Resonancias – Amor, animales, vino tinto, y mestizaje
All you need is glove, ta ta ra ra rá. Continuando mi racha aperturista, el sábado abandoné mi claustro carapantallil para salir por la noche. Fui a un pub local, cercano, lo que no significa que fuera fácil de localizar, en medio de la noche, para alguien emparentado con Míster Bean. La idea era encontrarme con S. y su amigo Keiran, un músico irlandés, algo atormentado pero bastante majo y expresivo. Siempre intenta decirme cosas en español (sabe pocas palabras pero tiene buen acento, por aquello de su oído musical), le encanta España y odia lo inglés. Toca el trombón o algo semejante. La cosa es que además de ellos dos había otros dos tipos, que al principio no supe si eran nuevas “acquantancies” o viejos amigos porque el pub, que estaba hasta arriba, tenía pinta de ser de los que favorecen conocer gente nueva y además S. es muy sociable. Calculé que los dos nuevos andarían por los cuarenta y tantos años. Resultó que uno de ellos era el hermano mayor de Keiran, un tipo muy divertido, también músico y que el otro, Frank, era un personaje muy interesado por la literatura y las variedades del inglés. Por él supe que el inglés de Nueva Zelanda se parece al de Sudáfrica (me hizo algunas demostraciones que no soy capaz de reproducir, pero parecía saber de lo que hablaba). La cosa es que me lo pasé muy bien, me reí mucho y aprendí unas cuantas cosas.
En un momento determinado, a John (hermano de Keiran) se le ocurrió que debíamos cambiar la palabra “love” por “glove” (guante) en canciones pop diversas y ver qué pasaba. Cantaban un fragmento y nos reíamos un montón. Las intervenciones de Frank incluían también la mímica de quien toca la guitarra o el bajo, ya que él es lo que hace: lleva 12 años actuando por ahí, cantando y tocando la guitarra o el bajo con un compañero. Muy divertido. “I’m been glooooving you”, “glove me tender glove me sweet” y cosas semejantes.
Estos músicos tenían mucha imaginación, mucho sentido del humor y les interesaba el lenguaje, hacían imitaciones de distintos acentos, juegos de palabras y cosas por el estilo. De repente, de la manera más tonta, me encontraba en mi medio (aunque muchas bromas no las pillaba).
Unas cuantas pintas después el tal John se empeñó en convencernos de que los perros no pueden mirar para arriba porque la espina dorsal o las cervicales (él decía “spine”) no se lo permiten. Para explicarlo encogía el cuello, contraía los brazos y las manos y adoptaba una pose de lo más lograda y cómica. S. quiso llevarle la contraria (no sé si porque estaba en desacuerdo o porque estaba de mal rollo: problemas con el novio francés). La cosa es que cuando cerraron el local (fuimos los últimos: los hermanos conocían al dueño, también irlandés, un tipo circunspecto llamado John/ Kon; estuvimos hablando con él; cuando me presentaron como española el tipo se aprestó a darme un abrazo de oso; no sé de dónde se saca esta gente la información sobre las costumbres españolas o si en realidad tienen un morro que se lo pisan y aprovechan la situación para ver qué cae), decía que cuando cerramos el pub y volvimos todos a casa, hacia las doce o la una, nuestro vecino sacaba a pasear a su perro. Nos saludó con un cortés “evening” cuya resonancia desató en S la necesidad imperiosa de hacer un experimento. Tras carantoñas varias al sorprendido animal, realizadas por seres con diverso nivel etílico en sangre desde lo alto, comprobamos que al menos este perro sí era capaz de levantar la cabeza. Fue el final de una era, al parecer, porque John llevaba muchos años desarrollando e interpretando su teoría.
