Elsinora contra los malvados anacolutos I

Hoy mi perplejidad ha vuelto a niveles de cuando vivía en la Pérfida, así que ahí va esta crónica perpleja desde la ardiente piel de toro.

Hace unos meses empecé un curso bastante peculiar. Tiene que ver con el mundo del diseño y las artes gráficas y me ha permitido conocer la existencia de muchas cosas que desconocía y sobre todo, me ha puesto en contacto con unos seres extraños llamados anacolutos.

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Terror en el hipermercado

Ayer tuve una visión. De las terroríficas. Eran dos esferas enormes, blancas, que me miraban fijamente desde el otro lado del espejo. Era por la tarde y yo estaba girada en el vestuario del gimnasio.

Y sí, tu deducción es acertada, las esferas estaban acopladas en el lugar en el que la espalda pierde su noble nombre y empieza a llamarse “qué he hecho yo para merecer esto”.

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Palillos despiadados

A partir de ahora podéis llamarme “Palillos despiadados”.
Ya lo sé, más que dar miedo, mi mote de boxeadora mueve a la risa. Pero con estos bracitos que me ha dado la genética ya me diréis…
¿Qué tal La Lagartija de Chamberí?, así­ como el Potro de Vallecas pero en reptil escurridizo. Vale que no tengo puños de acero y mucho menos un bíceps descomunal, pero tengo mucha cintura… me muevo rápido. Fiu fiu. Mi pequeño saltamontes. Ya me he equivocado de animal.

Boxeo
StockSnap – Pixabay

¿Y a qué viene todo esto de los puños y los motes con animales? os preguntaréis. Pues es que el otro dí­a hicimos cardiobox en la clase de aquagym (o de aguají­n como dice un compañero; hay una tercera opción, aguagí­n, que me hace pensar en un vaso de ginebra con agua tónica).
La clase fue muy divertida y trabajamos mucho pero al empezar a dar puñetazos en bañador a la decena de chicas nos entraba un poco la risa. Andábamos tan escasas de músculo como de convicción. A quienes no les faltaba una pizca de interés en nuestra actividad era a los nadadores de la piscina grande. Habí­a uno en concreto que parecía hipnotizado. Tijera patada patada. Pum puñetazo en cara de mirón. Socorrista. Botiquín. Etc. Pero no, al mirón ni le rozamos.

Y ahí estábamos nosotras con nuestros ganchos y puñetazos al mentón, de lo menos creí­bles y nada amenazadores. La parte de las defensas con las piernas, en cambio, me salieron mucho más profesionales, se ve que me acordaba de mis tiempos de yudo.

Es curioso, en caso de necesidad me veo mucho más dando una buena patada a alguien que un puñetazo. Cosas de las caderas femeninas, supongo, y de los bracitos de lagartija, que no dan para mucho…