La cultura a escena – Relato

(Lo que viene a continuación es un cuento que encuentro interesante, escrito por una buena amiga que me ha autorizado a publicarlo)

La cultura a escena.
Tragicomedia en pocos (pero espero que significativos) actos.

La escena se desarrolla en un espacio difuso y cambiante que tiene mucho de cajón de sastre, los personajes entran y salen de él aparentemente por azar, pero existe entre ellos una jerarquí­a tácita que todos respetan.

Los personajes, por orden de aparición, son los siguientes:

-Pequeño dictador 1.
-Coro anónimo, que completa la información.
-Pequeño dictador 2.
-Ex secretaria, que hace las funciones del Coro.
-Un espejo refinado.
-Una becaria.
-Un espectador osado.
-Un no-color (una no-novela, una pieza de anti-teatro).
-Un pintor bien relacionado.
-Dos personas motivadas de distinto sexo y una de ellas equivocada.
-La provocación o la mirada que ilumina.

Pequeño dictador 1.

Poco sabemos sobre él salvo que es el jefe de máquinas y que tiene unos horarios extraños. Llega como a las siete de la tarde, se cala su mono de mangas arrancadas y tras una breve vuelta por sus dominios se encierra en su cubí­culo. Al poco, según nos cuentan, se echa a dormir, pero cualquier anomalí­a en las máquinas, reflejada en una mí­nima diferencia en el ruido ensordecedor, le hace despertar de manera automática. Una vez, por ejemplo ahora mismo, sale hecho una furia y pegando tiros, que afortunadamente resultan ser de fogueo. Las mangas, dice el CORO, se las arrancó un dí­a en el que, ¡oh fatalidad!, se rompió algo. El resto de los operarios, haga frí­o o calor, debe respetar por contrato el sempiterno mono de manga larga, entre otras cosas para garantizar mayor protección de la piel de sus brazos.

Pequeño dictador 2.

Poco sabemos sobre él salvo que es el director de una editorial de éxito y que tiene unos horarios extraños. Llega siempre después de las doce de la mañana (tras un supuesto o real desayuno de trabajo que se ha prolongado), se cala su rictus escrutador (pliegue en la frente y las cejas inclinadas) y tras una breve vuelta por lo más granado de sus dominios (léase la flor y nata de la planta de edición literaria, el ensayo no viste tanto…) se encierra en su cubí­culo-despacho. Al poco, según cuenta en un aparte una EX SECRETARIA suya, suele ponerse a dormitar disimuladamente frente a los suplementos culturales y las cifras de ventas, pero cualquier anomalí­a en ellos, reflejada en quién sabe qué modificación de qué variable semiinconsciente, le hace espabilarse de golpe. En una ocasión, ahora mismo por ejemplo, sale hecho una furia blandiendo algo que parece un fajo de cartas de despido o un listado de tí­tulos a retirar del catálogo. Hay distintas versiones, según le preguntes a un empleado o a un autor.

Un espejo refinado y una becaria

El espacio natural del espejo refinado parece muy bien delimitado. Clase media alta, ambiente universitario o al menos muy marcado por la cultura. Más interesado en hablar de literatura que en hacer literatura. Más interesado por la perí­frasis que por la relación directa. Considera de mal gusto hablar de fútbol, Operación Triunfo o Tómbola (aunque las tres cosas le interesan medianamente). La cultura es algo en lo que uno se ve a sí­ mismo, y en versión estilizada. En lo que se refiere a las becarias la cosa es más difí­cil de precisar. Hay muchas y variadas. La nuestra es tontorrona y sin prejuicios.

El profesor universitario es ligeramente amanerado y tiene mal color de cara -o tal vez sea la iluminación del lugar. Está hablando con la vehemencia tibia del poeta al que ha traducido del inglés. Parece conocer su vida de memoria. De hecho, ha traducido un libro inédito de un poeta póstumo. Ha dedicado mucha energí­a a contrariar el deseo expreso del autor, que condenó aquel cuaderno a permanecer en un cajón.

ESPEJO REFINADO: -Un filólogo publicarí­a cualquier cosa que pudiera encontrar, y sin ningún remordimiento porque todo enriquece su…

Su respuesta contesta a algo que LA BECARIA ha preguntado por preguntar. En realidad la poesí­a nunca le ha gustado demasiado. Le gusta mucho más cuando le encargan reseñas sobre novelas de sudamericanos (con esa facundia verbal, esas imágenes, esa naturaleza desbordante, piensa LA BECARIA) o, lo que es más frecuente, cuando le toca entrevistar a algún novelista patrio, joven y con facilidad para generar titulares (y la novela de los cuerpos celestes estaba realmente bien…, le pareció). El profesor no le cae mal y lo bueno de su libro es que al tratarse de una edición bilingí¼e, la lectura cunde mucho (la becaria, por supuesto, no lee inglés), cosa fundamental teniendo en cuenta el margen que suelen tener los periodistas, becarios o no, para leer.

