Insectos

Tengo un amigo al que le están pasando cosas raras; incluso me atrevería a decir que inquietantes. Será por el calor, supongo. Juzgad por vosotros mismos. Día 1, le encargan un proyecto, bastante urgente, le pasan el material, le cuentan la metodología por encima y le dicen que el material que falta (incluido el calendario de entrega) se lo darán en cuanto lo puedan cerrar con fechas reales. De momento, lo que está claro es que debe hacer la primera entrega el día 5. Mientras le dice esto, la persona que se lo dice cae en la cuenta de que el día 5 lo tiene libre, así que tendrá que entregar antes, el 4, aunque la versión no sea definitiva.

Así lo hace mi amigo: entrega el día 4 una versión incompleta que permita al menos a su jefe ver qué cosas encajan y cuáles hay que cambiar para ir perfilando una metodología que sirva para sucesivas entregas (habrá unas 5, más las rondas de revisiones). No hay respuesta hasta 3 días después, y la respuesta es: lo he recibido, cuando lo mire te diré. 3 días esperando para que te digan “ya le informaremos”.

Cara de insecto
Harry Strauss – Pixabay

Y esto ha sido hace 3 días, me cuenta mi amigo con una cara extraña, de rasgos pequeños y reconcentrados como de insecto, con las cejas y las pestañas más negras de lo normal y con los ojos algo febriles de un escarabajo (o una cucaracha, quizá; dentro de tres días quizá nos lo confirmen o quizá acusen recibo de nuestra pregunta) y añade que lo que más teme es que a partir de ahora los plazos de contestación no sean de 3 días sino de 9, que no puede dormir pensando en que las no contestaciones con textos vacíos tipo “Estas cosas se toman su tiempo. Entiéndalo. Ya le informaremos” adoptan una progresión geométrica diabólica y en fin, es claro que ciertos insectos afloran con el calor, basta caminar de noche por las calles de las ciudades para observar en ciertos puntos a esos seres oscuros arrastrándose por el suelo, ejércitos de ellos, y es evidente que este amigo mío es un simple freelance en medio de un ejército de trabajadores freelance y de gente en paro en medio de este mes de agosto agobiante y que los textos incomprensibles siempre fueron del agrado de Joseph Kafka, pero es que además este amigo jura y perjura que el otro día recibió un correo de un remitente desconocido cuyo Asunto era “Cursos de metamorfosis” y que por tanto -concluye lleno de pavor- es evidente que nada obedece a la casualidad y que algún ser, divino, humano o responsable de marketing la ha tomado con él y que está acabado.

Yo me digo a mí misma que será el calor, mezclado con la depresión post-vacacional y que en cierta forma, mi amigo se lo ha buscado por ir de freelance por la vida. Si fuera un funcionario como el resto de nosotros sería él quien mandase los correos insípidos cada tres días y no tendría queja alguna, salvo quizá contra algún insecto molesto, empeñado en obtener su atención más a menudo de lo que le corresponde.

Modificación de la propuesta de relato

Hace unos días os proponía escribir un relato con una serie de requisitos. Varios lectores me han comentado en privado que los elementos eran demasiado numerosos y variados para encajar con facilidad o con naturalidad en un mismo relato. (Se ve que no pensaron en que parte de esos elementos podí­an incluirse en una noticia que formara parte del relato; o que se podí­a componer un episodio literario o cinematográfico dentro de otro).

Algunos lectores, además, comentan que les resulta muy complicado partir de una sucesión de hechos para componer un sentido, en lugar de partir de un sentido y luego escoger las escenas, que es el esquema que ellos suelen aplicar cuando escriben. Para estos lectores/autores , un procedimiento más “normal” de escritura consistiría en “escoger un solo suceso llamativo a partir del cual desarrollar, en lugar de un montón de acciones anodinas”.

Mi propuesta era simplemente una forma de ponerse en marcha, en la lí­nea de las múltiples propuestas que se recogen en libros tipo taller literario como el de Felipe Montes “1303 ejercicios de creación literaria” y no la fórmula para el cuento perfecto, pero me ha parecido interesante hacerme eco de estas opiniones, porque ilustran la forma de trabajar de algunos autores. Y también creo que será bueno que reduzca el número de elementos a integrar en el relato, para ver si así­ no me quedo yo sola escribiendo el cuento/reto, que ya lo estoy viendo 🙂

Así que -redoble de tambor- ahí­ va el enunciado “reducido”: el relato deberá incluir a alguien que sale de casa sin documentación, que observa un despliegue policial importante en un edificio oficial y que se encuentra con un grupo de gente ejerciendo la carrera para la que él estudió y siente la tentación de sustituir a uno de ellos que parece estar teniendo dificultades.

