Aceptamos Elsinora… (parte IV)

Al rato entraron la médico y la recepcionista (digamos, la ATS), me extendieron algo por la espalda y luego sin mediar palabra empezaron a colocarme las agujas. Me dolió un poco o, más bien, sentí­ como un respingo al introducir algunas de ellas, como cuando el médico te da en la rodilla y la rodilla responde, pero en plan más intenso. Empecé a sentir calor muy pronto y me acordé de que en la minihistoria médica junto a mi firma de autorización poní­a “moxibustion treatment” o algo parecido. Me sonaba que la palabra quería decir “quemar madera” o algo semejante y pensé que por eso aquello estaba tan caliente, así­ que respiré hondo, relajé los brazos y me dispuse a aguantar aquel tueste espaldar. Lo importante era sobre todo frenar mi imaginación, que ya andaba dibujando la silueta de mi espalda con una especie de palillos chinos humeantes sobre ella, cual banderas en una tierra recién conquistada al enemigo.

También acudieron a mi mente ciertas escenas archivadas bajo el epí­grafe “tortura china”, pinchos de bambú bajo las uñas y demás. E incluso en algún momento mi imaginación calenturienta (nunca mejor dicho) asemejó los pinchos a las varitas de pachulí­ e imaginé que se irían consumiendo por el fuego hasta desintegrarse y quemarme la espalda directamente. Deseché este pensamiento por absurdo (el papel que yo firmé no decí­a nada de “pachulibustión”) y contraproducente y me repetí­ que la medicina china es milenaria y está llena de sabidurí­a, ohm.

La buena noticia era que el calor -bastante notable- no se incrementaba, pero la mala era que tampoco disminuía al pasar el tiempo como yo esperaba y que nadie aparecí­a por allí­. Me repetí­a que el calor local suele aliviar este tipo de dolencias y que si encima te saben activar los puntos correctos mucho mejor y bla, bla, bla y la verdad es que era un calor soportable, pero algo molesto (supongo que sobre todo porque nadie te explicaba la cosa). Al rato vino alguien, me preguntó si estaba bien, dije que sí­, y encendió algo que incrementó el calor. La sensación es de que hubieran puesto una pantalla para reflejar sobre mí­ el calor que los pinchos desprendí­an, pero en seguida me imaginé que se trataba de infrarrojos, tratamiento que según Paco, mi fisio casi ciego de Madrid (con el permiso de Maica digo lo de “mi”), no vale más que para preparar el cuerpo para el masaje, ya que es “lo mismo que se usa para calentar los pollos o mantener las patatas fritas del burger a su temperatura”.

Bravo por Paco, que no te deja que te hagas lí­os: tú eres un pollo o una fuente de patatas fritas. En este caso, yo era claramente un pincho moruno, bastante “meaty”, de carne pelí­n dura, por aquello de contractura. Al ratillo, como en la pelu, llegó el turno de apagar mi secador/infrarrojos y me quitaron también los pinchos (la metáfora peluqueril no es gratuita: no aguantarí­a yo estas cosas con tanta facilidad si no tuviera un background de permanentes malolientes y tirones de pelo y otras perrerí­as que te hacen en la pelu a poco que te descuides; un moldeador al uso incluye que te tiren del pelo, te abrasen el cuero cabelludo y te pongan una escafandra-secador ardiente “para que el moldeador te coja bien, niña”; eso sí­, el moldeador te coge estupendamente ;-))).

La doctora me había comentado…

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*La serie “Aceptamos Elsinora como pincho moruno” va dedicada a Metrolando, como guiño a sus investigaciones borgiles. Espero que le guste.

17 respuestas a «Aceptamos Elsinora… (parte IV)»

  1. En ascuas nos tienes (anda, mira qué bien traí­do).
    Bueno, ¿falta mucho para que sepamos si perdiste el tiempo y el dinero, o por el contrario han fidelizado a una nueva clienta? Cuenta, cuenta…

  2. Veo que te has metido muy bien en situación (con ascuas y todo).
    Tienes algunos datos: después de la sesión (o sesiones) aún puedo teclear porque no me dañaron ningún tendón importante… ¿No te basta con eso? ;-)))
    Los que tengan mucha curiosidad pueden echar un ojo a la sección Páginas. Ahí­ hay algo que puede saciarla (que no se diga que soy una blogger amarilla cual Nieves Herrero).

