Elsinora procedo a contar mi viaje a Londres.

Parte I

Caléndula (nombre ficticio para preservar el anonimato de mi esposa) me dijo:

– Quiero ir de viaje.
– Dónde, le dije.
– A Londres.
– Pues venga.

(Aviso para viajeros: no hace falta ninguna razón especial para ir a Londres, pero si quieres buscarlas, es posible encontrarlas).

Así­ que Caléndula se dedicó a buscar vuelo y hotel por Internet, y como Caléndula estaba en paro y pelí­n obsesionada con este hecho, exclamando desmayadamente frases como “jamás encontraré trabajo”, se dedicó a ello en cuerpo y alma. Tan en cuerpo y alma se dedicó que cuando llegaba a casa la encontraba con los ojos rojos y desorbitados de mirar la pantalla del ordenador, enarbolando un plano de Londres repleto de anotaciones y post it pegados y manejando en su mente abstrusos cálculos probabilísticos que medían distancia del metro al British Museum, del British Museum al aeropuerto, el precio de los desayunos, el tamaño de las camas, el número de estrellas del hotel y los miles de comentarios de todos y cada uno de sus usuarios.

Que, temiendo por su salud mental, le decía yo, coge cualquier hotel, y me decí­a consternada, eso es fácil decirlo.

Total, que tras varios meses en este plan consiguió un hotel de lujo por un precio de escándalo, y le dije, contrata ya, que como sigas otros seis meses buscando eres capaz de que nos paguen por alojarnos en el Meliá, pero a cambio te tendrán que internar en un psiquiátrico.

Así­ que nos plantamos en Londres. Hay dos formas de llegar al centro desde el aeropuerto, o bien un tren rápido que te deja en quince minutos y cuesta 16 libras, o el metro, que se tarda una hora, pero eso sí, contemplas a tramos la periferia, ya que las afueras las recorre por superficie. Eso te permite descubrir:

  1. que la vegetación es tan verde como la de las pelí­culas
  2. que hay bloques de pisos como en Madrid, y ésta es tu única oportunidad de verlos
  3. que los usuarios de metro tienen la misma cara de lunes en todas partes

Nos apoderamos de la habitación de hotel y la cama parecí­a pequeña, pero eso era debido al tamaño de la habitación, que según mis cálculos era como toda nuestra casa, y cuando Caléndula se tumbaba en la cama corrí­a riesgo de no volver a encontrarla.

Como nos habían jurado y perjurado que en Londres era imposible comer, y de su gastronomí­a sólo recordaba la existencia de té y sándwiches de pepinillo llevábamos en la maleta como cuarto y mitad de matanza de cerdo, como si viniéramos del pueblo, amén de magdalenas. Como los desayunos costaban diez libras y consistían básicamente en grasa con guarnición de judí­as, que son buenas para los gases, habí­amos decidido hábilmente emplear las teteras que ponen en todos los hoteles anglosajones para prepararnos cafés con leche acompañados de bollos por la cara.

En fin, primer tópico derribado. En Londres no sólo es posible comer, dado que venden sándwiches bien rellenos casi en cualquier parte, sino que incluso es posible comer bien. Hay un montón de restaurantes de comida semirrápida, pizzerí­as, indios, japoneses, y a un precio comparable al de Madrid. Los embutidos nos los trajimos de vuelta sin desempaquetar, no os digo más, y eso que llevábamos hasta jamón.

Así que dejamos la maleta en la habitación y corrimos al British Museum, donde constatamos que los ingleses habían atesorado doscientos años de expolios arqueológicos y contení­a por tanto la mayor parte del arte histórico del mundo, y que está constituido por lo siguiente, en un resumen sucinto, y que así nombrados parecen títulos de best seller protagonizados por Indiana Jones:

las puertas de la ciudad de Nimrud, los relieves del palacio de Salmanasar III (nunca confundir con Salmanasar II, que es otro) un busto de Germánico, mi héroe de la infancia, otro de Pericles, que no es mi héroe, los tesoros de la tumba real de Ur, un enterramiento de Jericó, las metopas del Partenón, la tumba de Mausolo, una cantidad indefinida y absurda de momias egipcias, y como dijo Caléndula, esto es sólo lo que enseñan, que a saber lo que tienen en el sótano, momento en que mi cabeza empezó a dar vueltas, y mezcla del largo viaje en avión, la impresión de la cama del hotel y tal acumulación de restos históricos que para í­ los quisiera, me vi forzado a tomar asiento para no desmayarme asaltado por el sí­ndrome de Stendhal.

(Aviso a viajeros: la entrada al British es gratis. Hay urnas por todas partes donde puedes echar billetes a voluntad. Yo no eché ni uno, justificándome en el hecho de que cuanto ví­a eran tesoros expoliados de sus lugares de origen por la rapiña de la Pérfida Albión, y quien roba a un ladrón… pero acosado por la mala conciencia de parecerme a ellos, y lanzado contra mi voluntad a una especie de debate interno de proporciones filosóficas, finalmente decidí­ deshacerme de la posible mala conciencia y del debate interno volcando unos peniques de forma y manera que sonaran mucho).

