“Apatrullando” la ciudad (versión detallada, parte III)

A mitad de este proceso habí­a llamado a mi hermano y me había saltado el contestador. Dejé un recado y proseguí­ mi peregrinar. Decidí­ que me apetecía ir a un parque y me dirigí­ a Saint James.

Tumbada en el parque de Saint James el cielo estaba más alto que nunca y algún pájaro planeaba en lo alto hasta tener el mismo tamaño que los aviones que pasaban de vez en cuando. A mi lado un corro de treintañeros centroeuropeos, probablemente polacos porque su acento se parecía al de mi compañero de piso nacido cerca de Cracovia, hací­a botellón adulto con cerveza Stella (mi preferida de la Pérfida), Pringles y vino blanco. En un momento dado uno de ellos se metió dos patatas en la boca de tal forma que parecían dos picos de un pájaro (pensé en el Pato Donald) y a los otros les hizo tanta gracia que le fotografiaron e hicieron una ronda de retratos con dos Pringles.

Yo observaba esto con el cansancio del déjà vue y cierta envidia porque las Pringles no me hubieran venido mal. Desde ahí­ fui a Leicester Square con idea de conseguir unas entradas half price para Mary Poppins, pero la sesión era a las 7 y media y a mi hermano y mi amiga no les iba a dar tiempo a llegar desde Kew Gardens. Mis paseos por Leicester y Soho lógicamente despertaron nuevos recuerdos y sensaciones, por no mencionar la cena después en un italiano de Old Compton street (el Amalfi, muy recomendable) y la vuelta Charing Cross abajo hasta la estación de tren del mismo nombre.

Como acostumbran a hacer en Londres, aprovechan el fin de semana para hacer obras, de manera que nuestro tren estaba interrumpido entre London Bridge y la siguiente estación, pero no caí­mos hasta que estuvimos frente al panel. Esto me hizo acordarme de un delirante viaje a Brighton con mi amiga Angelina, con los trenes cortados y diversas vicisitudes. Tuvimos que cambiar de plan y coger un tren hasta Waterloo East y ahí­ coger el autobús. Se trataba del bus que he cogido decenas de veces para volver por la noche: como tantas veces ahí­ estábamos esperando, un puñado de londinenses y yo, con una diferencia: ahí estaban Carol y mi hermano.

La cosa es que yo pensaba que estaba recorriendo la ciudad, pero era la ciudad la que me recorrí­a a mí­.