Animales de piscina I

Una piscina municipal es un ecosistema curioso. Si se encuentra situada en España, lo más probable es que esté bastante limpia y que tenga precios populares, muy lejos de los que tení­an los Leisure Centers de Londres, mezcla de piscina, miniparque acuático y centro de recreo.

Tanto en España como en Reino Unido es más barato ir a clase de natación que nadar por libre, además de que pueda ser más recomendable si el interés que le mueve a uno/a es aliviar alguna dolencia o mejorar la técnica.

En todo caso, los domingueros de la natación, una curiosa especie que describiremos en breve, suelen preferir ir por libre. O más bien suelen pensar que no tienen otra opción, ya que los domingueros, como todos los arquetipos sociales, están condicionados por un cierto determinismo (biográfico o narrativo, según el caso). “No sé si podré venir martes y jueves a esta hora, no sé qué pasará la semana que viene, hay que ver cuánto trabajo y qué dura es mi vida etc, etc”.

El dominguero habitualmente es alguien que tiene una profesión liberal, tirando a sedentaria. Un oficinista en sentido amplio. Un buen día empieza a tener problemas de espalda o simplemente atraviesa una temporada especialmente estresante o su antigua agilidad le abandona de repente y decide que no puede pasar un día más sin ponerle remedio. Como no es lo bastante dominguero para ponerse a correr así­ de repente sin encomendarse antes a San Menisco, patrón de los deportes de impacto, o simplemente porque le gusta el agua, decide localizar la impedimenta piscinil que se acumula al fondo del armario e incluso comprar los complementos que le hagan falta y tirarse al agua a la mayor brevedad (esta brevedad en el caso de ser dominguera dependerá en mucha medida del nivel de depilación reinante).

Si esto ocurre en Londres, y el dominguero o la dominguera lleva poco tiempo en el país/ciudad, primero tendrá que hacer unas cuantas investigaciones y sortear o saltar algunos “cultural gap”. Como su estado físico no es el ideal, lo más probable es que su forma de saltar estos “baches culturales” no resulte precisamente elegante (ya se sabe: sólo los grandes bailarines o atletas hacen parecer fácil lo difícil). Pero en fin, pese a sus defectos, cuando se empeñan en algo, los domingueros tienen un considerable grado de tesón en su dominguerí­a (intenso pero poco duradero, porque si su tesón fuera constante pasarí­an a la condición de “habitual”, especie con otros rasgos, de los que quizá podamos ocuparnos después) así­ que no se van a dejar derrotar por semejantes minucias.

De esta forma, el dominguero hispánico afincado en La Pérfida se enfrentará progresivamente a los inalcanzables clubes deportivos privados, que requieren costosas suscripciones anuales y que normalmente están en el centro, lejos de su casa de las afueras, y también a las piscinas victorianas del siglo XIX remodeladas con diversa fortuna y al extraño concepto de higiene de estos recintos en Inglaterra, donde por algún motivo sus semejantes en bañador parecen tener alergia a las chanclas y otros artilugios considerados seguros e incluso higiénicos en su país de origen.

Una vez en la opción menos mala -una piscina local semipública- le costará asumir que los para otras cosas asépticos ingleses consideren una buena idea llenar el agua de sus piscinas de cabelleras sueltas deseosas de poblar nuevos espacios. Pero la evidencia es clara: por más que busca, en este paí­s de carteles y advertencias, el dominguero no encuentra ningún cartel que proponga, sugiera o recomiende (ya se sabe lo peliagudo de los “recommend”, “suggest” y “propose” ingleses a la hora de traducir al castellano) a los bañistas el uso de gorros, preceptivo en las piscinas cubiertas españolas (qué tiempos aquellos, se dice el dominguero, en los que la gente iba a nadar con gorro; qué paí­s más civilizado es España, ahí­ donde lo ves, pese a las cabezas de gambas en el suelo de los bares).

Así­ que el dominguero o la dominguera se ponen su bañador en su cabina mientras intentan no tocar ninguna parte del cubículo donde se están cambiando, so pena de infección fulminante. Luego, coge la mochila y la percha con la ropa y se dirige con ingenuidad a buscar los “lockers” (taquillas) en medio de un cierto olor a lejía y humedad añeja, el gota a gota de un grifo roto hace décadas, los churretes de pintura azul aquí y allí tratando de disimular torpemente los desperfectos del muro centenario. Digo que se dirige con ingenuidad hacia las taquillas porque el dominguero no conoce este mamotreto victoriano de estructura extraña y existe una alta probabilidad de que vaya a terminar en el vestuario de los (así­ llamados) gentlemen. Si es un dí­a de suerte (todo dominguero tiene un dí­a de suerte) quizá evite esa bonita escena en la que tras abrir una puerta o girar por un pasillo se encuentra a un viejo enclenque en pelotas (a una vieja enclenque en pelotas si es dominguero) y puede incluso que no se meta en ningún “baby change room”  donde alguien le está cambiando los pañales a su hijo y le tome por un pederasta.

Sea como fuere…

Continuará

© 2015-2005; Elsinora Bonasera.
Puede usar este artí­culo para actividades sin ánimo de lucro, siempre que cite la procedencia y se incluya link al lugar de origen.

Una respuesta a «Animales de piscina I»

Los comentarios están cerrados.