Experimento sociológico en la piscina

La piscina a la que voy es un espacio inquietante. Parece un campo de pruebas. Yo creo que es una especie de reality show tipo Gran Hermano destinada a analizar la capacidad de adaptación del hombre a un medio cambiante. Algo tipo “¿Quién se ha llevado mi queso?”, pero con variaciones y repeticiones.

Primero no habí­a perchas, luego sí­, y luego volvieron a desaparecer. El sistema de cierre de las taquillas, con monedas, se estropeaba cada dos por tres quedándose con tus euros y el otro día, de repente, nos encontramos con que habí­an cambiado la mayoría de los cierres por un sistema de candados… pero el candado habí­a que traérselo de casa o comprarlo por 4 euros en recepción.

A todo esto, como siempre, faltaban dos minutos para que empezase tu clase, tú estabas en bañador y chanclas y tenías toda la ropa en una mochila dentro de la taquilla. La opción de salir hasta las taquillas en bañador por el pasillo helado te parecía un horror y además no estabas segura de llevar cuatro euros en el mini monedero que llevas en la mochila. La opción de dejar tus cosas en una taquilla sin protección era una lotería (a la que yo jugué el primer día, por cierto y no perdí­). Y habí­a una tercera opción apta para habitantes del ecosistema con buenos reflejos: conseguir alguna de las taquillas que aún tenían el cierre con moneda.

Foto de taquilllas con candado
Tlparadis – Pixabay

Aquí­ cada una se las apañó como pudo: mis reflejos de lagartija me permitieron conseguir una de las pocas taquillas que funcionaban con euro aprovechando que una chica se iba; otra dejó sus cosas sin ninguna protección… Adaptación al medio, riesgos asumidos y decisiones. Un experimento sociológico con todos los ingredientes.

Un fenómeno paranormal parecido de apariciones y desapariciones ocurrió con los secadores. Primero no había secadores de pelo, sino sólo esos de manos que duran cero coma tres segundos. Para secarte el pelo había que ser malabarista y muy paciente, pero al menos funcionaban sin monedas. Además, habí­a enchufes en los que enchufar tu secador traí­do de casa. A las pocas semanas vimos con sorpresa y alegrí­a que habí­an puesto unos cuantos secadores de pelo, pequeños, parecidos a los modelos de viaje y que funcionaban sin monedas. De los cuatro que había pronto sólo funcionaba uno, cosa normal dado el grado de humedad del sitio y el tute que se les da.
El otro dí­a de repente se los habí­an llevado todos, hasta el único que funcionaba. Así­ que de repente muchas nos vimos compuestas y sin secador, en plena noche de invierno…

 

La Rana Gustavo con toalla azul
Alexas_Fotos – Pixabay

Ayer recordé que tení­a que llevar mi candado y lo llevé. Usé uno de los tropecientos que tengo para las maletas y tuve la precaución de asegurarme de que la llave iba bien. Metí todo en la mochila y cerré la puerta, ajusté el candado al peculiar cierre y todo quedó listo. El problema era que no habí­a traí­do ninguna cadena ni goma para la minillave y a ver qué hací­a para no perderla. Podí­a dejarla sobre las chanclas, al borde de la piscina, pero estarí­a demasiado visible. Preferí el viejo truco de meterla en la toalla doblada y recé para acordarme de que estaba allí cuando cogiera la toalla, porque dado el tamaño que tiene era muy fácil perderla.

La clase transcurrió bien, no me lesioné ni transformé mis dedos en percebes, recuperé sin problemas la llave, y hasta quité sin problemas el candado. Lo malo fue cuando quise abrir la puerta. Yo tiraba y tiraba con la energí­a del ejercicio aeróbico que acababa de hacer pero aquello no se abrí­a. El agua escurrí­a por mi cuerpo y soñaba con coger mi champú y mi suavizante y la toalla del pelo, pero aquello no se abría.

-Es que está muy duro. Tira con fuerza -me dice una compañera de clase-. A mí me pasó lo mismo el otro día.

Ahí­ estoy yo tirando con fuerza asida al borde, dejándome las yemas de los dedos, pero aquello no se habí­a movido ni un milí­metro. Sí que es seguro este sistema -me digo a mí­ misma-, está claro que mi ropa no se la va a llevar un ladrón, y a este paso tampoco yo misma…
Tercia una chica que no es de mi grupo.

-No, mira, es que para abrirlo tienes que ponerlo en horizontal…

Se oye un uau uau uau… el tí­pico sonido de cuando un concursante mete la pata en la tele.

Agradezco adecuadamente la indicación iluminadora de esta nadadora con estudios de ingenierí­a, cojo lo que necesito y me voy a la ducha. A la vuelta ayudo a dos compañeras de vestuario que han tenido problemas parecidos con sus candados y que empiezan a mostrar signos de desesperación.

En ese momento alguien comenta que se han llevado los secadores de pelo y al rato, la compañera de clase que me dijo que tirara fuerte de la taquilla me presta su secador, por generosidad o mala conciencia…

En fin, la moraleja es que para entornos cambiantes y hostiles la solidaridad y el trabajo en equipo es lo que te saca del apuro.

Hoy por ti y mañana por mí­, vamos.