Ganas de matar y un striptease peculiar

-¡¿A quién se le ocurre…?!

Ahí estaba yo despotricando para mis adentros contra una pedorra que se me habí­a colado en la taquilla de la piscina. Querí­a saber si podrí­a cambiarme a una hora más normal de aquagym, pero justo cuando volví­ del cartel al empleado se me habí­a colado una mujer de mediana edad que tení­a muchas preguntas, ninguna prisa y sobre todo una escasa capacidad de comprensión.
Preguntaba una y otra vez los detalles para cambiarse de aquagym a natación. El empleado le explicaba que eso en realidad era cambio de actividad y no un cambio de horario y que por tanto tenía otro dí­a fijado para su gestión, pero parecía que la mujer era incapaz de pillarlo. Tampoco parecí­a entender cosas tan sencillas como que para meterse en una clase de natación tuviera que hacer una prueba de nivel (ella, además, esperaba meterse en el nivel 2; el más alto).
Los minutos pasaban y lo único que progresaba era mi impaciencia. Tení­a que pasar a cambiarme para mi clase de Aquagym pero ahí estaba la tipa, preguntando sin cesar y apuntando sin cesar a dos por hora en un cachito de papel como quien quiere hacer una tesis doctoral sobre los pasos para cambiarse de actividad deportiva.
Yo notaba que me estaba alterando. Era una lagartija que se retorcí­a nerviosa. Cada vez que miraba el reloj se me aceleraba el pulso y temí­a estar farfullando en voz alta mis quejas contra la pedorra. Hací­a calor y tenía prisa, así que empecé mi propia versión de strip-poker.
Por cada pregunta de la pedorra yo me quitaba una prenda. Según preguntaba la fecha, me quité la mochila. Mientras se informaba de los dí­as para la prueba de nivel me quité la chaqueta. Cuando estaba a punto de quedarme en bañador frente a la taquilla afortunadamente la buena señora empezó a dar las gracias y a guardarse el papel con las notas (“el conceto es el conceto”, que decía aquel).

El empleado me confirmó que habí­a hueco para el mes siguiente a una hora más normal, como ya había visto en el cartel y me indicó que tení­a dos días para cambiar la hora. Eso sí -señaló-, abrimos la taquilla a las 7 de la mañana, y las dos plazas que hay se llenarán por orden de llegada, así que…

El dí­a siguiente, viernes, había huelga de metro y autobuses de 6 a 8 de la mañana y además amaneció lloviendo, así­ que decidí­ ir más tarde, por más que de este modo me arriesgase a perder la plaza.
Afortunadamente cuando fui al mediodí­a a cambiarme de hora todavía quedaban algunas. En fin, los pobladores de piscinas públicas (incluída yo misma) nunca dejarán de sorprenderme