Londres desde el cielo

Una pasada absoluta las imágenes de Londres a vista de pájaro tomadas desde un helicóptero por Jason Hawkes (un verdadero halcón :-). Helas aquí. Disfrutadlas. Si os habéis quedado con ganas de más, pinchad aquí.

(Thanks to Alan and Genny for the link, BTW).

Londres: retrato de la vida moderna (II)

(Sobre cómo Elsinora se entregó al periodismo de investigación en la capital de La Pérfida)

La cosa es que después de la cena, tomamos unos small capuccinos en vaso de papel en la estación de tren Charing Cross y hablamos sobre mis expectativas respecto a mi regreso a Madrid. Yo miraba de frente imaginando cómo sería volver, pero lo que tenía a la vista era el panel de las salidas de trenes y en una lí­nea muy destacada el tren de las 22:17 de Caterham que tantas veces había tomado para volver a la entonces mi casa y que esta noche cogería sólo mi amiga. Yo por mi parte iba a coger el metro hasta la casa de V. en Putney. Me despedí­ de esta compañera taiwanesa, que además se había empeñado en invitarme a la cena, y me metí­ en el metro.

Estación de trenes

Al llegar a mi destino recibí­ un SMS (allí­ lo llaman text message) muy cariñoso de esta amiga que me apresuré a contestar en términos semejantes y en el camino desde la estación a casa decidí­ que debía aprovechar que tenía la cámara conmigo para retratar las cosas que me llamaban la atención de Putney, en las que siempre me fijaba en mis paseos pero nunca tenía oportunidad de retratar. Una de esas cosas era una lavandería. Las laundrettes de Inglaterra son bastante curiosas para un español, así­ que decidí­ que haría una foto de una de ellas que me pillaba de camino. No era una especialmente interesante ni bonita, pero sí­ bastante tí­pica. Saqué la cámara de la funda, puse el botón en On, enfoqué y disparé. Como era noche cerrada y no tenía trí­pode, el flashazo sobre el escaparate de cristal era inevitable. Pensé que además del flashazo, esa toma frontal no era la ideal para captar la simetría de los bombos de las lavadoras en decrecendo así­ que cambié un poco la posición con idea de repetir la operación. De repente se escuchó una voz airada desde algún lugar.

-No hagas fotos, decía alguien desde arriba.

Alcé la cabeza para ver a un afrocaribeño en camiseta interior de tirantes y trencitas mirándome con cara de odio desde la ventana del piso superior.

-No hagas fotos -repitió en tono más alto y más enfadado- Vete de ahí­.

Por algún motivo, tras el estupor inicial, me salió el prurito profesional, no en vano he sido reportera gráfica. O quizá tenía el día asertivo.

-Estoy haciendo fotos en la calle. Esto es un espacio público. Tengo todo el derecho del mundo a sacar una foto del escaparate de una tienda iluminada.

-Yo sólo te digo que no hagas fotos. A los dueños no les va a gustar.

-No veo por qué. Esto es un espacio público y bla bla, bla.

Le podía haber dicho que estaba retratando la vida moderna como en la exposición de la Hayward, que las lavanderías son un sí­mbolo de la cultura inglesa, pero algo en su atuendo y en su cara de perro me hizo pensar que no era la mejor estrategia, por más que fuera la verdad.

lavanderia

El tí­o insistió en un tono cada vez más enfadado. Decidí­ que esa segunda foto de la lavandería cutre tampoco merecía tanto la pena y me marché. Llevaba, eso sí­, una foto de esa lavandería presumiblemente clandestina en la memoria de mi cámara digital. La analicé de vuelta a casa, buscando eso que había que ocultar a toda costa. A mí me pareció simplemente una lavandería de la especie Cutre Vulgaris.

Trabajo de campo en un pub inglés

Cuando salí­ al encuentro de “Grititos” -una compañera de clase inglesa-, en mi recámara cerebral rondaban algunas ideas sobre la libertad o su carencia de las inglesas a la hora de vestir y sobre las relaciones entre hombre y mujer en La Pérfida que había estado comentando con una amiga española afincada en Londres.

