Lenguaje en Pizza Pianeta: interacción y poder

Mi paso por Pizza Pianeta se puede leer como una experiencia lingüística, con su parte de diálogo, de monólogo, incluso de Torre de Babel.

-¿Estás casada?- preguntaban aquellos afganos e iraní­es cada dos minutos. Yo entendí­a ¿quién eres?, ¿a quién te pareces? ¿en qué categoría te puedo meter? O simplemente “¿Cómo te llamas y de dónde eres?”. Lo siguiente que se me ocurre es si estás casada. Y contestaba simplemente “no”, es decir, lo que a mí­ me parecía la verdad. Su insistencia en la pregunta y el hecho de que para hacerla tuvieran que pelearse con su escaso inglés me llevó a pensar en un doble sentido. Cierto: mucho Master de Literatura Comparada y mucha ponencia sobre multiculturalismo pero como no me pongan un cartel no lo capto: “Mujer casada” en el código de Shalim o Ahmed no significa lo mismo que en el mío “alguien que vive en pareja y ha decidido casarse”, sino una mujer controlada y protegida por un hombre y gracias a eso respetable.

Cada vez que yo decí­a “no estoy casada” ellos entendían “estoy sola, disponible y a merced de cualquier cosa”. Los que llevan años viviendo en Occidente como Ashkom contemplaban la conversación desde un punto equidistante: comprendí­an la dirección del discurso de unos y otra. A mí­ me costó captarlo y puede resultar extraño, porque no hace tantos años que en España la situación era parecida: pero en las últimas décadas las costumbres han cambiado mucho, sobre todo en las ciudades. La memoria social de la urbe es corta.

Si además de contestar que no estás casada cometes el tremendo error de ser cordial -en tus propios términos- con estos afganos o iraní­es, estarás cavando tu propia tumba: el trato entre chico y chica que en España se considera simplemente de amabilidad y buen compañerismo en este contexto se interpreta como luz verde. Te lloverán los “qué guapa estás hoy” como si te hubieran visto alguna otra vez o tu jefe te propondrá que vayas con él a Hyde Park en su mañana libre (tu jefe tiene bastante morro, porque tras diez en años viviendo en Inglaterra sabe que las occidentales tenemos un código distinto; pero dirá que más vale intentarlo por si acaso).

Declinas amable pero firmemente y te propones reencauzar el asunto en dí­as sucesivos. Cuando quieras recoger velas ni se te ocurra intentar que te dejen en paz diciendo que estás cansada: en seguida se presentará algún voluntario para hacerte un masaje.
(Continuará)

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