John pareció encajar bien el fin de su teoría canina. De hecho, al rato decidió volver a la carga con una variación musical nueva. La nueva estrofa decía que las arañas no se pueden sentar. Que la única manera de conseguirlo es darles con un martillo. Aquello hizo resonar en mi memoria un chiste muy antiguo que asociaba el número de patas de las arañas a su capacidad auditiva (se las iban arrancando, y cuando sólo le quedaba una se comprobaba que la araña no obedecía a la orden de “¡araña, anda!” y se concluía que las arañas tienen los oídos en las patas) que por lo absurdo a mí me hacía mucha gracia cuando tenía doce años (incluso recuerdo haber hecho un comic con diapositivas en papel vegetal para clase; siempre he sido un poco rara; recuerdo además que alguien pensó que se trataba de un ventilador y no de una araña y que eso me molestó mucho, pero a ver quién distingue un dibujo del tamaño de una diapositiva), pero me pareció muy complicado explicarlo y me limité a sumar mi risa reminiscente a las risas nuevas.
El tema Irlanda era uno de los más comentados y eso me recordó mi tema para la “dissertation”, de manera que mientras John imitaba acentos y explicaba curiosidades caninas varias “era del tipo “showman que escucha poco”- estuve contándole a Frank, muy interesado y entendido en cuestiones sobre Irlanda a pesar de ser inglés, que mi plan para la tesis era comparar dos traducciones al español de un capítulo de Ulises (Ulysses) de Joyce. El tema le interesó mucho y me habló con entusiasmo de la “poetry” del dublinés y me dijo que la palabra clave era “resonance” (como músico, barría para casa). Al ver que sus referencias eran muy cultas le pregunté si había leído el Ulises entero y por qué sabía tanto sobre literatura.
Frank me contestó que sus padres eran profesores, su padre en Oxford (o había estudiado allí) y que desde pequeño había oído hablar de estas cosas en casa, aunque su vida de músico de rock y jazz y demás no le había dejado leer mucho, que de hecho de Ulises había leído partes sólo (como la mayor parte de los escasos lectores de ese libro, empezando por mí). Me estuvo recomendando a Flannel O’Brian (que pronunciaba de una manera muy distinta a la mía), por ser muy divertido, cómico y reflejar muy bien Irlanda desde un punto de vista asequible. Para desengrasarte de Joyce, añadió. Prometió prestarme uno de las novelas de O’Brian y luego siguió recomendándome que viera la última película del mexicano Guillermo del Toro que según él también tenía relación con las inflexiones del lenguaje, el español en este caso y las resonancias. Y yo, que no recordaba nada sobre esa película, estaba perpleja con la idea de un laberinto de una sartén (“Pan’s labyrinth”) pero cuando me dijo que iba sobre la guerra civil española la cosa ya acabó de parecerme completamente inexplicable. La guerra civil contada por un mexicano a través de una sartén desorientada.
Lo peor de todo es que yo había leído una entrevista con el director, en español, hace un par de meses, pero es como si fueran realidades paralelas o como si aquello se hubiera borrado completamente de mi memoria: el título inglés, en medio de aquel pub irlandés lleno de humo, no despertaba ninguna resonancia del artículo que leí en el ordenador. En fin, creo que esta peli la tendré que ir a ver, porque a partir de entonces, varias personas me la han recomendado, y la repetición es un grado, ¿no?
Aprovechando que me tenía cerca, Keiran, el irlandés de Lewisham (distrito del sureste de Londres) aprovechó para preguntarme algo que le intrigaba desde hacía tiempo. La pregunta era por qué siendo española tengo la piel tan blanca y le acompañaba otra sobre cuál era mi apellido. Le dije que ni idea de la razón, que en mi familia todos tienen la piel más oscura, que en Inglaterra mi piel no destaca nada, pero sí el color de mi pelo, porque en realidad lo más raro, tanto aquí como en España, es tener la piel tan blanca y el pelo tan oscuro. Me contó la historia de los irlandeses morenos (black Irish, para saber más pinchar aquí ) que yo conocía a medias.