“Grititos” es una tipa simpática, pero no demasiado inteligente. Vive justo en Putney, al suroeste de Londres, de manera que era muy fácil quedar para despedirme de ella. Quedamos en un pub de su calle (llamada Lazey: es decir, casi “vaga”) y ahí­ estaba ella: alta, rubia (pelo lacio con mechas, cómo no) y un poquito sandia.

Pub inglés

Tomamos una copa, mientras celebraba entre grititos las noticias buenas o regulares que yo le daba y luego me estuvo contando lo preocupada que estaba con aprobar o no el máster, después de la mucha pasta que le habí­a costado. Esta compañera, que trabaja e hizo el master part-time como yo, faltó mucho los dos años, no intervení­a en los seminarios salvo para preguntar cómo se escribí­a el nombre de algún autor extranjero sobre el que supuestamente habí­a tenido que leer veinte páginas en casa, y tení­a una curiosa tendencia a ponerse enferma cuando tocaba exponer en clase. Pero, claro, no mencionó nada de esto al contar su miedo al suspenso, y sí­ en cambio el hecho de que su tutora de tesina la dejó tirada…

Seguimos hablando de esto y aquello y salió a relucir el tema “pareja”. Me contó que habí­a quedado después con una especie de novio suyo, que según comentó era feo y bastante soso, pero que al menos la sacaba por ahí­ y le pagaba las copas. Remachó el comentario con unas risitas/grititos que parecían llevar la firma de mi amiga V en plan “I told you”, aunque en realidad la fase “te lo dije” no habí­a hecho más que empezar. El comentario de “este tí­o es un rollo y no me gusta, pero me paga las copas”, dicho una vez puede ser una simple broma, pero repetido de mil formas se convierte en un modus operandi (que seguramente le deba mucho al pragmatismo inglés, por otra parte).

Grititos y yo cambiamos de pub. Esta vez fuimos a uno junto al rí­o: con vistas, de hecho, al Támesis. Serí­an las nueve de la noche. El lugar era un pub/disco, con una zona más vespertina/tranquila y otra zona más nocturna/fashion.

Nos instalamos en la zona tranquila y Grititos se dedicó a escanear las mujeres presentes, especialmente a las que estaban con algún hombre. Le despertó envidia una pareja del fondo, bastante acaramelada y en la que la mujer parecí­a mayor que el hombre, cosa que me repitió varias veces. Otra pareja del centro de la sala llamó su atención, ya que él llevaba anillo y ella no y decidió que ella era su amante. Yo que además de tener peor perspectiva para verlos tení­a menos interés en el estado civil de los presentes (interés cero, de hecho), no encontré en su lenguaje corporal nada que me hiciera pensar en una relación más allá de lo profesional o lo amistoso. Sin embargo, Grititos lo tení­a claro.

Interior de café

Decididamente lo que mayor interés le despertó fue una mujer de unos treinta y muchos sentada sola en otra mesa. Tení­a un periódico que leí­a distraí­damente. Yo estaba bastante sorprendida con la situación, ya que Grititos observaba la escena con bastante descaro, cuando se supone que en Inglaterra la gente es mucho más discreta. A los ojos de Grititos, el primer “crimen” de la tal chavala era haber ido a un pub sola, porque su código de conducta de chica de las Middlands (Grititos es originaria de esta zona más al norte) autoriza a ir sola a un café pero no a un pub.

El segundo “crimen” era tener treinta y muchos y estar sola. Grititos no lo mencionó en esos términos, pero toda su conversación se dirigí­a hacia semejante idea, con su obsesión por echarse un novio y por la arruga y media que tení­a a sus veintipocos junto a los ojos. No se cansó de alabar mi cutis liso, “y eso que tú tienes treinta y cinco y yo veinticinco, y además vienes de un paí­s con mucho sol, con lo malo que es el sol para la piel”.

Me quedé con ganas de decirle que salvo que trabajes al aire libre, nadie te obliga a estar horas y horas debajo del sol en verano y que existen unas cosas llamadas filtros solares, gorros, incluso casas y oficinas que limitan la exposición a la luz solar.

Pero en fin, me pareció que sacar a Grititos de su mundo de fantasí­a y color iba a ser tarea ardua, y me dije que “preferirí­a no hacerlo”, cual Bartleby.

