Cuánto deporte y cuán lejos de casa (II)

La vuelta a casa no resultó demasiado épica, pero tampoco demasiado tortuosa. Aunque tenía que hacer dos trasbordos y usar dos billetes distintos, durante la mayor parte del trayecto era posible depositar aquellas bonitas mancuernas de PVC en el suelo y en los cambios de línea el secreto estaba en aguantar lo suficiente hasta las escaleras mecánicas.

Me había propuesto aprovechar el largo viaje para avanzar trabajo (como cazadragones part-time no me queda otra), cosa que pude hacer a la ida, pero a la vuelta estaba demasiado cansada para ir leyendo mi manuscrito en inglés, así que lo volví a meter en el bolso lamentando el peso extra y me puse a observar a mi alrededor. Cuatro chavales con cuatro carpetas idénticas soltaban risotadas enfrente de mí. El lomo de la carpeta decí­a: “VI Master de Periodismo Deportivo”.

Los observé con mayor detenimiento (tres chicas y un chico) para concluir que rara vez habí­a visto a gente con un aspecto más alejado del deporte. No era sólo un asunto de la forma de vestir y la complexión, sino también de la postura y la actitud corporal.

Me acordé también de mis compañeros de Periodismo, especialmente de unas chavalas que venían a clase todos los días con el Marca retorcido y que al parecer sabían todas las alineaciones y las estadísticas. Llevaban unas uñas largas pintadas de oscuro y un look semiheavy que siempre me había desagradado. La cosa es que estas chavalas ignoraban cualquier cosa que no fuera fútbol y por supuesto no practicaban ningún deporte.

Volviendo al presente, leí­ en la carpeta de los chavales “Universidad Juan Carlos I” y me acordé de un amigo mío que es profe allí, precisamente en Periodismo y me pregunté si estos cuatro serían alumnos suyos. Parecí­an buenos chicos, y a efectos académicos su mal gusto para vestir y su exceso de ingenuidad no creo que fueran relevantes.

A mi derecha habí­a otros tres tipos curiosos. El del extremo, muy moreno y con rasgos de origen árabe pero claramente español y nariz de boxeador hablaba animadamente con el que tenía a su lado, un chaval de pelo castaño y cara vagamente inglesa, repanchingado sobre el asiento y con su pie enfundado en una zapatilla de marca pisando el asidero metálico del vagón con esa dejadez fí­sica tan anglosajona.

El del pelo oscuro le hablaba en español y el otro le contestaba en inglés, con un marcado acento del centro de Inglaterra. El que estaba junto a mí­, rubio y de formas redondas, tenía un libro de baloncesto sobre el regazo, y sobre él un paquete de tabaco y un cuaderno. Parecí­a norteamericano y vestía con un look de hace diez años. A éste sólo le oí hablar en español con acento vagamente inglés. Estaba bastante estresado por cuestiones de trabajo y los otros dos trataban de tranquilizarle sin esforzarse demasiado en el empeño, me pareció.

El del medio, el del acento no londinense, se puso a hablar en un español perfecto y entonces ya no supe si realmente tení­a cara de inglés o había sido una suposición hecha después de haberle oído hablar con tanta fluidez.

Por la conversación y el aspecto deduje que eran periodistas deportivos y bilingües y de alguna forma me sentí muy cerca y muy lejos de ellos al mismo tiempo. Ninguno de ellos parecí­a demasiado deportista, por otra parte.

Las estaciones se sucedían y los chavales de enfrente…

Continuará.

(Como los más observadores habrán notado, he vuelto a la plantilla original. He pensado que un post tan largo con un cuerpo 8 podí­a ser matador, y como de momento no puedo modificar el tamaño de letra me ha parecido mejor volver a esta plantilla).