Aparentar no es sano: una rubia teñida es la estrella de las mesas británicas

Resulta que a la hora de compartir mesa a los ingleses les gustan las rubias teñidas. O las pelo de zanahoria colorante E-2003, para más exactitud. Lo he descubierto mientras investigaba sobre el plato nacional inglés (Chicken Tikka Massala) para el post anterior.

Como algunos de vosotros ya sabréis, el plato de adopción de los ingleses es naranja. Esto parece un hecho natural y sin importancia. Pero ni una cosa ni otra. Muchos platos indios son naranjas, por ejemplo numerosos dulces: de un naranja tan naranja que a alguien tan goloso y con tantas ganas de probar cualquier cosa nueva como yo le dio miedo probar los bollos que viera en Brick Lane. En ese caso no era sólo el naranja radiactivo de muchos de esos bollos sino también lo aceitoso y el tamaño Pedro Picapiedra de algunos ejemplares de los escaparates. Si he de morir por fallo hepático prefiero asegurarme de que el responsable sea un plato que realmente haya disfrutado y no una especie de almohadilla chorreante y pegajosa que a saber con qué está hecha. Al ver esos coloridos naranjas chillones y verde pistacho yo pensé que era un efecto del caroteno de la zanahoria y del propio verde del pistacho, pero no investigué la composición. Por lo que he leí­do ahora, parece ser que los naranjas y los rojos son muy normales en la comida india por efecto de las especias.

Con los colores de las comidas pasa como con el color del pelo. Decimos mucho de la belleza interior y demás, pero tendemos a percibir a las personas como un todo que entra por los ojos y por el tacto y por el oído, de manera que el aspecto influye para bien y para mal. La impresión final que nos formamos sobre alguien está filtrada por un montón de elementos distintos de la apariencia, pero la apariencia es un punto de partida indiscutible.

Pues bien, con la cocina pasa lo mismo. El color de lo que comemos influye en nuestra percepción del sabor, incluso en que nos creamos que estamos comiendo lo que hemos pedido en el restaurante. Porque en el caso de alguien que degusta un plato de una gastronomí­a que no le es familiar, parece que tener una especie de guía de viajes es absolutamente necesario. Se ve que como cuando los ingleses hace décadas iban a restaurantes indios no solí­an encontrar junto a la carta la guí­a Fodors o el Lonely Planet sección comida india, empezaron a improvisar de manera informal y colectiva una especie de esperanto de la cocina india. En un par de semanas se había elaborado un código de colores que le ayudaba a uno a reconocer los platos exóticos.

Así­ que uno puede ser londinense del East End pero creer que cuando se trata de comida india está en su salsa porque conoce el código de colores. ¿Qué código de colores, dirás tú, que no eres londinense ni del East End? Pues yo, que soy londinense de Chamberí­ (pronunciado en plan Chámbury para que dé más el pego), te lo explico de mil amores. Habitualmente el plato nacional inglés, Chicken Tikka Massala, es naranja y el Tandoori Chicken suele ser rojo.

Hasta ahí­, bien, si uno no es daltónico. Los clientes esperan una cosa y los restauradores se la dan. Todos contentos. El problema empieza cuando los restaurantes en su afán de darle al cliente lo que quiere empiezan a preocuparse por el color del plato más que del propio plato, ya que en ocasiones las especias no obtienen un naranja Naranjito o el Butano que le motiva al británico de a pie. El sabor es fantástico, la especia está en su punto, el pollo es ñam ñam (ni siquiera tiene fiebre aviar) pero el color por algún motivo no se corresponde con el pantone apetecido (la rubia de bote se ha pasado o se ha quedado corta esta vez).

Solución: compremos un poco de colorante 3xp y mezclémoslo con una pizca de 89J. Perfecto, naranja azafrán por un precio de colorante Carmencita. El colorante Carmencita versión todo a cien aumentó sus ventas espectacularmente, ya que un estudio realizado en el Surrey encontró que el 57% de los platos de esta especialidad contení­an quí­micos ilegales o colorantes no autorizados, según se explica en inglés aquí­ .

La cosa es que estos colorantes no autorizados tan empleados, tomados en grandes dosis pueden producir hiperactividad, asma y cáncer. Y los ingleses frecuentan tanto los restaurantes indios como los cocineros de los indios los botes del profesor Tornasol con calaveras y tibias cruzadas, al parecer, así­ que la cosa tiene tela, aunque la situación ha debido mejorar en estos últimos tiempos, porque el artí­culo que enlazo recoge una campaña para reducir los colorantes y convencer a los clientes de que el sabor no varía por ello.

Resulta pues que un código que en principio debía servir para asegurarse de que no te dieran gato por chicken, se ha convertido en la mejor manera de meterte el gato y el chicken. Y tú tan contento, porque nada se sale del guion de tu guía de viajes occidental. Así­ que cuidado con los tintes, que los carga el diablo. Casi mejor, una bonita peluca.

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El diablo está en los detalles, como dicen los ingleses y como padecen los editores y correctores en sus carnes. Si pinchas en el enlace de la Wikipedia que daba al principio del artículo verás una frase sobre algo misterioso llamado “chuletas de pollo”. Supongo que o el autor lo tradujo mal del inglés o lo escribió en plan espanglish pero la verdad es que es la primera vez que leo algo así­. En realidad debe decir pechugas de pollo. Lo gracioso es que la primera vez que lo leí­ detecté que había algo raro pero no tení­a claro qué. No se puede leer tan deprisa, porque te pierdes estas perlas.

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