Deme un café, no me lo dé

Odio a cierto tipo de gente indecisa. Creo que uno tiene derecho a un cierto grado de indecisión (en realidad en la vida hay pocas certezas salvo la muerte y los impuestos), siempre que no maree a los demás. Pero al parecer en el mundo de la publicidad la indecisión es moneda de cambio, aunque ellos lo llamen ambigüedad, que suena más fino. “Nosotros estamos acostumbrados a gestionar la ambigüedad”, dicen cuando te cambian por tercera vez los criterios para hacer algo o al ver el resultado de la tercera prueba y desecharlo en favor de una cuarta.

La cosa es que tras participar en un proyecto interesante desde el momento 0 hasta casi el día D, cuando quedan un par de semanas, y tras unos cuantos cambios de ideas, de concepto, de perfil y de gestión, el formato y el estilo que habí­amos consensuado, de repente ya no mola y el detector de “mala gestión de la ambigüedad me señala a mí­.

Taza de café en ventana
Israelbest – Pixabay

O sea, que mis técnicas de zahorí­ no han conseguido localizar el manantial oculto, pero es que yo nunca dije que fuera zahorí y aunque lo fuera lo tendría muy difícil porque los que me han llamado no saben qué están buscando. Quizá agua, petróleo, las llaves del apartamento en Torrevieja Alicante, una nueva fuente de energía fósil o la llave para gobernar en la Moncloa.

De todo lo anterior se deduce que me falta mucho que aprender para ser capaz de vender aire en condiciones. Primero tendré que repasarme las caracterí­sticas de los gases nobles y a partir de ahí­ adaptar mi oferta a cada cliente en plan: “tengo un argón estupendo. Es exactamente lo que necesitas”.

En fin, creo que casi mejor me vuelvo a mi carapantallismo, que es esclavo, pero al menos tu cliente y tu jefe saben lo que quieren y no tienes que tirarte al monte con un ridí­culo palo o un colgante de metal a hacer el paripé de que localizas un tesoro oculto bajo el subsuelo.