Antes de poder darme a las galletas Bon maman y los desayunos reposados, París me recibió con ciertas reservas: el avión durante el aterrizaje traqueteó como si estuviera borracho mientras yo me esmeraba en estar erguida y relajada a un tiempo en mi particular versión de “Misión imposible”, en el camino en coche desde el aeropuerto a casa de mis amigos nos salió al paso cuarto y mitad de atasco y después, al inaugurar el metro (línea 7 por cierto, a la altura de la parada de Pierre y Marie Curie) aquella tarde de jueves, un mosquito decidió que mi sien izquierda era de lo más suculento que había visto en mucho tiempo y me metió un buen picotazo.
De dónde había salido un mosquito en pleno mes de noviembre no sabría decirlo, ni tampoco me sirve de mucho saber que en el Metro de Madrid desinsectan periódicamente y es muy improbable ver insectos en ninguna época del año, porque es evidente que el Metropolitain parisino tiene un ratio de basura, virus y bacterias por metro cuadrado igualada por pocos metros de capitales del mundo occidental. Para mí que no lo limpian desde que lo inauguraron en 1909, pero en fin (mi amiga tiene planeado meter en el autoclave hasta los abrigos que lleva puestos cuando va en metro y además nunca le da al botón de apertura del vagón con la piel desnuda…).
Así que tras mi viaje en metro me salió un bonito habón rojo que picaba un poco, pero poco más. El resto de ese primer día lo pasamos paseando por los grandes bulevares (Saint Michel, Saint Germain) bajo una lluvia persistente y también caminando por los alrededores de la Tour de Saint Jacques etc y por las orillas del Sena.
Cenamos en un restaurante muy agradable que no recuerdo muy bien, pero de lo que me acuerdo perfectamente es de que como venganza hacia los animales invertebrados que tan cordialmente me habían recibido y dado que la carta no incluía mosquitos del metro parisino nos comimos unos estupendos escargot regados con vino blanco Chablis. Obviaré decir que mi afán de venganza y mi inexperiencia con las pinzas hizo aconsejable que me pasaran los escargot ya pelados para evitar males mayores en la elegante ropa del resto de comensales del elegante restaurante parisién (en París casi todo es elegante).
Regresamos a casa tirando a tarde, y me acosté en aquel cuarto de la niña instalado en el sótano que me recordaba a mis tiempos londinenses, por aquello de la humedad y por un cierto aire de familia entre la dueña de la casa, y la dueña de mi antigua casa, la insigne S. (seguramente esta dueña también es disléxica, que es como se llama ahora a la gente desorganizada).
[Aquí se hace necesario explicar que me alojo en la casa de unos amigos españoles que han intercambiado casa con una pareja parisina con una niña durante 3 meses; aprovecho para mandarles un beso grande a los dos y agradecerles la invitación].
Pronto se hizo evidente que una cama que resulta holgada para una niña de 3 años no es la ideal para una pariente lejana de Tachenko.
Pero en realidad lo más curioso sucedió el día siguiente, al levantarme del amplio sofá-cama del salón (apto para parientes de Tachenko) en el que había dormido como una reina. Nada más ponerme en pie noté una cierta tirantez en la cara así que me miré al espejo: apareció una especie de mapache con pelo largo que recordaba vagamente a mí misma y que me observaba con sorpresa y recelo.
Tenía la cara como una pelota, mejillas muy redondeadas, los pómulos hinchados, las bolsas de los ojos completamente infladas y por efecto de aquellas fuerzas esféricas mis ojos que normalmente recuerdan más bien a los de un autillo alerta se achinaban (recordando más bien a un pajarraco asustado en medio de una tormenta de nieve).
En definitiva: parecía la hermana morena de René Zelweger en el papel de Bridget Jones.
Como no me había dado ningún golpe la única explicación era una reacción alérgica a algo reciente o una reacción retardada a la picadura de dos días atrás (tenía algún puntito rojo nuevo, además).
Hasta un mapache con un aire a Bridget Jones sabe que los remedios evidentes para un caso así son aplicar frío y tomar antiinflamatorios. Lo primero me lo regalaría París todos los días sucesivos y de lo segundo traía yo reservas en la maleta, junto con un protector gástrico por aquello de evitar hemorragias.
Lo idóneo hubiera sido contar con antihistamínicos, pero yo solo los tomo en primavera para la alergia al polen, así que no los tenía conmigo y supuse que dar explicaciones a una farmacéutica francesa muy concienciada contra la automedicación y poco concienciada respecto a las dificultades de expresarse de alguien que lleva muchos años sin hablar en francés y sobre todo víctima del shock de haberse convertido dueño de una cara como una pelota no iba a ser una medida fácil.
Me duché y desayuné tranquilamente y luego, ilusa de mí, cogí la cajita de Clinique “Great skin 1-2-3” comprada en el duty free de Barajas, que promete darte una piel estupenda en tres pasos (limpiar, exfoliar e hidratar), como un calvo que se aferra al último crecepelo del mercado. Y bueno, decidí centrarme en el paso 3 la hidratación para no irritar demasiado mi cara de mapache con limpiadores y tónicos por más suaves que prometieran ser.
Aquella pócima llamada Dramatically Different Moisturizing Lotion (loción hidratante extremadamente distinta) parecía una buena solución y de hecho al principio noté un cierto frescor, pero después, tras repartir bien la crema la piel se empezó a poner roja y al rato toda la cara salvo la frente estaba bastante caliente.
Se ve que el cutis de los mapaches es distinto al de las mujeres e inesperadamente mucho más sensible a los cosméticos sin perfume o que en términos más empíricos (por aquello de hacer honor a nuestra estación de metro Pierre et Marie Curie) que al frotar repartí la histamina por el resto de la cara y extendí la inflamación, pero eso sí, tenía la piel dramáticamente hidratada 🙂
Menos mal que podía contar con la ayuda inestimable del frío parisino, que me iba a acompañar en todo el viaje y que además de disminuir la hinchazón justificaría en cierta manera el tono rojo de la cara sin necesidad de que la gente me atribuyera injustamente una afición desmedida por el vino de Burdeos (cuando yo soy más de vino blanco, o de cerveza, dónde va a parar).
(Continuará)
Wala!!! cuánto tiempo!!! me sigue encantando leerte…
Y a mí que me leas 🙂 Bienvenida, Nausinae.
Elsie, hasta los antiblogueros como yo acaban rendidos ante los encantos de tu prosa.
Me alegra saber que has vuelto a tu tamaño normal. Si ya en condiciones normales me sacas medio metro…
Besos,
Ucha
Bienvenue, Ussha. Me alegro de que te guste el blog. Un abrazo.
Es que Elsie no es bloguera, es escritora…
Beso enorme, mon petit carcajou.
Como loca estoy por volver a Paris. Y la próxima vez que vaya, buscaré la Place Edgar Quinet por si me encuentro con Joss Le Guern y me anuncia algo bueno… Que tal como se está poniendo aquí el patio, me dan ganas de hacerlo caso a Fred Vargas en lo de “Huye rápido, vete lejos”…
Mil besos, Elsie…
¿Puedes dar más detalles sobre la Place de Edgar Quinet etc…? Mi no sabe…