La búsqueda de trabajo resultó un poco frustrante, a pesar de unas pequeñas incursiones en el sector de la restauración local y una opción en Borders que no se materializó finalmente. Pero por otra parte fue una enseñanza importante y creo que a partir de entonces empecé a escribir con más regularidad el blog, cosa que no es exactamente lo mismo que escribir ficción, pero se parece y supone una gimnasia estupenda para cuando uno se ponga a “crear”. El trabajo que me ha tenido tanto tiempo bajo su yugo, más conocido como carapantallismo, llegó casi in extremis y cayó como maná.
Antes de ello me tuvieron que echar un cable mis padres, porque por más que uno recorte gastos, una ciudad como Londres vampiriza tus recursos a un ritmo del equivalente a 700 euros de alquiler mensuales (habitación grande, casa mona, ADSL y facturas en general incluidas, cocina amplia compartida, baño compartido con tres personas más; aunque una no está casi nunca, más la matrícula del master (más de 1500 libras por año, da miedo pensarlo y eso que me aplican precio de alumno inglés por ser de la Unión Europea), más la alimentación, el transporte (3 libras el billete sencillo de metro, unas 750 ptas; o casi 6 libras el One Day Travel Card Zones 1 to 4, que es el mío, o sea 9 euros para moverte por la ciudad durante un día), la ropa, periódicos, o el ocio que te quieras o puedas procurar.
Pues nada, ya tenía curro, ya había empezado el segundo año del máster. Parecía que la cosa iba bien. Pero claro, ser part time significa que estás colgado siempre entre dos promociones: no te acabas de integrar ni en la primera ni en la segunda, ni a nivel social ni a nivel académico. El segundo año no tienes fresco lo que viste el primero, por más que las asignaturas estén pensadas para complementarse y por más que intentes releer los apuntes o hacer memoria.
Efectivamente el segundo año entendía mucho mejor lo que se decía en clase, conocía el funcionamiento, conocía a parte de los profesores y a una de mis compañeras del año anterior, pero en la clase A se seguía hablando de la clase B, en la que yo no había estado, había estado en una muy parecida el año pasado, pero a saber donde estaba esa clase almacenada. Según avanzaba el tiempo el proyecto carapantallil tomaba forma y se iban concretando las fechas. Era un maxiproyecto, relacionado con el inglés y con la enseñanza, terrenos que me interesan, pero suponía mucho esfuerzo, mucha capacidad intelectual y organizativa y ser lo que aquí llaman a self starter una persona autoimpulsada, vamos.
La parte técnica en sí también era problemática, porque había que manejar un programa complicado y poco estable y porque la nomenclatura o codificación en principio resultaba liosa. Estaba bien pagado y suponía un paso adelante en mi currículum. Un señor paso, en realidad. Era un trapo rojo y el toro ya le había cogido cariño. Así que allá me fui, derechita, sin saber exactamente cuántas horas de trabajo suponía cada entrega o cuantas fases acabaría teniendo. En noviembre empecé a perfilar aquello y en diciembre ya estaba en pleno agobio. Se me fastidiaron las navidades…
Continúa aquí