Cuánto deporte… (III)

Las estaciones se sucedían y los chavales de enfrente, que no debí­an ser de Madrid, hací­an bromas sobre sus nombres e incluso les tiraban besos con esa inmunidad al sentido del ridí­culo que sólo la edad, el grupo o el alcohol otorgan. Su entusiasmo por los pequeños detalles me recordó mi propia sorpresa en los primeros tiempos de Londres, si bien quise creer que yo era mucho más discreta y mis observaciones más sutiles. La estación favorita de la chavalerí­a era con diferencia Lago.

Después de celebrarla conveniente dos de ellos se enzarzaron en una pequeña discusión sobre si era correcto o no llamar “arcada” al soportal cubierto de arcos que alojaba la estación al aire libre. El chaval del grupo sostenía que “arcada” sólo significa lo que precede al vómito. En todo caso, a estos chavales les faltaba vocabulario por todas partes y les sobraban prendas estridentes (¿o soy yo que estoy desfasada?).

Observando la sucesión de arcos de piedra pensé que hacía años que no iba a la Casa de Campo y me acordé de cuando fui para hacer la prueba del First con el Instituto Británico y de cuando de pequeños í­bamos a remar en el lago. Cualquiera dirí­a que me había embarcado en un viaje nostálgico-temático, en el que sólo tendría cabida lo relacionado con Periodismo, el Inglés y el deporte. Dirí­ase que los caminos de la línea blanca son insondables.

En Lago precisamente habían subido unos cuantos chavales con el mismo chandal y la misma bolsa de deportes, que indudablemente formaban parte del mismo equipo, de un deporte que no pude determinar. Una de las chavalas, pintada como una puerta y con una delirante combinación de estilos de ropa, dijo mientras les miraba: “eso sí­ que mola, poder hacer deporte así”. Y ahí directamente pensé que no entendí­a nada. Poco después otra de las futuras masterizadas en Periodismo Deportivo y Comunicación Nosecuantitos decidió ofrecerle su asiento a un señor mayor pero en lugar de comunicárselo como la comunicóloga que supuestamente era se levantó con la carpeta aún en el regazo y el bolso medio colgando y se acercó hasta el señor.

El señor no quería sentarse y además tení­a a su disposición un asiento libre (razón por la que yo no le habí­a cedido el mío), de manera que la chavala volvió a su sitio, con la carpeta todaví­a sobre las piernas. Lo dicho, que eran buenos chavales, pero pelí­n desinformados estos periodistas deportivos.

Un poco como yo hace unos cuantos años, supongo.

3 respuestas a «Cuánto deporte… (III)»

  1. Jo, si me lo llegas a decir, te acompaño al Decatlon.
    Hace tiempo que quiero ir, pero me da pereza. Y es que Rubén, nuestro monitor de natación, tiene unas chanclas chulí­simas y baratísimas que son de allí­ y les quiero echar el guante antes de que se acaben. Así como renovar las gafas de natación (a 3 euros, creo)y el bañador si hay alguna oferta, porque el otro día me lo puse al revés por las prisas y como es un modelo antiguo y no deportivo, se me vieron las lolas en toda regla al nadar a espalda para deleite de Rubén y el resto de los monitores.
    Lo que no me pase a mi en la piscina…

  2. Efectivamente, visto lo visto 🙂 -que les pregunten a Rubén y a sus compinches-, creo que NECESITAS ir a Decathlon.
    Ahora en serio, los bañadores me parecieron muy feos, pero a lo mejor buscando bien…

  3. Como sigamos así­ nos van a tener que pagar los de Decathlon por la propaganda, aunque creo que a ti te van a descontar algo de la comisión por decir que son feos los bañadores…

Los comentarios están cerrados.