Polacos de Polonia

Mi compañero de piso polaco volvió el sábado de Polonia, cosa muy propia. Durante las dos semanas que estuvo fuera, ocupó su cuarto un amigo suyo que habla un inglés peor que del polaco original, Jakob. Nos habí­a pedido permiso para ello a los flatmates y a la casera (para que su amigo usara su cuarto, no para que hablase peor inglés ;-)))). Al regresar ahora, han venido también dos amigos más, polacos de la misma Polonia, que vienen mucho por casa. Son todos altos, igual que B. y el polaco dos, y misteriosos porque hablan casi todo el rato en polaco (su inglés es pobre) y se rí­en ruidosamente y con mucha frecuencia, como corresponde a los veintitantos años que tienen. No sé qué tiene la risa de otros idiomas que asusta. Lo curioso es que al volver, el inglés de B. me pareció muy bueno, por contraste, y que el inglés del polaco 2 (de nombre H.), con eso de que lleva en casa dos semanas, aunque es bastante limitado, ha ganado en eficacia. Los idiomas son básicamente estadí­stica, así­ que a mayor exposición a posibles mensajes mayor probabilidad de entenderlos y contestar correctamente. Dicho con más claridad: H. se imagina lo que le puedo decir porque ha hablado más veces conmigo y con otras personas en situaciones parecidas en Londres y yo me imagino qué significan sus monosí­labos, o sus gestos o su extraña pronunciación porque le voy conociendo y porque me centro en lo que es probable que me diga y no en todo lo que podrí­a decir. Al anticipar lo que es más probable oí­r, ahorramos a nuestro filtro mental un montón de operaciones (es la misma lógica que en las páginas más visitadas en la red o programas más usados del escritorio, o los teclados predictivos de los móviles, que a su vez se basan en las redes de neuronas que más se usan). De este modo el proceso de reconocimiento gana en eficacia y fiabilidad. O sea que entender es haber entendido en el pasado y para ello lo fundamental es haber oí­do.
En este momento en que escribo (8 de la noche) acaban de entrar en casa los dos polacos nuevos. Uno se llama Mathias y es ingeniero informático. El nombre del otro no lo recuerdo, aunque B. me los presentó muy formal, con las palabras adecuadas (“Elsinora, I want to introduce…”) y no de forma esquemática y un poco a lo Tarzán de otras veces, forma que yo misma utilizaba al principio con F, mi casera. B, de repente, se arranca con fórmulas complicadas que conoce bien o te deja una nota bastante bien escrita, con sus condicionales bien puestos y un vocabulario variado, aunque otras veces te pone cuarto y mitad de faltas de ortografí­a. No me extraña, porque ya sólo saltar de su alfabeto al latino debe ser difícil. De todas formas también se nota que estudia inglés y trata de practicar: no es sólo que de vez en cuando le vea con su diccionario sino que su vocabulario aumenta. Su idea es quedarse en Inglaterra unos tres años más. Antes de Londres, estuvo viviendo en Irlanda. La cuestión es que hace un rato llegó el polaco 2, H, con su aire de Wally el de “Encontrar a Wally” y sus ojos despistados tras las gafas. H ha venido a Londres para quedarse, su mujer está aún en Polonia pero vendrá en cuanto él se haya instalado convenientemente, cosa que parece ir para largo, porque está teniendo dificultades para encontrar trabajo.
Por un lado mola tener vidilla y tanto hombretón joven cerca, pero por otro mi compañero de piso y sus tres amigos han okupado la cocina (en la “tiny room” de B, que fue la mía, no caben los cuatro; menos siendo tan altos) y yo tendré que cenar en algún momento.
La inmigración polaca es una de las más numerosas en UK. Para saber más sobre la vida de los compatriotas de B. en la Pérfida pincha aquí­.