Elogio de la media distancia (II)

La búsqueda de trabajo resultó un poco frustrante, a pesar de unas pequeñas incursiones en el sector de la restauración local y una opción en Borders que no se materializó finalmente. Pero por otra parte fue una enseñanza importante y creo que a partir de entonces empecé a escribir con más regularidad el blog, cosa que no es exactamente lo mismo que escribir ficción, pero se parece y supone una gimnasia estupenda para cuando uno se ponga a “crear”. El trabajo que me ha tenido tanto tiempo bajo su yugo, más conocido como carapantallismo, llegó casi in extremis y cayó como maná.

 

Carapantallismo
Mohamed Hassan – Pixabay

Antes de ello me tuvieron que echar un cable mis padres, porque por más que uno recorte gastos, una ciudad como Londres vampiriza tus recursos a un ritmo del equivalente a 700 euros de alquiler mensuales (habitación grande, casa mona, ADSL y facturas en general incluidas, cocina amplia compartida, baño compartido con tres personas más; aunque una no está casi nunca, más la matrí­cula del master (más de 1500 libras por año, da miedo pensarlo y eso que me aplican precio de alumno inglés por ser de la Unión Europea), más la alimentación, el transporte (3 libras el billete sencillo de metro, unas 750 ptas; o casi 6 libras el One Day Travel Card Zones 1 to 4, que es el mí­o, o sea 9 euros para moverte por la ciudad durante un dí­a), la ropa, periódicos, o el ocio que te quieras o puedas procurar.

Pues nada, ya tení­a curro, ya habí­a empezado el segundo año del máster. Parecí­a que la cosa iba bien. Pero claro, ser part time significa que estás colgado siempre entre dos promociones: no te acabas de integrar ni en la primera ni en la segunda, ni a nivel social ni a nivel académico. El segundo año no tienes fresco lo que viste el primero, por más que las asignaturas estén pensadas para complementarse y por más que intentes releer los apuntes o hacer memoria.

Efectivamente el segundo año entendí­a mucho mejor lo que se decí­a en clase, conocí­a el funcionamiento, conocí­a a parte de los profesores y a una de mis compañeras del año anterior, pero en la clase A se seguí­a hablando de la clase B, en la que yo no habí­a estado, había estado en una muy parecida el año pasado, pero a saber donde estaba esa clase almacenada. Según avanzaba el tiempo el proyecto carapantallil tomaba forma y se iban concretando las fechas. Era un maxiproyecto, relacionado con el inglés y con la enseñanza, terrenos que me interesan, pero suponí­a mucho esfuerzo, mucha capacidad intelectual y organizativa y ser lo que aquí­ llaman a self starter una persona autoimpulsada, vamos.

La parte técnica en sí­ también era problemática, porque habí­a que manejar un programa complicado y poco estable y porque la nomenclatura o codificación en principio resultaba liosa. Estaba bien pagado y suponí­a un paso adelante en mi currí­culum. Un señor paso, en realidad. Era un trapo rojo y el toro ya le habí­a cogido cariño. Así­ que allá me fui, derechita, sin saber exactamente cuántas horas de trabajo suponí­a cada entrega o cuantas fases acabarí­a teniendo. En noviembre empecé a perfilar aquello y en diciembre ya estaba en pleno agobio. Se me fastidiaron las navidades…
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