El peor enemigo de los carteros

Estábamos con la escena “cartero comercial versus perro rabioso”. Imaginad: una puerta con su ranura horizontal a media altura. La parte de arriba es de cristal esmerilado, lo que garantiza en un 90% que va a haber una cortina, probablemente con puntillitas, puntillitas que se enredan con el folleto, la carta de amor o del juzgado, o lo que se quiera introducir por semejante orificio. No hace falta que tenga puntillas: la cortina más lisa del mundo también se resistiría al paso de tu folleto, o de tu soneto, por pura física: es una pared vertical que opone resistencia, si bien afortunadamente es un cuerpo elástico. Pero antes de luchar con la cortina tienes que luchar con la famosa pinza. En este caso, además, hay una especie de grapa sobresaliendo del marco metálico del buzón, que tú no ves hasta que es demasiado tarde. Te clavas la grapa, porque no hay forma humana de presionar la pinza sin meter la mano hasta dentro. Metes el folleto, te clavas la grapa, observas con alivio que no está oxidada y justo en ese instante suena un ladrido como a medio centí­metro de ti, vibra la cortina con sus puntillitas, vibra el marco de metal, vibras tú como si fueras una campana y te imaginas que estás siendo mordida por el dichoso perro sólo porque todo ha sido casi simultáneo: el folleto, la cortina, la grapa, y el perro. Qué digo perro, la fiera salvaje que sigue ladrando salvajemente aunque tú ya hayas doblado la esquina.

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