El mapache investiga (pa’bernos matao)

Movida por ciertas molestias digestivas recurrentes y por una extraña reacción alérgica cuando estaba en París (me convertí en un mapache de repente) me decidí por fin a hacerme una prueba de intolerancias alimentarias.

Había analizado diversas posibilidades y la opción mejor no era muy clara: costaba cara, te extraían sangre y tardaban una semana en darte los resultados. La segunda mejor opción tenía muchas ventajas: mucho más barata, no te pinchaban y te daban los resultados a los diez minutos (y te hacían la prueba al lado de casa), pero tenía un considerable problema de credibilidad.

Mapache investigando

El sistema era demasiado esotérico hasta para mí (y eso que ya tengo bastante experiencia en extraños  fenómenos cuerpo-mente). Esotérico o no, de repente un día me vi pidiendo cita en el herbolario sede de la segunda mejor opción y otro día, concretamente  el día post fiesta de navidades de mi empresa me vi sentada a la mesa de la Pitonisa Lola y conectada a un aparato de biomagnetismo de fabricación italiana que emitía una pequeña pulsación sobre mi índice derecho que se colaba en el meridiano del intestino, pulsación que luego atravesaba el resto del cuerpo y salía por la otra mano, que agarraba un ancho cilindro metálico para hacer masa.

Amperímetro

El aparatejo, conectado por USB al portátil de la Pitonisa Lola versión dueña de herbolario de Chamberí, empezó a dar pequeños pitidos, con un sonido que recordaba al aviso de que has recibido un email, con la diferencia de que en lugar de recibir un email habías recibido un diagnóstico. Y así hasta 190 o más.

El razonamiento subyacente es que se asocia cada producto con un tipo de impulso y según el tiempo que tarde cada uno en atravesar tus tejidos se determina una intolerancia mayor o menor. La cosa es que, sorpresa sorpresa, después de una noche a base de cervezas y pinchos (había barra libre en la fiesta de empresa) y pocas horas de sueño y un par de cafés con leche para espabilarme, me salió una intolerancia alta al alcohol, la levadura de cerveza, el café y la leche.

La lista del top ten no se quedaba ahí. A finales de diciembre había unos invitados especiales en la parte alta de la lista: el chocolate, la almendra, las avellanas, el marisco, el azúcar blanco… y bueno también la pera, que en fin, me daba un poco igual, porque ¿a quién le preocuparía no poder tomar pera en Navidad cuando no puede tomar ni turrón, ni polvorones, ni bombones, ni roscón… ni vino?

Había más sospechosos habituales: no estaban en la lista de los más buscados, pero también tenían su punto de intolerancia: patatas, tomate, melocotón y uvas. Y por supuesto la intolerancia a los lácteos dejaba fuera de juego un montón de delicias de distintos tamaños y texturas.

¿Qué iba a ser de mí sin dulces navideños, sin cava ni marisco en Nochebuena, sin uvas el 31, ni Roscón el día de Reyes? ¿Soportaría nuestra heroína semejante prueba? Por si fuera poco, tampoco podía refugiarme en la supuesta comida sana: el atún, el salmón, la lechuga eran considerados “caca” según el cacharrito de la pitonisa.

La buena noticia -había una buena noticia- era que podía tomar todo tipo de carne: vaca, cerdo, pollo, cordero, y embutidos (siempre que no tuvieran leche), huevos y todo tipo de cereales, conservantes y colorantes (?) y mis frutas favoritas, además de té, miel, sacarina y azúcar moreno (hasta podía comer acrílico, lana y algodón y algo llamado “candiflor”, según el informe de Lola). Así que podía ponerme hasta arriba de filetones y de embutidos… y de macedonias. Empecé a pensar que quizá la Pitonisa Lola supiera lo que se hacía…

Esa sensación duró hasta el primer desayuno con el nuevo régimen: sin café, sin leche y sin poder tomar pan (por la levadura), ni bollos…

5 respuestas a «El mapache investiga (pa’bernos matao)»

  1. ¿Y cómo has sobrevivido hasta ahora, Elsie?
    Si todo eso es cierto, tienes un organismo a prueba de bomba, que te ha llevado hasta aquí.
    Millones de besos post-reyes.

  2. Buena pregunta, Parianea. Cualquiera que se haga una prueba de estas descubre cosas inesperadas. Es como llevar el coche al taller, que te sacan cincuenta mil cosas…

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