Redes sociales

Acabo de regresar de una cena con mi amiga de Taiwán. Ella anda terminando su tesis sobre Virginia Woolf y hoy hemos celebrado que he acabado mi tesina. Ha sido tan fácil quedar con ella que he lamentado no haberlo intentado antes, a pesar de andar en pleno carapantallismo. En general, en Londres las citas se organizan al menos con dos semanas de antelación, porque la gente está muy liada y las distancias son grandes (y porque son así­ de raros, la verdad). Lo habitual aquí­, entonces es: creo que dentro de dos semanas me va a apetecer celebrar algo que no sé si va a parar o no. O bien, fijemos ahora dí­a para hacer algo dentro de un mes aunque dentro de un mes ya no me apetezca hacer eso sino otra cosa.

La cosa es que con esta amiga han bastado unas horas de antelación para vernos. Al despedirnos le he propuesto ir al teatro la semana que viene. Ponen una comedia de Noel Coward en el pequeño teatro local que hay cerca de casa y me apetecí­a ir. Iremos el viernes. Me gusta que los planes salgan bien, como decí­an en el Equipo A.

Antes, hacia la una, Patrick me ha preguntado si pensaba salir hoy porque en Brick Lane habí­a un festival de curry y me podí­a apetecer ir con él. Me ha sorprendido agradablemente el ofrecimiento, porque justo el dí­a anterior le estaba tachando de insociable y tí­o-a-su-bola. La cosa es que habí­amos hablado alguna vez de comida india, y él sabe que me gusta, así­ que su ofrecimiento demostraba cierto interés en lo que le cuento y en mis gustos. Mala suerte, porque yo habí­a estado el dí­a anterior en esa zona, precisamente por el festival de marras, aunque cuando fuimos los puestos estaban cerrados. Se lo expliqué y le conté que tomarí­a un café con una amiga después y se piró. Un par de horas después llamó F. desde el aeropuerto. Regresaba de Suecia y se preguntaba si me apetecerí­an unas tapas esta noche. Le dije que iba a salir hacia las 7 pero que no volverí­a tarde. De todas maneras, no entiendo qué obsesión le ha entrado a F. con que vayamos a tomar tapas. Me parece estupendo que le gusten, pero es muy improbable que a mí­ me guste el sucedáneo de tapas a precio de oro que nos iban a encasquetar. Al final llamó a Patrick y se sumó al plan post Brick Lane, que al parecer consistí­a en ir a un pub en Shoredich, una zona de lo más trendy donde Patrick anda buscando piso, al parecer. Espero que al menos Patrick llevara coche y F. metiera su maleta en él en lugar de arrastrarla hasta el guardarropas.

Qué majos me son los tónicos astur-galaicos

Así­ es. Vengo de cenar en Brick Lane con unos amigos virtuales (y virtuosos, que ni fuman ni beben) que han pasado a ser reales (si es que me son muy riquiños, ya digo) conocidos en la blogosfera tonicapertuttil como Familia PiliB.

Los he guiado con paso firme y muy preciso por la zona de Spitalfields y Bricklane, a pesar de los esfuerzos del AGENTE (marido de PiliB) por confundirme y llevarme en sentido contrario. La prima de Míster Bean (o sea, yo) no ganó su parentesco en una tómbola, así­ que de no ser por sus ‘esfuerzos’ hubiéramos acabado en un sendero bifurcado tipo planta trepadora de la Biblioteca de Babel, que viene quedando por Russel Square, sede de la biblioteca de Senate House, sede del Ministerio de la Verdad en la novela 1984 de George Orwell (aquí­, link en inglés, este otro también en inglés pero con foto) y sede de la censura inglesa en la época de la guerra.

O algo así­, que con tanta subordinada y tanto juego de palabras me lí­o (¿he dicho ya que soy la prima de Mí­ster Bean?).

En fin, no sé yo si les ha gustado mucho la comida india (que para los españoles suele ser un gusto adquirido, como dicen aquí­, es decir, como el anuncio de tónica de toda la vida, que hay que cogerle el tranquillo) por más que haya evitado los platos más picantes, pero al menos han conocido de primera mano (de primer paladar) la cocina favorita de los ingleses y nos hemos puesto al dí­a de la actualidad británica con el caso Madeleine.