A lo mejor serí­a el momento de que se presente.

BECARIA (al público):-Soy becaria en un periódico de tirada nacional. No estudié Periodismo sino Derecho, pero me matriculé en un máster y aquí­ estoy, en un café-librerí­a de ambiente, jurarí­a, tratando de interesarme por este personajillo de cara verdosa que habla como si silbara y que cada dos por tres te desliza un latinajo.

ESPEJO REFINADO: -La vida de X ha dado mucho margen para la especulación sobre sus tendencias sexuales, entre otras cosas. Si era homosexual o no, es lo de menos, pero su misoginia ha sido objeto de…

BECARIA (para sí­): -Después de todo no está resultando tan mal la cosa. Inesperadamente la charla deriva hacia el ámbito de Tómbola.

ESPEJO REFINADO: -Es fascinante el contraste que puede suponer para una persona como él, crecida en la Nueva Inglaterra bienpensante y reprimida, llegar al Parí­s de 1910 y pasear por la zona de los prostí­bulos, o, sencillamente, escuchar en pleno Londres a dos mujeres diciéndose que no van a llegar a fin de mes y que tienen que ponerse guapas para su maridito. Lo más trivial encerraba para él una epifaní­a…

BECARIA (filosófica, en voz baja, con expresión algo perpleja): -Para mí­ todo esto no es ni la mitad de fascinante, pero el entendido en poesí­a es él…

Un no-color (una novela agonizante o antinovela, una pieza de no-teatro) y un pintor bien relacionado. Un espectador de a pie, osado.

Para nuestra desgracia, tanto los no-colores (y sus equivalentes en otras disciplinas) como los pintores bien relacionados están por todas partes. Sin embargo, los espectadores de a pie son un bien escaso.

ESPECTADOR DE A PIE, que ha osado acudir a una inauguración: -Los cuadros no parecí­an muy buenos, pero el pintor era hijo de otro pintor, que además ha dirigido un par de pelis cuando la movida madrileña y que por alguna razón no para de hacer anuncios en la tele últimamente y entonces allí­, la banda se dedicaba a mirar admirativamente los cuadros de formato 3×2 metros, negro sobre negro, pero ni siquiera un negro bien dado, ni siquiera un negro con textura, negro brochazo simplemente, negro mate, pero negro mate por casualidad y entonces una chavala con acento argentino y nariz de pájaro, con barbilla de luna cuarto creciente, plana por delante y plana por detrás, qué tristeza de mujer, cogí­a por la cintura al pintor no muy bueno hijo de otro pintor, el de las pelis de la movida, y luego lo soltaba para alejarse unos pasos del cuadro negro mate y para después acercarse al cuadro negro-mate-por-casualidad, entrecerrar los ojos algo opacos, algo mates también, romos, incluso, una chica sin ningún relieve, como se ve, y luego abrí­a el grifo de su verborrea arte contemporáneo psicoanálisis barato, me pareció, y de repente el negro significaba todo o no significaba nada, el formato 3 x 2 metros era en realidad (a partir de aquí­ lo dice todo muy deprisa, como si le faltara la respiración) un formato pequeño, un formato fragmentario sobre la esfera individual como reducto de lo único posible, era el futuro y el pasado contemplado como un aquí­ y un ahora circunscrito a su propia mismidad enorme e insignificante, era un estallido de luz, en algún (oscuro) sentido, pero en fin (se calla. Coge aire de manera visible), allí­ estaban también los crí­ticos de arte de los periódicos más importantes del paí­s tomando cava como locos y tomando como locos nota de lo que decí­a la argentina por si acaso significara algo y lo pudieran usar, saludando con mayor o menor soltura al tándem pintor-malo-pero-bien-relacionado-novia-nariz-de-pájaro-barbilla-de-cuarto-creciente, breve beso en la boca a ambos los más atrevidos, mano y dos besos los de centro, palmaditas unisex aquellos a quienes les dio por ahí­, mirando detenidamente el cuadro con los ojos entrecerrados, como si los brochazos negros mates fueran un cuadro impresionista y la cantidad de luz fuera a diferenciar un negro mate de otro negro mate o a hacer surgir algún contorno en medio de la nada.
Pausa.

