In London, again (II)

Clarita es una especie de bulldog con flequillo y nariz chata, encantada con eso de dar patadas y llorar por rachas y bastante interesada en el ser de cinco años llamado Alejandra que aguantaba sus patadas sin ningún estoicismo sino más bien preguntándose filosóficamente en voz alta ¿pero quién me da patadas? con un tono que añadí­a el taco que ella no sabí­a decir aún, mientras el padre, el Extranjero Universal, le decí­a a Clara “no seas traviesa” con un acento extraño sobre todo en las erres y eses y separando el diptongo, con escaso convencimiento y dudoso resultado. La de los cinco años decí­a con voz airada “¿quién me da patadas?” y luego explicaba sensatamente “cuando duermo no me gusta que me den patadas” sin reparar en que era evidente que no estaba durmiendo, que ni siquiera lo habí­a intentado durante un segundo seguido, si lo sabré yo que la tení­a al lado, ni un segundo de descanso por la izquierda (yo estaba en el pasillo). Alejandra se poní­a nerviosa, se levantaba, saltaba desde el asiento al suelo y se colaba en el asiento de Clara, para jugar con ella, el padre de la media lengua la recibí­a encantado. La madre no sé qué opinaba, porque no salí­a de su mutismo. Pero me da que tanta confianza no le debí­a de gustar mucho. Clara y Alejandra interactuaban civilizadamente por un momento… Continuará