A las seis de la tarde nos echaron del British porque cerraban, momento en que constatamos varios hechos:

1 que tendríamos que volver antes de irnos para poder verlo todo, porque era como llenarse la boca de caviar a puñados y no nos daban ni las tragaderas,
2 que a según que edades estos recorridos turí­sticos son mortales de necesidad,
3 que Caléndula se habí­a vuelto a tumbar en la cama del hotel y la tuve que localizar a voces,
4 que la habitación del hotel estaba llena de espejos que me reflejaban en pelota picada camino de la ducha.

Debo decir que algo tienen los espejos de los hoteles de lujo que te reflejan más alto, más guapo y mejor dotado de lo que te refleja la propia realidad, que también es un espejo. Es como los espejos de las ferias, pero es una deformación inversa, porque en vez de hacerte grotescamente gordo te rellena de virtudes y músculos.

¡Así que estoy más bueno de lo que creía!, pensé gozosamente, momento en que salté alegremente sobre la cama, satisfecho de mi virilidad, y me di un golpe en el pómulo con lo que resultó ser la rodilla de Caléndula, que era tan difí­cil como que un paracaidista aterrice sobre un platillo de café, pero así­ sucedió, aunque ni siquiera este hecho pudo detener mi gozo, y seguí descojonándome de alegría mientras decía ay, ay, ay.

Tras cenar en un indio nos arrastramos penosamente hasta el dormitorio porque al dí­a siguiente í­bamos a:

La torre de Londres.
(Aviso a viajeros: es posible comprar las entradas a través de Internet, lo que te ahorra mucho tiempo, sobre todo si logras encontrar la taquilla en la que imprimen las entradas compradas a través de Internet).

La torre de Londres nos ocupó casi todo el dí­a, y porque teníamos prisa. Qué podrí­a deciros de la Torre de Londres. Parece ser que dentro han descabezado a algunos ingleses de renombre. Tienen una cosa que se llama Puerta de los traidores, que es como una puerta acuática, por la que introducían en barca a los ingleses de renombre todaví­a con cabeza. Salir no salían nunca, porque los enterraban dentro de la capilla que construyeron para ello. Porque matar sí­, pero siempre desde la piedad de dar luego anglicana sepultura.

En cuanto al concepto de traición, es el mismo en todas partes: hay dos que quieren ser rey pero sólo hay sitio para uno, así que el más maquiavélico llega a rey, lo que convierte de inmediato al otro postulante en traidor. Pero vamos, los roles son intercambiables, que para eso son roles.

Hay otra que se llama La torre sangrienta, que es precisamente donde menos gente ha muerto. Se llama así porque desaparecieron tres niños allá por 1600 y todaví­a los están buscando. Empiezan a olerse que quizá no los van a encontrar vivos.

De hecho, se teme que los mató o bien uno o bien otro postulante a la corona del momento, ya que estorbaban en su camino al trono. Se puede votar quién de los dos ordenó su muerte, y me pareció una forma muy democrática y concluyente de resolver crí­menes, la verdad.

Y hay cuervos, las joyas de la corona, la cama reconstruida de un rey del 1200, juegos interactivos para niños, pero donde acaban jugando los mayores, y en realidad hay más de lo que puedo recordar, porque tras el impacto del British el mundo entero (a excepción de mi bella esposa) se me hacía como distante, insuficiente y pálido, incluida la Torre de Londres.

Pues tras esta larga visita recorrimos la ciudad, caminando siempre junto al rí­o (hay recorridos en barco, pero no tuvimos el gusto), hasta que llegamos al edificio del Parlamento y el Big Ben (que no Big Bang, como le decí­a yo a Caléndula, que se descojonaba viva).

El Big Ben es como esos relojes situados encima de una torre que hay en todas las plazas de los pueblos, pero más alto y con más dorados. Por alguna misteriosa razón, resulta hermoso. Si uno lo piensa, el reloj es una invención capital en nuestro modo de vida, ya que con él se inventaron los cuartos de hora y los minutos. Si siguiéramos midiendo el tiempo por la altura del sol jamás llegarí­amos tarde (llegarías o no llegarías, sencillamente, sin más) y a mí­ me hubiera dado tiempo de ver Londres en condiciones, porque iba a contrarreloj.

Continúa aquí

5 respuestas a «A Londres sin razón (aparente)»

  1. Hablando del Big Ben, ayer, 31 de mayo, cumplió 150 años la criaturita…
    Una curiosidad: en la dirección del sitio web del Parlamento, http://www.bigben.parliament.uk/, se puede bajar el sonido de la campana para utilizarlo como tono de móvil…
    Estos ingleses están locos…

  2. Qué bonito ese primer plano del reloj que viene en el link que pones, tiene una especie de serenidad… Ya lo de descargarse el sonido de las campanadas me supera (el oído, como decía aquel 🙂 Pero hay gente pá tó… ya se sabe.

  3. La verdad es que tengo que felicitar a Javier porque el relato es descacharrante… y a ti por engancharlo, Elena.
    Espero ansiosa las próximas entregas.

  4. Bienvenida a los comentarios, Magdalena. Me alegro de que te guste el relato de Javier. Algo así­ había que compartirlo ¿verdad?

Los comentarios están cerrados.