Hace un rato era un pincho moruno.
La contractura de cuello y hombro iba a peor, así que decidí seguir el consejo de mi alumna japonesa y acudir a una clínica china en la que practican acupuntura. No era exactamente mi primera vez, porque hace un mes, un osteópata, además de masajes y recolocación de huesos, crujido y almohada mediante, me aplicó cinco o seis agujas en las vértebras dorsales. Sin embargo, acudir a una clínica china auténtica es un reto mayor que recurrir a un indio llamado Habib que aplica las técnicas de un osteópata alemán llamado Gestenfeiser (más o menos; lo pongo en plan guiño a Cámera Café) en un chalet de una zona pija, porque Habib tiene un inglés casi perfecto y formación occidental -además de una secretaria hiperbritish y super estirada-, mientras que el personal de la clínica china de New Cross Gate (Lewisham) era muy chino.
Así que 33% de problemas de comunicación + 33% de choque cultural + 33% de contractura de trapecio = 100% de pincho moruno Elsinoril (vale, ya sé que faltan decimales, pero perdería gracia si me pongo con el coma 3333). Cabría descomponer a su vez ese 33% de contractura de trapecio en sus componentes, pero no estoy autorizada a hacerlo (vamos, que no sé exactamente a qué se debe; ya me gustaría).
La cita en sí fue accidentada, porque la recepcionista se equivocó y me dio mal la hora, con lo cual, cuando yo aparecí a la hora inicial mentalizada para convertirme en acerico -todo lo mentalizado que pueda estar para ello alguien que no es faquir ni masoquista, pero que necesita relajarse para sentirse mejor- vino la sonriente recepcionista a explicarme que se había equivocado y que bla, bla, bla (por cierto ¿cómo se reproducirá el bla, bla, bla en chino?). Arreglamos una cita para un poco más tarde, me volví a la biblioteca -la clínica está muy cerca de mi facultad- con mi Ulysses y mi Borges, y al rato regresé a lo que pensaba sería mi sesión de costura resignada a hacer de acerico, aunque lo que me esperaba en realidad era una sesión de cocina, parrilla más bien, Elsinoriyaki, podríamos llamarlo. Pero no adelantemos acontecimientos.
Al formalizar la cita me habían hecho rellenar una minificha médica que ahora tenía en sus manos una china de mediana edad, aspecto sereno y con un ojo estrábico (confié en que el famoso ojo clínico que se atribuye a los buenos médicos fuera el otro) enfundada en una bata blanca impoluta. Su inglés era mejor que el de la recepcionista, pero tampoco para tirar cohetes. Resultó que era “the doctor” (la ambigüedad del inglés no te informa del género, pero conociendo a Yoko yo tenía que haberme imaginado que se trataba de una médico mujer). Me preguntó qué me pasaba, se lo conté (dolor, tensión, muchas horas de ordenador, estrés), me preguntó si dormía bien, le dije que sí, que me levantaba con dolor de cuello pero dormía bien, comentó que para mi edad no era normal tener ojeras (¿?), que mi cara debería ser brillante/luminosa (?) en lugar de oscura y me tomó los pulsos (no sé cómo se llamará en medicina china) en los laterales de las muñecas.
Diagnosticó “low energy” y falta de equilibrio (no en plan vértigo, que también puede ser, ni en la dieta, que también, sino en plan yin y yang). Vamos, que voy circulando por el mundo con la reserva encendida y el reglaje de las ruedas desajustado.
Me pidió que le enseñara la lengua y anotó algo en el informe minimalista que había empezado a rellenar yo misma. Sentenció que lo primero era la acupuntura y que después veríamos si me hacía falta alguna pastilla. La parte de las pastillas a mí no me hacía demasiada gracia, por aquello de no saber exactamente qué te tomas, así que no le seguí mucho la corriente y le advertí que tenía el estómago sensible y que no podía tomar según qué cosas. Me dijo que se trataba de productos suaves, que en realidad todo estaba basado en hierbas, you know, y que eso no te puede hacer daño. El comentario me pareció completamente absurdo (la cicuta es una planta, si a eso vamos) y de no haberme contado Yoko que las sesiones de acupuntura le habían ido muy bien, me habría ido en ese momento.
Me pasaron a una salita, con una camilla y un perchero y una lámpara y con una cortina y me dijo que me quitara la camiseta y los zapatos y que me tendiera sobre la camilla bocabajo y salió de allí. Me llama mucho la atención el interés de muchos fisios y masajistas en dejarte solo cuando te quitas la ropa para preservar tu intimidad se supone, cuando a los dos segundos van estar encima de ti igualmente medio desvestido y durante un buen rato. En España los dos masajistas a los que he ido no tienen esa costumbre, pero supongo que es algo no sólo cultural sino personal. Imagino que para ellos es como un rito: cuando te están tratando lo suyo es que estés sin ropa, pero dos minutos antes debes tener intimidad porque aún no estás completamente en rol paciente.
La cosa es que al rato entraron la médico y la recepcionista (digamos, la ATS) me extendieron algo por la espalda y luego sin mediar palabra empezaron a colocarme las agujas por la espalda. Me dolió un poco o más bien, sentí como un respingo al introducir algunas de ellas, como cuando el médico te da en la rodilla y la rodilla responde, pero en plan más intenso. Empecé a sentir calor muy pronto y me acordé de que en la minihistoria médica junto a mi firma de autorización ponía “moxibustion treatment” o algo parecido. Me sonaba que la palabra quería decir “quemar madera” y pensé que por eso aquello estaba tan caliente, así que respiré hondo, relajé los brazos y me dispuse a aguantar aquel tueste espaldar tratando de frenar mi imaginación que ya andaba dibujando la silueta de mi espalda con una especie de palillos chinos humeantes sobre ella, cual banderas en una tierra recién conquistada al enemigo.
