Las aventuras de Madame Betadine en Pekí­n

No he nacido para exploradora del Más allá; ni siquiera del más acá, si me apuras.

Los que me conocen y los que me leen asiduamente saben que no me caracterizo precisamente por mi buen sentido de la orientación (aunque en Londres mejoré bastante), rasgo que lógicamente no facilita las cosas al viajar al extranjero. La situación llega al extremo cuando un@ se pasa una semana en China, en medio de caracteres que no comprende y sumid@ en un grupo que habla en inglés, y yendo de un polideportivo a otro en autocar la mayor parte de las veces, en medio del calor, la humedad y la bruma.

La cosa no es grave si vas en un viaje organizado y además con alguien que ya ha estado allí­, pero para alguien tan verbal como yo el hecho de no ser capaz de recordar los nombres de los lugares visitados más allá de La gran muralla (The Great Wall) o La ciudad prohibida (The Forbidden City) o el Mercado de la Seda y las Perlas (Silk and Pearl Market; a éste no fuimos, porque nos pareció mejor idea tratar de conseguir entradas para el partido de baloncesto España-Grecia) dificulta bastante la organización de los recuerdos y experiencias del viaje.

Muralla china

Así­, por ejemplo, resulta molesto tener que referirse a la zona de copas que visitamos como la zona-del-lago-donde-estaba-el-restaurante-vietnamita o pasar las hojas de la guí­a en busca de la zona donde estaba tu hotel y ver que todo te suena a chino y que no entiendes nada hasta que se enciende la luz y recuerdas que la zona del hotel era Dongcheng o Chengdong o Feng shui o Kublai Kan. Me fui a China bajo la apariencia de cultureta occidental y varias lunas después he vuelto convertida en Elsinora Pelo al Viento y Rodillas Coloradas.

Lo de las rodillas, que ya mencioné aquí­ en vivo y en directo, viene a cuento precisamente del “momento postración involuntaria” que viví­ a diez metros del autocar, cuando regresábamos al bus tras una comida en un restaurante internacional en la zona del lago: una docena de platos y un par de cervezas locales, conversaciones cruzadas en inglés y una lucha intestina con las camareras chinas para lograr que entendieran que “bottled water”, “mineral water” o “still water” no eran sinónimo de “agua del grifo llena de bacterias”, sino intentos más o menos desesperados de pedir una modesta botellita de agua para reponer líquidos.

También estaba aquel caballero inglés al que le faltaba un dedo empeñado en comerse sus noodles con palillos, la tarta de cumpleaños para una inglesa del grupo (las velas, al quemarse, activaban un chip que emití­a la cantinela del cumpleaños feliz; hay que ver estos chinos; en todo caso algo pasó porque la canción se oyó como un quejido de la vela al arder más que como una melodí­a festiva) y el váter de agujeros en el suelo con el que nos topamos y luego la taza de madera impoluta.

Plato de pasta oriental

En medio de todo esto, el encuentro con un cámara de Televisión Española al salir del restaurante y el tipo que ante mi incredulidad juraba y perjuraba que habí­a venido a este local para comer jamón español porque el restaurante era portugués (y ciertamente vi a la entrada una carta con productos portugueses junto a otra carta de platos vietnamitas) y el mismo tipo con su niky con el anagrama de TVE diciéndome “adiós, manchega” y decenas de platos de comida yendo y viniendo y las sonrientes camareras chinas empeñadas en cambiarme la botella de cerveza por una nueva a la mí­nima de cambio.

En fin, que lo raro hubiera sido que hubiese podido digerir todo esto sin despeinarme, y así­, buscando un correlato fí­sico a mi confusión mental me dije a mí­ misma “hagamos algo” y diligente como soy cuando me pongo, encontré un obstáculo en el suelo y decidí­ tropezarme con él, a diez metros del autobús aparcado, y caí­ de rodillas al suelo pekinés, no tanto maravillada ante el despliegue de lujo oriental como vencida por tanta cosa incomprensible junta.

La rana Gustavo herida

Mi amigo y compañero de fatigas, confuso también ante esta realidad compleja, pero más modesto o prudente en la elección de sus correlatos, ya que se dedica a la prevención de riesgos, se contentó con dejarse caer la comida en diversas partes de la camisa, según diversas coreografí­as versión Mister Bean con palillos, y con dejar caer su gorra desde el respaldo de la silla al suelo todo el rato, gorra que sistemáticamente alguna camarera china se empeñaba en darme a mí­.

El conductor del autobús, chino, entendió perfectamente que mi correlato no estarí­a completo sin que un lugareño tuviera un papel destacado, así­ que en cuanto subí­ al bus se acercó a mí­ con diligencia y el botiquí­n y primero me puso dos tiritas sobre las dos rodillas, luego me las quitó y sacó un bote de un lí­quido morado y un bastoncillo de oí­dos, y un paquetito de toallitas impregnadas con un niño chino dibujado, me limpió la zona, abrió con energí­a el bote de antiséptico y me hizo un cuadro abstracto en la parte alta de cada pierna (bulto morado sobre fondo blanco; ¡y cómo escocí­a!), cuadro que tuve oportunidad de lucir el resto del viaje y por el que se interesaron a diario mis compañeros de viaje ingleses y que me obligó a iniciar la moda del pantalón pirata remangado.

Aún hoy, con la herida completamente cerrada, la costra me tira y me pica. Creo que tendré que buscarme correlatos más virtuales en lo sucesivo, aunque eso suponga privarme de conseguir un souvenir artesano o de un ready made corporal hecho a medida en Beijí­n e incluso aunque eso le prive al grupo de conversación para rellenar los ratos muertos.

Pues ya sabéis la forma de convertirse en Madame (o Monsieur) Betadine. Es divertido, pero all in all no termina saliendo rentable, porque al regresar a España no encuentras a quién venderle el cuadro que te pintó el conductor de autocar chino sin perder el uso de tus piernas (y blancuchas y todo, les tengo cariño).

Seguiremos informando.

Una respuesta a «Las aventuras de Madame Betadine en Pekí­n»

  1. Qué andarías buscando tú en un restaurante de carretera cutre, con lo fina que nos es nuestra doña Simoneta. Imagino que ibas de incógnito por aquello de los peligros de Oriente Próximo. Espero que te hayas empezado a recuperar, en todo caso.
    Pero sí­, por favor, ríete todo lo que apetezcas de mi momento “rodillas a tierra”… porque no es para menos. He tenido un momento “¿bordillo por qué estás tan cerca?” en mi piscina de verano nadando un ancho a crol, pero apenas ha dejado rastro y además ni siquiera tenía a ningún chino a mano para pintarme un cuadro abstracto en la mano. (los socorristas son majos, pero carecen de la imaginación y los recursos de los orientales).

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