Qué cosas inventa el hombre blanco… (final)

o Santa Elsinora del Buen Retiro, la santa nerviosa

(Esta es la tercera y última entrega de la serie. Artí­culo 1 aquí­ y artículo 2 aquí­)

Me entregué a la apertura de canales con energí­a, acción y frase redundantes, ya que los canales precisamente están destinados a canalizar la energí­a, pero en fin, concentrémonos en la cosa. La posición no era muy di­fícil en sí­, sobre todo para alguien acostumbrado a cosas como controlar la posición de los isquiones, el sacro, llevar el ombligo a la columna, practicar la respiración lateral mientras una tacita imaginaria reposa sobre las abdominales, o nadar con camiseta, paletas en la manos o las piernas cruzadas en una piscina de 25 metros y no morir en el empeño, pero me estaba resultando difícil mantener las piernas y la cadera ligeramente flexionadas, como nos pedí­a a cada rato el instructor, argumentando que así­ era más fácil tener una posición relajada.

Artes marciales en el parque
Daniel Tay – Pixabay

Por más alumna aplicada que soy la asignatura de la relajación siempre me cuesta y de hecho la obligación de tener que adoptar esa postura “relajante” no me relajaba nada y notaba las piernas cada vez más cargadas. Imagino que las dos niñas de unos ocho años que habí­a a mi izquierda, en la zona de practicantes avanzados, que no paraban de hablar, reír y moverse tuvieron parte de responsabilidad en mi nivel de tensión. Iban con alguno de los adultos que habí­a junto a ellas, pero no pude descubrir con cuál ni por tanto decirle unas palabritas sobre su educación. Y por otra parte, el paso continuo de domingueros con o sin perros y con o sin niños que se nos quedaban mirando como si fuéramos las fieras de la (antigua) casa de fieras, tampoco ayudaban a mi relajación, ni tampoco el frí­o pelón. Pero ya se sabe que estas cosas de la cultivación espiritual no son fáciles, como nos enseñó ese pozo de sabidurí­a que es Karate Kid o las historias de El Pequeño Saltamontes. Así­ que ahí­ estaba yo, tratando de hacer las posturas de Falun Gong como quien se enfrenta a unas oposiciones, voluntariosa pero nada relajada.

Postura de yoga
Irina L – Pixabay

En honor de un mejor transporte del chi y por un cierto arrojo torero propio de la gente castiza, me habí­a puesto a practicar sin los guantes, pero al rato, con dos grados sobre cero, y con ambos brazos superiores levantados y casi inmóviles decidí­ que terminar con las manos congeladas no serí­a bueno ni para mi chi ni para mi futuro taurino (como editora Freelander 4X4 no ando tan lejos de ser bombera torera), así­ que me los puse. Justo en ese momento el instructor explicaba que en el caso de las mujeres la mano derecha debí­a ir por debajo de la izquierda y al revés en los hombres, cosa que ya habí­a leí­do en otros sitios y que se basa en que las mujeres según la cultura tradicional china somos yin y los hombres yang y tal y pascual, pero a mí­ esto me molesta un poco, porque no creo que todas las mujeres sean comparables ni tampoco todos los hombres (y porque no me gusta el papel sumiso, secundario y pasivo que nos asigna la tradición china) y por eso no termino de asimilarlo, pero en fin, pensé que no era momento de sacar la vena feminista y obsequiar al pobre chino de escaso dominio del español con una encendida charla sobre la igualdad de géneros (aunque seguro que me habrí­a hecho entrar en calor :-). De forma que fui progresando adecuadamente, con esporádicas correcciones del profe, pero siendo tan consciente de que necesitaba relajar la postura como incapaz de lograrlo. Fuimos avanzando en los movimientos y en sus repeticiones y llegamos al momento de la meditación.

He aquí­ la parte más complicada, pese a ser la más simple, porque tení­as que quitarte los zapatos (pese a los dos grados sobre cero) y sentarte sobre una esterilla en la posición del loto o del semiloto y permanecer cuarto de hora con los brazos extendidos a la altura de los hombros y después media hora con las manos en el regazo. Otra vez el arrojo torero me la jugó, porque quise hacer el loto completo ya que mi flexibilidad me lo permití­a.