ESPECTADOR OSADO (encogiéndose de hombros): -Hace poco leí­ que aquel pintor hijo de pintor, aquel fan del negro, nos representará en la Bienal de Venecia.

Dos sujetos motivados; uno de ellos, al parecer, equivocado.

El lugar debe ser algún sitio cercano a algún taller literario o alguna escuela de escritura.
Los motivados de ámbitos como éste de la Cultura no se andan con preámbulos de presentación. El narrador es el sujeto motivado número 1. La persona de la que habla es el sujeto motivado número 2 (al que se refiere como CLARA). El orden implica que el primero tiene la potestad de decidir que el segundo sea el motivado equivocado. Cosas del punto de vista. En fin.

SUJETO MOTIVADO NÚMERO 1: -Quizá por su formación autodidacta, o quizá porque soy demasiado cartesiano, el caso es que a veces me parece que CLARA no se entera de lo que lee. En ocasiones tengo la sensación de que ella lo ha entendido todo al revés (baja la voz para decir) la alternativa contraria me gusta menos: ser yo quien no ha entendido nada. Pero lo cierto es que da gusto hablar con ella. Lee con detenimiento, todo le interesa. Puede irritarse enormemente o manifestar entre grandes aspavientos que aquello es lo mejor que se ha escrito en muchos años, pero pronto la conversación adquiere profundidad. Lo más curioso es que cuando sus opiniones se dirigen a un campo más amplio, mi percepción se mantiene: con frecuencia no estoy de acuerdo con ella, pero siento que hablamos el mismo idioma. Que concedemos valor a las mismas o parecidas cosas. Eso me hace preguntarme qué clase tan extraña de ideologí­a es aquella que convierte a dos acérrimos de bandos contrarios en la mejor compañí­a mutua (el mejor complemento, el mejor camarada). El motivado con razón se ruboriza, tomando conciencia momentánea de que su enfoque está siendo demasiado personal ¿Cuándo se ha visto que los radicales de derechas y los de izquierdas se quisieran por el simple hecho de que la polí­tica les fascina?, me pregunto (se pregunta), y lo único que queda claro es lo excepcional de nuestra conciencia “polí­tica”, lo universal de nuestro interés.

Lo siguiente deberí­a ser que el Motivado 1 buscara en la extraescena al Motivado 2 (alias CLARA) y le diera un beso en la boca, pero entonces se nos podrí­a acusar, y con razón, de tener un enfoque demasiado personal. En todo caso, hemos tenido la picardí­a de situar al motivado 2 en la extraescena, lo que nos ahorra un problema.

Provocación o mirada que ilumina.

El espacio de la provocación o de la mirada que ilumina es algo tan concreto como a) una sección de un periódico y b), un museo.

VOZ EN OFF: -La noticia sobre la exposición la habí­a visto en una sección más bien absurda. A caballo entre la información local y la cultura de verdad verdad, aquel artí­culo que abrí­a el cuadernillo sobre Madrid solí­a contener curiosidades, localismos, entrevistas con aspirantes o debutantes a algo artí­stico. El tipo de texto que los plumillas, conscientes de que el tema es de segunda división, suelen salpicar con adjetivos inefables. Pero esta vez, extrañamente, el interés del titular se mantení­a durante todo el artí­culo y las palabras estaban al servicio de las ideas.
Al parecer un fotógrafo habí­a dedicado cinco años a retratar desnudos a conocidos suyos. Le pareció que un trabajo tan consciente y tan posado resultaba interesante y atí­pico en los tiempos actuales. El tipo era un fotógrafo consagrado (profesor universitario), que también habí­a realizado algunos documentales. Además de la descripción de las fotos (por primera vez en mucho tiempo se reconocí­a de qué hablaba el reportero, luego era de suponer que se reconocerí­a de qué hablaba el artista) el periodista recogí­a comentarios de los asistentes a las fotografí­as. Reacciones de distinto tipo.
Acudió a verlo y nada más entrar sintió un impacto. Pensó: ¿cómo tienen esto así­, sin transición ninguna? La toma de contacto deberí­a ser más progresiva. No se trataba de posados artí­sticos, ni de posados escatológicos o provocativos. Se trataba de retratos “integrales”. Ahora bien, ¿qué habí­a querido contar exactamente el artista? En algunos casos, eran las notas autógrafas que acompañaban a las fotos las que remataban el retrato: leyendo entre lí­neas, la impresión que el sujeto se habí­a esforzado en fingir, se delataba a sí­ misma en poco tiempo.

© Elena Alemany. Todos los derechos reservados.

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