También pensé brevemente en eso de la tortura china, pinchos de bambú bajo las uñas y demás. E incluso en algún momento mi imaginación calenturienta (nunca mejor dicho) asemejó los pinchos a las varitas de pachulí e imaginé que se irían consumiendo por el fuego hasta desintegrarse y quemarme la espalda directamente. Deseché este pensamiento por absurdo (el papel que yo firmé no decía nada de “pachulibustión”) y contraproducente y me repetí que la medicina china es milenaria y está llena de sabiduría, ohm.
La buena noticia era que el calor -bastante notable- no se incrementaba, pero la mala era que tampoco disminuía al pasar el tiempo como yo esperaba y que nadie aparecía por allí. Me repetía que el calor local suele aliviar este tipo de dolencias y que si encima te saben activar los puntos correctos mucho mejor y bla, bla, bla y la verdad es que era un calor soportable, pero algo molesto (supongo que sobre todo porque nadie te explicaba la cosa). Al rato vino alguien, me preguntó si estaba bien, dije que sí, y encendió algo que incrementó el calor. La sensación es de que hubieran puesto una pantalla para reflejar sobre mí el calor que los pinchos desprendían, pero en seguida me imaginé que se trataba de infrarrojos, tratamiento que según Paco, mi fisio casi ciego de Madrid (con el permiso de M. digo lo de “mío”), no vale más que para preparar el cuerpo para el masaje, ya que es lo mismo que se usa para calentar los pollos o mantener las patatas fritas del burger a su temperatura.
Bravo por Paco, que no te deja que te hagas líos: tú eres un pollo o una fuente de patatas fritas. En este caso, yo era claramente un pincho moruno, bastante “meaty”, de carne pelín dura, por aquello de contractura. Al ratillo, como en la pelu, llegó el turno de apagar mi secador/infrarrojos y me quitaron también los pinchos (la metáfora peluqueril no es gratuita: no aguantaría yo estas cosas con tanta facilidad si no tuviera un background de permanentes malolientes y tirones de pelo y otras perrerías que te hacen en la pelu a poco que te descuides; para hacerte un moldeador también te tiran del pelo, te abrasan el cuero cabelludo y te ponen una escafandra-secador ardiente “para que el moldeador te coja bien, niña”).
La doctora me había comentado que la parte más tensa era el hombro izquierdo, cosa que me extrañó, porque al ser diestra siempre tengo más contractura en el lado derecho, por el ratón y demás. Me dijo que me iba a poner no sé qué artilugio para relajarme la zona y a continuación me colocó una cosa que parecía como una pinza suave enroscada. Me puso varias, en el centro y en la paletilla izquierda y los artilugios parecían ser redondos a juzgar por la sensación que producían. Lo que notabas era como si te estuvieran estirando en distintas zonas, una tensión bastante llevadera. Al rato regresó y me quitó los artefactos que sonaban como ventosas al quitarlas y como rulos al caer sobre el recipiente donde los fue depositando (como hija de boticaria que soy no pude dejar de pensar en las sangrías que se hacían antiguamente, pero sabía que no me habían cortado y además que ese tipo de cosas están contraindicadas en una pobrecita “low energy” como yo).
La cosa es ahora que ya estaba tostadita decidió dar forma a la carne picada en que me había convertido e inició el masaje. No sé qué tipo de puntos clave o yin y yans buscan, pero la sensación fue de un masaje occidental. Al llegarle el turno al lado derecho, comprobó que estaba bastante tensa la zona del tendón y me preguntó si podía venir al día siguiente para la siguiente sesión porque aquello estaba muy duro y había que ablandarlo. Emití un “I told you” en infrarrojo para que no lo oyera (a los chinos no les gusta la confrontación, y a mí cuando estoy en rol pincho moruno no me gusta discutir con el cocinero) y le dije que el día siguiente a la misma hora era perfecto (como sé que esto va para largo, cuando antes, mejor).
Me dijo que por hoy habíamos terminado y se marchó. Mientras me vestía descubrí un pequeño armarito pegado a la pared, y al acercarme vi que tenía apósitos para detener hemorragias además de tiritas con indicaciones en todos los idiomas. La verdad es que algo así te echa para atrás, pero afortunadamente lo descubrí después de la sesión, que había sido molesta, pero no dolorosa.
Salí de allí con el cuello más relajado, menos libras en el bolsillo, un bote de ginseng rojo coreano en sirope, y otro de unas pastillas a base de plantas para rebajar el estrés (contenía cosas como menta, regaliz; la etiqueta incluía por un lado la composición con los nombres latinos y reconocí unos cuantos) además de las marcas de las ventosas en la espalda, pero eso sólo lo descubriría por la noche al inspeccionar la espalda en el espejo antes de acostarme. Eso sí, las varitas de pachulí no habían dejado rastro.
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-Información sobre historia y el fundamento de la acupuntura aquí
-Más información sobre cómo se realiza la moxibustión aquí.
-La información del siguiente link no es apta para personas impresionables.
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