La pitonisa Lola hace un máster y se deja barba

Ahí estaba el vaso de café con leche. Giré la cabeza en aquel bar madrileño con poca gente, pero nadie parecía ser consciente de lo que representaba aquel vaso humeante, y aparentemente nadie nos observaba ni al vaso ni a mí. Todo un reto y toda una incógnita, por más inofensivo que pudiera parecer a primera vista.

Y diréis ¿qué tiene de reto o de misterio un simple café con leche? Pues, hombre, si llevas nueve meses sin tomarlo porque te han “prohibido” el café y la leche, la cosa tiene su intríngulis. El hecho de que la responsable de la prohibición fuera la pitonisa Lola le quita mucha solemnidad a la cosa (sería la típica cosa que mi abogado me pediría omitir en un juicio), y quizá ponga en cuestión mi equilibrio mental (yo dudo de él a menudo…), pero no, si le hice caso es porque suelo tener ardor y el café lo agrava.

La cosa es que hace unos meses hablaba de una visita que hice a una experta naturista en busca de un remedio a mis problemas digestivos. La metodología empleada por la tal naturista implicaba un aparatejo con dos polos que hace pasar ciertos impulsos eléctricos por tu mano hasta el intestino a través de un meridiano determinado (que se inicia en el dedo corazón) y luego detecta la corriente al salir por la otra mano y calcula cuánto tarda en recorrer tu cuerpo y en función de eso determina la mayor o menor resistencia de los tejidos a ciertas sustancias (cada sustancia está representada por una determinada longitud de onda del impulso, creo recordar) etc, etc.
Entre las cosas que aparecieron en el ordenador de la Pitonisa Lola (una naturista actualizada; la tradición y las tecnologías no son incompatibles) estaban los lácteos, los estimulantes, el alcohol, el chocolate.
Hice un caso relativo a tales prohibiciones, pero con el café fui bastante estricta, de manera que llevaba nueves meses sin tomar café… ¿resistiría Elsinora aquel chute de cafeína? ¿aquel mejunje oscuro y fragante atacaría vilmente mi tubo digestivo? y más importante aún, ¿por qué, después de 9 meses decidí de repente “darme” al café con leche?
Pues porque eran las once de la mañana, estaba en ayunas y venía de hacerme un análisis de sangre para una prueba de intolerancia alimentaria seria. Con un endocrino con bata y título en la pared de clínica en barrio señorial. Vamos, que la pitonisa Lola ha hecho un máster y se ha dejado barba. Ha salido ganando con el cambio (aunque mi bolsillo ha salido perdiendo).
Así que nada, el botecito con mi sangre primero se analiza en Madrid en busca de cosas normales y la parte de las intolerancias alimentarias se analiza en Estados Unidos. ¡Cuánto mundo va a ver ese tubito rojo! Bon voyage, darling.
Esperamos noticias tuyas en unos veinte días. Pórtate bien y di que el chocolate estupendo y las croquetas y todas las frutas divinas de la muerte, haz el favor…

PS. Para quien le interese, no se me salieron los ojos de las órbitas con el café. Me tomé sólo la mitad, porque me resultaba demasiado fuerte y eso sí, el agua fresquita después del café con leche me pareció una bebida paradisiaca. El efecto de media taza de café con leche tras nueve meses sin probarlo fue una visión periférica más amplia (o como menos periférica, más “central”; digamos que los ojos estaban más activos) y un cierto ardorcillo horas después. Pero no vi marcianos ni nada. Qué decepción.

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