Aeropuertos IV

Además de la noticia de que la leche buena se caracteriza porque no sabe a vaca y de la obligación moral de permanecer debajo de la pantalla que anuncia la puerta de embarque (debajo, pero no en frente, no vaya a ser que la puedas ver desde una postura cómoda y te evites la tortícolis posterior) estas adolescentes tení­an otras revelaciones en cartera que desplegaron durante el vuelo.

Después de preguntarme cuándo llegarí­amos a Madrid y de que yo les explicara que habitualmente suelen recuperar el retraso pisando el acelerador para llegar a la hora prevista, de repente una de ellas le dice a la otra: “No sé si quitarme el segundo vaquero“. Mi no entender, pensé. Les pregunté a qué venía lo del doble pantalón y una me contestó que a la ida había pagado 64 libras de exceso de equipaje y que a Dios había puesto por testigo de que nunca más.

Calculo que un vaquero como aquel puede pesar unos cuatrocientos gramos, pero en fin… Lo genial es que en Londres hacía unos doce o quince grados, pero en Madrid, a las ocho de la tarde el termómetro marcaba más de treinta. Les pregunté que si no era incomodí­simo eso de llevar doble pantalón, me contestaron que no, que el de abajo era uno ceñido y el de arriba uno suelto y que iban tan panchas (la idea brillante había sido aplicada por las dos; una de ellas, finalmente, tení­a dos kilos de margen en la maleta, pero en fin).

Recordé que a una de ellas la cachearon en Gatwick y que después me preguntó que por qué a mí­ no me habí­an cacheado… También me acordé de lo mucho que protestaban contra la espera de la cola del control policial y cuánto se quejaban de calor… Un plan sin fisuras, el suyo…

Pues nada, les fui resumiendo lo que contaba el piloto, jugué al rasca y gana para ver cómo era eso, no gané por supuesto, curioseé la revista de Easyjet, analicé el estilo retórico de la sobrecargo española y su pronunciación. Lo hago porque el discursito de bienvenida y la forma de anunciar las diversas ventas varí­an, y me hace gracia ver cómo lo enfocan e imaginarme las charlas de los de marketing diciéndoles cómo deben dosificar el humor, ser comerciales pero no descaradamente etc etc. A ésta se le notaba que no se creí­a los “excelentes” y los “un placer”. Disfruté de unas vistas espectaculares a mi izquierda, sobre todo en la desembocadura del Támesis en el mar y luego fui despidiéndome del verde relajante y saludando las cuadrí­culas marronáceas de la soleada Madrid.

Por más oracular y omnisciente que yo les pareciera a las dos chavalas, llegamos antes de lo que yo habí­a previsto, y me tocó esperar a mi madre, de manera que no gané nada de tiempo por llevar sólo equipaje de mano. Los que sí­ estaban puntuales eran los familiares de las dos chavalas, que habían ido a buscarlas para llevarlas a la ciudad en la que vivieran (seguramente ni les habí­an avisado del retraso). No sé si habría tortilla de patatas para una esperándola en su casa soñada, pero yo me decidí­ a tomar un café con leche de la “buena”, de la que no sabe a pasto.

Al poco, llegó mi madre y anunció que habí­a llevado a casa embutido y Bitter Kas y me dije que en realidad esas chavalas y yo no éramos tan distintas, salvo que yo trataba de tomar lo mejor de cada sitio en lugar de aplicar siempre el patrón al que estás acostumbrado. Eso es algo que se aprende con el tiempo (salvo los casos perdidos de la gente anquilosada).