La monitora sin alma

Ahí estaba aquel espantajo enfundado en un bañador y con una faldita medio caí­da moviéndose con desgana. El espantajo tendría unos treinta años y un cuerpo delgado, ni muy fuerte ni muy elástico. La piel morena, el pelo rubio teñido y tirando a fosco y aspecto de ser mezcla de español y tunecina o magrebí­.
No es exactamente que se moviera a cámara lenta, ahí­, levantada sobre el bordillo y frente a una veintena de bañistas pero había tal desgana en todo lo que hací­a que daban ganas de darle un buen café a ver si se despertaba.

Pies al borde de la piscina

Era una clase de algo llamado AquaLatino, una especie de aerobic en agua con cuarto y mitad de bailes latinos, lo que hací­a que el delito de la monitora fuera mayor aún, porque si es grave impartir una clase de aquagym entre bostezo y bostezo si encima la clase está salpicada de bailes latinos la falta de sangre en las venas lo volvía todo mucho más gris aún.

Está claro que cualquier actividad que uno realice en la vida se beneficia si quien la practica le pone corazón. Pero en áreas como la enseñanza, la expresión corporal o la educación física tener un monitor que no se cree lo que hace o que tiene la tensión arterial bajo cero es especialmente grave.