El sector cafetero últimamente me trata muy mal, como os contaba. O quizá se trate del sector de los ahumados, no sé. La cosa es que llevo unos meses metida en un proyecto con diseñadores y publicistas. La apariencia de esos seres era bastante normal. Se les notaba que eran creativos básicamente porque mezclaban unos temas con otros, te daban muchos besos cada vez que te veían y eran bastante alternativos en muchas cosas. Otro rasgo marcado era su capacidad para cambiar de opinión y su propensión a lo metafórico y al dibujo.
Su manía de explicar el proyecto con metáforas y dibujos al principio me divertía bastante porque yo también tengo mi lado creativo, pero llegó un punto en el que me di cuenta de que lo que dibujaba la mano derecha, lo desdibujaba la izquierda: los rasgos esenciales de nuestro proyecto cambiaban sustancialmente de un día para otro. Ahí me empecé a inquietar, pero atribuí esa indefinición a que estábamos en la fase inicial. La cosa es que a tres semanas de la fecha de entrega, el jefe del proyecto me convoca para hablar frente a un café. A estas alturas yo le había pasado cuatro capítulos, que él había leído y comentado y que aparentemente le habían gustado y que ya había empezado a mandar al cliente.
Frente a la taza de café humeante me entero de que no le gustan, que el tono no le convence. Le pido que especifique un poco más. No es capaz, no tiene tiempo para analizar los textos detenidamente. Le digo que me busque un ejemplo de un texto, del tema que sea, con un tono que le parezca apropiado. Eso no existe, me dice. Yo estoy dispuesta a reescribirlos, le digo, siempre que me des alguna indicación sobre qué es lo que estás buscando o qué es lo que falla. “La cosa no funciona así -me dice-. Nosotros estamos acostumbrados a gestionar la ambigüedad, estamos cómodos en ella”.
A pocos centímetros de la boca que dice “ambigüedad” está el café humeante. Pienso en que el tipo es un vendedor de humo y no lo sabe. El sigue con su retahíla: “Este proyecto, todos los proyectos- es necesariamente ambiguo. No tenemos tiempo para ver si tú eres capaz de aprender a manejarte con esa ambigüedad, la fecha de entrega se nos echa encima.
En cualquier otro trabajo, la lectura de la presión del tiempo se hubiera hecho al revés: como no hay tiempo, maximicemos lo que tenemos. Si una persona tiene en la cabeza el contenido, lo más fácil es que el que no está contento con el tono eche un par de horas en detectar y especificar lo que no funciona y que después la persona encargada de escribir -o sea, yo- eche las horas que haga falta para acercarse lo más posible a eso que le piden. Pero aquí de lo que se trata es de vender humo a un cliente que no sabe exactamente qué quiere y entonces la indefinición (llámese ambigüedad) va pasando de mano hasta que me llega a mí. Entonces, meses después, me llaman para verme y llega uno y me dice que me aparta del proyecto porque no sé leer los posos del café. Y es cierto, yo sólo veo unas partículas oscuras arremolinadas en los bordes de la taza formando una silueta tipo boomerang o quizá tipo interrogación.
Al final, evidentemente, me toca a mí pagar los cafés.
Ánimo, Elsinora, a otra cosa, mariposa. Y, bueno, esto, aunque no lo
parezca, no cae en saco roto, ahora ya conoces cómo sabe este café y en
una próxima ocasión, sabrás cómo pedirlo, tomarlo y no pagarlo. Lo dice
mi madre, “se aprende perdiendo”.
Claro, Gulliver. Este café ha podido ser pelín amargo, pero al mismo tiempo muy estimulante. Y desde luego compadezco al redactor que contraten ahora pensando en que es adivino. Espero que él o ella tenga más a punto la bola de cristal (la mía está de servicios mínimos, se ve :-))
Yo, entretanto, por si las moscas, me he pasado al té 🙂
Si esto hubiera que reducirlo a una frase, como buen publicitario, yo optaría por un plagio (léase, cita, claro) de uno de nuestros académicos más expresivos:
“¡A la m…!”
(Fernando Fernán Gómez)
(En fin, quizá es ¿demasiado? escatológico y sé que tú no dirías eso, aunque he estado a punto de escribirlo entero… De hecho si no fuera porque no estoy con mi portátil, hasta te habría puesto el enlace sonoro 🙂
2 detalles más: 1) Apuesto a que acabarán usando parte de tu trabajo. 2) Espero que hayan tenido la decencia de pagarte, y a tiempo.
No me gustó nada su actitud, como me comentaste en la cena , al contarles lo del otro embolado de los Garibaldi tan fini y tan morosi, y no quise decirte nada, pero mejor que haya sido cuanto antes. Lo mejor es que no les dediques más que otra cita, esta vez, de Cervantes: “Vale”, o sea “adiós”.
Y disfruta las vacaciones: te las has ganado. Hablamos, y en breve, if possible.
La frase de Fernán Gómez la uso mucho en broma, imitando el tono gutural. Eso sí, en círculos reducidos 🙂 Pagar pagarán, y si no les mandaré un bonito cobrador del frac vestido de bombero torero o así (para que vean que he aprendido a gestionar la ambigüedad: bombero torero y cobrador del frac al mismo tiempo, ahí es nada).
See you.