Dice la tradición que en los tiempos de la Armada Invencible algunos soldados españoles de la expedición que fue derrotada por las escuadras de La Pérfida consiguieron alcanzar la costa irlandesa y se quedaron a vivir allí, mezclándose con las mujeres locales. Ya se sabe que un latin lover, aunque maltrecho, siempre es un latin lover; y su atractivo gana por ser enemigo de los ingleses; y además siendo católico, un problema menos. Estas chorradas las digo yo desde el siglo XXI y no la leyenda; la leyenda por su parte habla de que los españoles se enamoraron de las lindas colinas de la verde Eire y de sus lindas mujeres de ojos claros (el concepto de latin lover es contemporáneo); algunos historiadores sostienen que hay testimonios de que para los españoles de la época Irlanda era un lugar inhóspito y poblado por salvajes, la cuestión es que desde el siglo XVII algunas voces inglesas intentaron emparentar a los irlandeses con África para colonizarlos con más facilidad, apelando a su “inferioridad” innata; de todos modos hay coincidencias genéticas que señalan que Irlanda recibió expediciones procedentes de España y África, pero no se sabe con exactitud en qué época ni en qué cuantía.
De esas uniones entre los barbudos soldados españoles y las pálidas damas irlandesas -sigue diciendo la leyenda- salieron hijos e hijas de piel clara y pelo oscuro y aún hoy quedan personas en Irlanda con esa extraña combinación (pero sin barba, es de esperar, al menos en el caso de las mujeres).
Yo conocía esta historia de los “black Irish” o los españoles en Irlanda, aunque con mucho menos detalle, porque a una prima mía norteamericana, hija de española y estadounidense, de piel pálida y de pelo negro, una vez que estuvo en Irlanda le encontraron parecido a ese tipo y le decían que ella era una morena del norte, o algo parecido. Mi tía me lo contaba a su vez resaltando que yo también parecía de ese grupo, pero hasta donde yo sé en ninguna de las dos tenemos ninguna vinculación con aquello.
Yo creo que sencillamente en España ha habido mucha mezcla étnica a lo largo de los siglos y que alguno de mis antepasados era norteño (mis hermanos y yo por lo demás nos parecemos mucho entre nosotros y a nuestros padres, así que no hay lugar para especulaciones del tipo tú fuiste encontrada no sé dónde y demás). Contesté a Keiran a lo del apellido, mencionando el apellido de mi padre. Ahora me doy cuenta de que le tendría que haber contado que en España tenemos dos apellidos, pero no caí, se ve que me estoy mimetizando un poco con el ambiente o que era muy tarde para estar afinando. La cosa es que me preguntó qué significaba, le conté lo que he leído -no me fío mucho- sobre una expedición de caballeros germanos que bajó a Francia y luego a la región de Levante.
A Keiran no le motivó mucho la historia de mi apellido por apartarse de los temas Irlanda y España o a lo mejor la variación sobre por qué los tiburones no pueden mirar hacia arriba requirió nuestra atención, la cosa es que el rato -serían las tres y media- tras unas cuantas pringles y sorbitos de vino tinto (no quería beber en ayunas) me despedí y con la resonancia de estas cosas y de mi investigación sobre costumbres y multiculturalismo en los oídos me fui a mi cuarto y me quedé frita. Cuando estaba empezando a conciliar el sueño, una resonancia real en forma de nudillo de S. llamó a mi puerta. Articulé algo que quería ser inteligible pero que en realidad debió sonar exactamente como “¡eem!”. S. decidió que estaba dormida y desapareció. Su llamada en la puerta tuvo una resonancia en el montón de botellas de vino vacías de la mañana siguiente. Un bonito ejemplar de una bodega de nombre catalán se erguía vacía y sanguinolenta como un barco vencido de la Armada Invencible en medio de las botellas de cerveza anglosajona. La sangre española corría por las venas de los irlandeses y sus ideas parecían confusas a la mañana siguiente. Y resonantes, eso seguro, la resaca del vino es como la del Mar del Norte.
Como te digo una có te digo la ó, que dice un personaje de Sabina o como dice el refranero, cada uno cuenta la feria según le fue.
Más información sobre la Felicísima Armada o Armada Invencible:
–Aquí encontrarás una versión discutible, parcial pero ilustrada e interesante (una mina para los estudios culturales).
-Visión más técnica y fiable pero más aburrida también aquí .
-Una perspectiva inglesa, en inglés, justo aquí.