  3. Aun a riesgo de cargarme el suspense, te diré que lo que me está ocurriendo es que el dí­a de la sesión siempre me encuentro muy aliviada, pero al día siguiente estoy peor de lo que estaba antes de la sesión. Según mi doctora es normal en estos casos de contracturas: el dolor va y viene pero al final desaparece. Al fin y al cabo la acupuntura no deja de ser una agresión y el cuerpo tiene que recuperarse, además de que al activar los puntos concretos la “mala energía” que estaba estancada ahí­ se moviliza y hay que eliminarla (la explicación es mí­a… y pelí­n cutre, pero creo que se entiende).
    Eso sí, el susto el primer día que te encuentras mal después de la sesión no te lo quitas, aunque hubiera bastado con que te lo advirtieran (pero veo que la medicina china no va por ese lado).
    Como ayer tuve sesión hoy estoy dolorida, pero creo que la cosa está mejorando porque ayer me notaba bastante bien.
    Lo difí­cil es cuidarse y currar en la tesis al mismo tiempo, porque el cuerpo quiere cambiar de postura, pasear, hacer ejercicios cada poco rato y la tesis dice lee, compara, toma notas, la fecha de entrega está a la vuelta de la esquina. En fin, Pilarín, de esta me gano el cielo o me doy al alcohol ;-)))

  4. No, no te des al alcohol, que eso no se quita con acupuntura. En cuanto a que parece que la medicina china no va por el lado de explicar al paciente qué le pasa… mira tú por dónde acabo de descubrir que la panda de médicos que me toca en desgracia en una alarmante mayoría va a ser china. A lo mejor es que me tocan a mí­ todos los chinos, o directamente me ha tocado la china, pero puede que esté ahí­ la explicación de su maní­a de NO diagnosticar. Medicina china depurada, pues: no es que no te lo cuenten. Es que no se molestan en diagnosticar. 8 meses llevo con un brazo medio inútil, y sólo por fin ayer conseguí­ que mi médico de cabecera me mandara a hacer un diagnóstico. Lo conseguí… porque estaba de vacaciones y me atendió otro. Eso sí­, me puso “preferente” pero en administración decidieron que si querí­a consulta preferente que me fuera yo a pelearme al centro de especialidades. O sea: me tocó la china otra vez…
    He pensado que lo de darme al alcohol antes de cada visita al ambulatorio puede ser una buena idea para no acabar cometiendo una masacre de toda la panda “china” que me toca, porque a lo que fui en realidad ayer fue a recoger los resultados de una biopsia… ¡que habían perdido! y no pensaban (y siguen sin pensarlo) reclamarlos de nuevo. Otra vez la solución es: si quiere saberlo, váyase al hospital y diga que no los encontramos. ¿Cómo lo ves?
    Y etc.

  5. Vaya tela, maja. Lo primero aclarar que mi último comentario no se debe a “presión psicológica”, sino a un intento de animarte para que sigas con el blog siempre y cuando el tiempo, las contracturas y el talante te lo permitan, que no soy tan cruel.

    Tu versión acupuntura-pincho moruno me tiene muerta, pues mi experiencia en este terreno es muy escasa y se limita a cuatro sesiones en Lavapiés y con Eduardo -que es gay casado pero no médica china- que cada cual tiene su aquel. Yo me dejé clavar unas cuantas agujas en la cabeza porque me las recomendaron para “destensionarme” y “reequilibrarme” en plena crisis parianeil hace unos nueve meses. Y allí que me dejó sola en la primera sesión para relajarme, según el, pero no se me dio muy bien aquello con esos chismes clavados que no es que me dolieran exactamente pero si sentí­a un jode-jode en algunos puntos (síntoma de que respondía al tratamiento según Eduardo)que no sabí­a una en esos momentos si se iba a queda peor, aunque esto último fuera poco probable.
    Tras sobrevivir a la primera sesión me recetó ampollas de litio (que me debió ver algo bipolar y tal), pastillas de hierbas chinas (también inofensivas como en tu caso, pero aclarando que no todas las hierbas lo son, de lo que ahora deduzco que me querí­a evitar el traguito de cicuta a diferencia de tu china)y por último y más chic “diatonato”, que aunque denominación tan vulgar no lo haga sospechar es un compuesto de oro, plata y cobre en plan homeopático. Así­ que me fui la mar de contenta pensando que al ingerir metales tan nobles iba a poder decir con conocimiento de causa aquello de “nena, tu vales mucho”…
    A las dos sesiones siguientes fui más tranquila porque ya sabí­a a lo que iba, incluido lo de la relajación en soledad, pero la cuarta y última resultó algo diferente, que para algo era una sesión de acupuntura versión Lavapiés.
    (continuará)

  6. ¡Toooma! Suspense por partida doble. Ahora tenemos al público esperando el desenlace de dos acericos…
    Bueno, seguiremos atentos a nuestras pantallas…

  7. Sólo puedo deciros:
    Teresa, paciencia china, mujer. Paciencia y busca otros médicos con un poco de profesionalidad…
    Y Parianea, cuenta, cuenta. A mí­ los pinchos en la cabeza me impresionaron. En realidad en cualquier sitio que se vean. Lo bueno de que sea en la espalda y el cuello es que no lo ves. Las hierbas contra el estrés que me dieron me están yendo bastante bien, por cierto, pero me he negado a probar otras cosas que me querí­an dar, porque no sabí­a su composición.

