Terror en el hipermercado

Ayer tuve una visión. De las terroríficas. Eran dos esferas enormes, blancas, que me miraban fijamente desde el otro lado del espejo. Era por la tarde y yo estaba girada en el vestuario del gimnasio.

Y sí, tu deducción es acertada, las esferas estaban acopladas en el lugar en el que la espalda pierde su noble nombre y empieza a llamarse “qué he hecho yo para merecer esto”.

A aquellas esferas metidas en algodón no parecía afectarles el drama que su mera existencia (su tamaño, su imparable ambición de crecer, su relieve accidentado) suponía para mí.

Ellas con existir tenían suficiente. De hecho, tras los dos muffin de chocolate que me había tomado ese día (emoji de horror tipo “El grito” de Munch).
estaban exultantes.
Emoji con cara de circunstancias
Mi careto tras observar aquellas esferas blancas
Para ellas el hecho de que uno  de los bollos fuera por un cumpleaños y el otro casero  ni le quitaba ni le ponía interés a aquella bomba calórica. Era simplemente material para seguir creciendo y poner sucursales y franquicias en las pistoleras y los michelines.
Aquella visión me dejó claras dos cosas: a qué se refieren exactamente los anuncios de bancos cuando hablan de perfil ahorrador (mi metabolismo es un experto en el tema) y lo poco convincente que es eso de “solo esta vez” en términos de suma total de calorías (porque nunca es sólo por esta vez, claro).
En fin. Voy a ver si tengo algo de brócoli en la nevera…