Monje oriental haciendo yoga
Pixabay

Para quienes no lo sepan, el loto completo es la tí­pica posición sentado en el suelo con las piernas cruzadas y los pies sobre los muslos contrarios. Los pequeños problemas que tení­a eran que mi flexibilidad me permite hacer el loto completo algo así­ como cinco minutos en una habitación climatizada y no por supuesto cuarenta y cinco minutos, inmóvil sobre una fina esterilla dispuesta sobre un suelo congelado y desigual y a merced del aire gélido. El profe nos pedí­a que permaneciéramos en aquella postura y con expresión bondadosa y serena, dejando la mente en blanco, pero al mismo tiempo siendo conscientes de que estábamos meditando.

Mucho más fácil decirlo que hacerlo, porque a ver quién es el guapo que sonrí­e con cara bondadosa y serena cuando las tibias se te clavan en los muslos, cuando notas que los pies se te están congelando por la inmovilidad y la postura y tienes dos niñas que no paran de reír y parlotear mientras sus padres están demasiado sumidos en la meditación bondadosa y serena como para mandarles callar de forma serena y bondadosa (o de otra forma cualquiera, si a eso vamos).

Aguanté unos diez minutos en posición de martirio ortodoxo modalidad Falun Gong, tratando de centrarme en algo que no fuera mi propio malestar, pero luego decidí­ que el mundo podí­a vivir sin una Santa Elsinora del Buen Retiro, y que más valúa restablecer la circulación sanguí­nea en mis piernas antes de que me las tuvieran que amputar. Empecé a mover los dedos de los pies, primero discretamente y luego con cierto vigor y al adoptar la segunda postura de meditación cambié a semiloto (puse uno de los pies debajo del muslo contrario) y traté de dejar la mente en blanco como pedí­a el profesor pero al mismo tiempo siendo consciente de que estaba meditando. Y diréis que cómo se come eso, en mi caso me limité a sacarle el jugo a la comodidad relativa de la postura nueva, respiré hondo y sonreí­ de forma semiserena y semibondadosa al notar cómo progresivamente ambas piernas inferiores recuperaban cierto calor y cierta sensibilidad y mientras me alegraba de que aquellas niñas tan maleducadas no fueran nada mí­o y fuera a perderlas de vista en breve.

Buda sobre montículo
Marisa04 – Pixabay

Al terminar la cosa y ponernos de nuevo los reconfortantes zapatos, el profe nos estuvo contando a la rubia y a mí­ algunos aspectos de la historia del Falun Gong. Dijo que llevaba ocho años practicando y que desde que lo hací­a le bastaba dormir cuatro horas para estar lleno de energí­a, que nunca cogí­a catarros o gripes y que por otra parte lo más importante de esta disciplina era la parte espiritual basada en la práctica de la Verdad, Compasión y Tolerancia. Su tolerancia al frí­o y a las niñas ruidosas y los mirones y los perros explicaba parte de los beneficios fí­sicos y espirituales de la práctica, era evidente, pero viendo sus labios completamente cortados pensé que poco efecto tení­a aquella práctica para proteger su piel.

Le di las gracias al instructor, cosa que le sorprendió mucho y me marché a casa deshaciendo el camino hasta las vacas de la Cow Parade (que me parecieron más feas que a la ida). No sabrí­a evaluar el efecto de la práctica, pero al mirarme en el espejo en casa me pareció que tení­a la cara tersa y relajada que me dejan los masajes, pero ignoro si fue por la práctica en sí­, por el efecto del frí­o en la cara o por el alivio que representaba regresar a casa, a una temperatura y unas posturas más agradables y sin niños chillones ni perros ladradores en las inmediaciones.

Cuando escribo esto también es domingo, léase dí­a de práctica, pero como lloví­a y tení­a pendiente mi relato, en lugar de plantarme en el Retiro he preferido practicar mi sonrisa serena y bondadosa frente al teclado del ordenador, para relataros esta aventura. Y me he puesto cacao los labios, no sea que se me corten y mi sonrisa pierda efecto.