  8. Elsinora, cariño, me tienes muy preocupada. No sé si serán el estrés, el carapantallismo, la acupuntura o una mezcla de todo un poco las razones de que hayas olvidado donde tengo los ojos. Comprendo que hace mucho que no nos vemos, pero te comunico para tu tranquilidad que ni la acupuntura ni ningún otro tratamiento me los ha trasladado de sitio. Y es una suerte, porque si además de imaginarlo llego a verme con el cuero cabelludo y la oreja cual acerico, empiezo a correr y no paro. Si que me he quedado un poco ojiplática este último año, pero eso es otro tema y se debe a lo mucho que me asombro, que no paro.
    En fin, paso a contaros mi última sesión de acupuntura versión Lavapiés, que ayer estrené mis merecidas vacaciones y tuve que salir. No intentaba provocar suspense, Teresa.
    Resumiendo, todo iba conforme a lo previsto y visto en las anteriores sesiones, si exceptuamos que me cambiaron de sala. Eduardo se disculpó por el cambio al principio de la sesión, pero a mi sólo me pareció más pequeña que la otra y con un pequeño ventanuco cegado a pie de calle. Total, como nadie iba a verme excepto Eduardo, no me pareció importante.
    Cambió de opinión cuando tenía la cabeza llenita de agujas y me dejó sola para relajarme. Y a Dios pongo por testigo que lo estaba intentando con todas mis fuerzas, cuando un tal Junior y una tal Jessica empezaron a resolver a voces sus diferencias en plena calle. Lo de “devuélveme el rosario de mi madre y ni se te ocurra quedarte con todo lo demás” sonaba amplificado en mi camilla. A la pareja se unieron varios transeúntes, el propio Eduardo y la dueña del local, que intentaban -sin éxito alguno- amainar el temporal. Y con la que estaba cayendo, yo me hallaba sumida en un dilema importante: pasar o no pasar a la acción. Me preguntaba si mis deberes cívicos eran más importantes que permanecer en el anonimato, ya que si me daba por salir a la calle en plan heroí­na-acerico había fundadas posibilidades de que se quedaran pasmados de la impresión antes de que aquello terminara como el rosario de la aurora. Por fortuna, la llegada de la policí­a y la aparición de un desolado Eduardo lleno de disculpas pusieron fin a mis cavilaciones. Lamentando muchí­simo el alboroto, me quitó la agujas y me dio el alta -que me veí­a él con otro tono- no sin antes clavarme unas cuantas chinchetas en las orejas para “reforzarme” mientras me endilgaba un “no te preocupes niña, que casi no se ven y se caen por sí­ mismas cuando no te hagan falta”. Hala, que además de discretas eran más listas que el hambre.
    Y de esta guisa salí a una calle ya tranquila con mis chinchetas, muy aliviada por no tener que impresionar a nadie. Que en mi barrio sales llenita piercings y ni te miran, pero con un craneo-acerico serí­a distinto, digo yo. No saben de la que se libraron.
    Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado…

  9. Tu historia es estupenda, Parianea. Qué buen guion harí­a. Ayer hubo un amago de discusión en mi clí­nica porque un paciente no paraba de hablar por teléfono en voz alta y en una de las salitas se alzó una voz protestando, diciendo que por favor se callara, que tení­a dolor de cabeza, que precisamente por eso estaba ahí­, y el otro sin enterarse de nada. Así como diez minutos, bastante irritante. Luego la enfermera medió y el pesado se calló. Pero la verdad es que agobia la situación. No me quiero ni imaginar lo tuyo.

    Ojiplática y todo, sé perfectamente donde tienes los ojos, mujer:-)) Lo que quiero decir es que en algunas posturas o en algunas partes (en un brazo, en la tripa, en la cabeza si te lo hacen cuando estás sentado) si ves las agujas o ves a los acupuntores “actuando” debe impresionar más. No sé por qué pero yo me habí­a imaginado lo tuyo en plan silla de dentista y tú viendo un trozo del tipo manipulando… o su sombra (demasiado cine expresionista). Lo ideal, cuanto menos lo veas…

    Por cierto, ¿qué opinas del asunto mesa?

