Animales de piscina IV

(Capí­tulos anteriores: animales I, II y III)
Desde aquella bonita revelación no solicitada sobre la maldad intrínseca de todos los monitores de mi polideportivo y de la indiscutible naturaleza somní­fera de Pilates, Apoca decidió amenizar mis momentos “vestirme y peinarme” (en la ducha, el ruidoso fluir del agua diluí­a sus oportunidades de pegar la hebra) con perlas sobre lo divino y lo humano, cuanto más erróneas mejor.

Diréis que no es cosa demasiado preocupante, porque a alguien así­ se le puede mantener más o menos a raya evitando cuidadosamente darle pie, pero es que Doña Apoca Por Cierto se estimulaba con poco. Y no echéis a volar vuestra imaginación: el hecho de que fuera un vestuario y hubiera mucha gente desnuda no es lo que le poní­a a esta mujer.

Mi experiencia en la Pérfida, haber coincidido con gente muy distinta e imprevisible, me ha vuelto bastante prudente, pero se ve que no lo bastante. Mis conocimientos sobre choque cultural no eran de mucha utilidad aquí­. Así­ que de poco me serví­a haber aprendido a escuchar sin alterarme los tópicos sobre España habituales (juerga, cenar tarde, familias con niños por la calle de madrugada, toros etc), respetar el extenso espacio vital de los británicos y derrochar thank yous y pleases por doquier, mirar a la izquierda antes de cruzar, ser polí­ticamente correcta, no mirar demasiado a los ojos, hacer la conversión libra-euro en un tiempo razonable y sinfí­n de cosas más.

Saber todo esto sirve de poco si uno ignora que beber agua después de nadar demuestra que uno es raro, y sobre todo si uno olvida que en España la densidad de metomentodos por metro cuadrado es muy elevada.

La cuestión es que uno de los primeros dí­as, en el vestuario, tras nadar, decidí estirar un poco los brazos. Craso error. A Apoca no le parece una acción justificada ni conveniente y por supuesto tiene la necesidad de hacérmelo saber. Pensé que le parecí­a mal que no lo hiciera nada más salir del agua y me molesté en explicarle que mojada sentí­a frí­o y que sólo me apetecía ducharme y vestirme y estirar cuando estuviera seca. De ahí­ la conversación derivó hacia que yo nadaba porque tenía problemas de espalda y a partir de ahí entramos directamente en una espiral delirante en la que este ser echaba por tierra todas las teorías de ergonomía y anatomí­a posibles y defendía con uñas y dientes las bondades de las sillas de cocina para oficios sedentarios y otras excentricidades.

Fue fácil pasar de ahí a hablar de masajes y en breve me vi con una tarjeta en la mano de un osteópata más caro que el mío y con el que estoy contenta-, en una aplicación del famoso refrán más vale malo por conocer que bueno conocido, mientras este ser extraño me explicaba que su masajista era bueno pero se lo tenía muy creí­do: todo eran ventajas, pensé: caro, desconocido y engreído. Para demostrarme lo perspicaz que es ella, me dijo que siempre iba a primera hora para pillar a los masajistas frescos, porque alguna vez que ha ido tarde los ha encontrado tan cansados (lo suyo es complicado: le metieron un tajo en el hombro) que se han dedicado a masajearla con el codo.

Aquí­ pude demostrarme a mí­ misma mi grado de flema británica adquirida porque no esbocé ni una mínima sonrisa por más que en mi mente se representaran varias disciplinas orientales y occidentales que usan los codos como instrumento de manipulación habitual. La cuestión era clara: ella era especial y necesitaba algo especial. Mis razonamientos no iban a valer para nada, por más que fueran ciertos, así­ que dejé que esta mujer viviera en su mundo de fantasía.

La otra cosa que no me deja hacer Apoca después de nadar es beber agua. Que uno después de pasarse cuarenta y cinco minutos rodeado de agua necesite beber más agua es algo que no concibe, así­ que cuando aduzco que nadando se suda ella lo niega. Aquí casi se me escapa una carcajada porque hay que estar ciega o ser provocadora para decirle algo así­ a alguien que sale siempre del agua con más coloretes que Heidi. Pues ahí estaba Apoca tan pancha jurando y perjurando ante una Elsinora visiblemente acalorada que nadando no se suda. Añadió que un acupuntor le habí­a dicho que eso de que habí­a que beber no se cuánta agua era mentira, que menuda maní­a.

Escuché todo esto en sordina mientras vaciaba en mi garganta una botella de medio litro de agua que me supo a gloria. Es posible que Apoca no sude, porque nada a dos por hora, cosa que me parece fantástica, dado que a diferencia de otros compañeros, no se empeña en salir antes que tú que eres más rápido.

Esto nos lleva a otra especie frecuente en las piscinas: el “yo primero”…

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© 2015-2005; Elsinora Bonasera.
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