Como sabréis, la madre está siendo interrogada a fondo porque hay ciertas sospechas sobre ella. Habí­a división de opiniones, EL AGENTE, fiel a su nombre, sospechaba desde el principio de la pareja; a mí­ me parecí­an un poco repelentes, pero mi naturaleza ‘bienpensante’ y mi lógica de telefilme daba a la madre por inocente, porque salí­a muy compungida hablando de su hija en presente, “Madeleine es” y no “Madeleine era” y todos sabemos que los asesinos de las pelis siempre se delatan por hablar de sus ví­ctimas en pasado; aunque bien visto si todos lo sabemos, también lo sabe la tipa esta que es médico.

Por su parte, PiliB -que se ve que tiene un fondo multicultural y un lado tierno también ella- me preguntaba si en Inglaterra es habitual dejar a los niños solos por la noche. Sinceramente, no lo sé, pero he contado la situación que relata Enric González en Historias de Londres (libro muy recomendable; tiene otro sobre Nueva York que me han dicho que también es muy bueno), de una vecina que tení­a por costumbre dejar a su bebé solo a la intemperie en su carrito un rato cada noche para que se curtiera (algunos dicen que gracias a esta costumbre los británicos se vuelven isotermos y que por eso van con tirantes, minafalda y sandalias con 5 grados).

El adolescente de la familia PiliB no se pronunció sobre el caso, con lo cual algunas fuentes sospechan que puede ser un AGENTE doble (de tal palo y demás…) y otras fuentes consideran que simplemente andaba centrado en los papadum (tortas finas que se parten y se toman con salsas diversas), las naan (esas masas de pan esponjosas y tirando a dulces) y la rica pechuga de pato con exquisita crema de coco (eso decí­a la carta) o los rojizos King prawn etc etc.

Lo que no le conté a PiliB porque lo acabo de recordar es que Reino Unido tiene un porcentaje escalofriante de muerte infantil y que el de maltrato a menores también es muy alto. Y ahora se me ocurre que tanto el aumento de la violencia entre adolescentes como la ‘siniestralidad’ infantil tienen que ver con un concepto muy laxo de la familia (todas las españolas con hijos que me encuentro en Reino Unido comentan que para criar niños es mucho mejor España) y con el respeto casi obsesivo por la privacidad de los miembros de tu familia: no es sólo que eso favorezca el maltrato, sino que dificulta que otros familiares se enteren de ese maltrato y que en el caso de que se enteren consideren que deben intervenir. Los británicos en lo personal y lo familiar nos son muy de laisser faire, laisser passer, o sea “deja que rule y no preguntes”.

Eso explica la presencia de determinadas sustancias en determinados sitios, además y varias industrias florecientes de ética dudosa. También hablamos de la (in)seguridad de las transacciones económicas por Internet, de la locura de que en este paí­s no haya DNI pero sí­ cámaras por todas partes, de lo agradable que es que la gente de la Pérfida no se comunique a gritos como en España y de lo poco agradable que es que no te miren a la cara cuando hablan o que se aparten de ti como si estuvieras infectado por su alergia al contacto fí­sico. Mañana la familia PiliB se va a Stonehenge temprano. Ya nos contarán qué tal.

Por mi parte, sí­ me ha gustado la comida india y me lo he pasado muy bien con estos nuevos amigos. De hecho me han sacado de un cierto empanamiento en el que estaba cayendo, fruto del cansancio acumulado.

(Desde el corazón de Brick Lane, con su curry flotando en el aire y sus pastelerí­as con bollos de colores ‘radioactivos’ y sus tiendas con saris y DVD de Bollywood, PiliB y yo prendimos una vela imaginaria por la causa de cierta ave gallega expatriada. Con viento propicio los efluvios no tardarán en llegarle; con viento menos favorable seguro que llegan antes del lunes).

Más información sobre el caso de Madeleine McCann, en español, aquí­ y sobre las reacciones en Reino Unido aquí­.