  10. Me parto, guapa. Sí­ que has visto mucho cine de todo tipo. Aquí te tumban en una camilla y te lo hacen desde atrás, con lo que no ves nada, como mucho la cara de Eduardo cuando entreabres el ojo -lo menos posible- y la mar de sonriente, que no tiene el pobre ninguna vocación de Nosferatu.
    En cuanto a la eficacia del tratamiento no te he comentado nada porque no sé qué decirte. Después me encontré mejor, pero no sé si fue debido al litio, las hierbas chinas, los metales preciosos, la acupuntura con refuerzo de chinchetas, los reiterados mimos de los amigos, la paciencia de mi hermano, los masajes de Estrella, los paseos, el pasajero affair con Antoñito -el poeta-, o la natación, con todo lo que se quedó en el agua. Supongo que todo ayudó.
    Tampoco puedo decirte que me encuentre del todo equilibrada. Pero, ¿cuándo he estado yo equilibrada?
    Cambiando de tercio, con el asunto mesa creo que has salido ganando. Ya te imaginas lo que pienso sobre la decoración y enseres que consideran necesarios los caseros de la Pérfida. En mi primer piso de Londres, mi dormitorio sólo contení­a un colchón en suelo, una silla y un armario. El irlandés Paddy consideraba superfluo todo lo demás. Mi dormitorio de Southbourne si tenía de todo. En cuanto a la casa de Loughborough, que bien conociste, estaba acogedora porque compramos un par de camas, mesa y sillas en las tiendas de segunda mano. Los sofás y una de las camas estaban allí­. Debí­a pensar nuestro casero que sus inquilinos no debían tener invitados ni precisar mesa para comer y estudiar, que eso debía ser cosa de intelectuales poco serios y quisquillosos.

  11. Por cierto, Teresa, espero haber despejado el suspense involuntario. Cuando quieras te cuento la historia en directo frente a unas cañas. Pídele el teléfono a Elsinora, si quieres.
    ¿Te encuentras mejor? ¿ha mejorado la medicina hispano-china?
    Miles de besos

  12. Sí, el minimalismo en decoración subsección vida monacal tiene muchos seguidores entre los caseros de la Pérfida.
    Y no me extraña que con esa ristra de remedios minerales, vegetales y animales a los que recurriste te encontrases mejor.
    Con el cambio de mesa de jardín por pupitre he ganado en espacio para moverme en la habitación… y poco más. La altura es mejor que la de la otra mesa y la superficie es lisa… eso sí­. Y he perdido capacidad de almacenar libros. Jamía, qué ganas tengo de volver a ser rica y famosa en los madriles ;-)) con casas con muebles y lámparas de mesa, y mesillas.
    Besos

  13. Y las ganas que tenemos los demás de verte por aquí­.
    Razón no te falta, que almacenar libros en la Pérfida siempre ha sido un problema. Hasta en mi dormitorio de Southbourne que tení­a de todo era harto complicado. Había una estantería hermosí­sima, pero en este caso la casera no era minimalista en los detalles y la tení­a repleta de peluches -33 para ser exactos-, que haber quién era yo para estropeársela con el tocho del Collins y todo lo que se ocurría comprarme. Una mala pécora, seguro, que quería arruinar la industria tan rentable de los Teddy bears.
    Eso sí, los muebles de segunda mano no son caros en la Pérfida, sobre todo en las tiendas de organizaciones humanitarias (las “charities”, creo que las llaman). Allí­ conseguimos los muebles que faltaban por muy poco, e incluso te los llevaban a casa por módico precio.
    Así que deja de sufrir y consí­guete una mesa decente, guapa, porque tú lo vales…

  14. Las charities que tengo cerca no tienen muebles, pero es cierto que son una buena opción. Esta mañana he ido dos veces a la tienda de muebles de oficina de segunda mano (más conocido como “el capullo”, según F.) y las dos veces estaba abierto pero no había nadie. De no tener contractura incluso me hubiera pensado arramplar con la mesa calle abajo “for free” ;-)))
    Y claro, hay que ser raro y snob para preferir libros llenos de letras con significado a 33 peluches llenos de… ¿pelos?
    ¡Habrá fiesta a la vuelta!, no lo dudes, Parianea.

  15. Pues nada, Elsinora, gracias por la dedicatoria.

    La verdad es que no solo la historia ha sido buena (un buen detalle eso de hacerlo por entregas, como las novelas decimonónicas… Una forma de salirse un poco de la innovación del Ulysses, no sé si subconscientemente), sino que ha dado de sí para contar otras cuántas. Vamos, que esto parecía las mil y una… formas de la acupuntura modelna.

    A mí­ que me dan yuyu las agujas… creo que no me ven en un acupuntor en la vida, todo sea dicho. Pero bueno, nunca digas de este agua no beberé… ni esta aguja no me la clavo.

  16. Lo olvidaba: creo que lo mejor va a ser acabar con esa dichosa tesina, y tener al menos dos semanas de verdad para pasear por Londres. Menos carapantalla e máis pasear.

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