Creo que puesto así­, es bastante factible sacar algo de ahí y que además hay posibilidad de diversos enfoques (más centrado en la acción con la cosa policial, más reflexivo sobre el miedo o la identidad, más nostálgico pensando en el pasado, las expectativas no satisfechas; a gusto del autor).

(Ahora vendrá alguien comentando en privado que hay demasiados pocos datos para ponerse a escribir. Que él o ella es de los que se crece con los retos, de las personas a las que les gusta encajar elementos aparentemente dispares…, que encuentra un secreto placer en ello, además de que suele hallar sentidos inesperados; de acuerdo, de ser así, siempre puede intentar ceñirse a la propuesta original).

Post versus cuento

Andaba yo dándole vueltas a las diferencias entre un post de bitácora y un cuento e imaginando cómo podría enfocar un artículo que tratara el tema cuando me topé con una situación real que quizá sirva para aclarar el asunto.

Esta mañana bajé a dar un paseo a un parque para leer algunos cuentos del Javier de Mier que me faltaban por leer. Salí corriendo, con apenas la llave de casa y el móvil y un billete de cinco euros además de los tres cuentos, porque no quería llevar bolso y en los bolsillos del chándal sólo me cabía lo mencionado. No suelo salir sin cartera, por aquello de que te pueden pedir el DNI en cualquier momento, pero como iba tan cerca y no pensaba tardar ni siquiera lo pensé.

La cosa es que según iba bajando la calle Ríos Rosas empecé a descubrir un inusual despliegue de policía municipal. Al llegar a la Castellana a la altura de San Juan de la Cruz, vi que había más policías que transeúntes. El epicentro del despliegue estaba en la zona que fuera sede del CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), lo que indicaba que esperaban a alguna visita importante: una hilera de coches grandes y oscuros con gente trajeada permanecía aparcada y además había un carril de la calzada completamente bloqueado con otros tantos coches vacíos. Aquí, además de policías municipales en coche y moto, había policía nacional. Policías con chalecos reflectantes en motos y coches y todoterreno.

Durante un par de minutos observé atentamente aquel despliegue de efectivos de distintos cuerpos y servicios de seguridad, lamentando que mi olfato y mis dotes deductivas no se parecieran a las de los personajes de “Life” o de “El mentalista”, convencida de que los modelos de coches, los atuendos y la comunicación no verbal de los que hacían guardia podrían indicar a un observador curtido a quién se esperaba, cuál era la jerarquía entre los que esperaban y alguna cosa más. Pero yo sólo era una simple traductora freelance con la fortuna de poder escaparse al parque a leer unos cuentos a media mañana, con su chándal, su móvil, sus llaves y su billete de 5 euros, y nada de DNI o pasaporte, así que crucé la Castellana con el aire más casual que pude detrás de un chico que llevaba varias botellas de dos litros de refrescos en una bolsa y una chica que llevaba una bolsa con tres barras de pan (¿botellón con bocatas? pensé) y me puse a subir por la ladera que conduce a Ingenieros Industriales y al museo de Ciencias Naturales.

Vi que el césped resplandecía de puro verde y que había unas gotitas sobre él, así que acababan de regar (¿también por el invitado importante?). Busqué un lugar para tumbarme que no estuviera demasiado mojado y me puse a leer los cuentos. Leí los cuentos, tomé un poco el sol y me levanté. Al pasar por delante del cubo de la Constitución vi a un tipo extraño hablando por el móvil con un aspecto que me resultó sospechoso. Volví por el lado más alejado de la antigua sede del CESID pensando que me evitaría la mirada de unas decenas de polis, y así fue, aunque en el otro lado también había policía.

Al avanzar por la parte de Nuevos Ministerios y llegar a la puerta principal del Ministerio de Agricultura y Mundo Marino (o algo semejante: la nueva denominación es difícil de retener) vi una cámara de televisión con su cámara debajo, una chica de espaldas a la fachada y un becario sosteniendo un reflector plateado. La periodista era joven y su rostro no me resultaba familiar. El micrófono, azul, decía TVE con la grafía nueva. Estaban grabando y la chica hablaba. Pensé si pasar por detrás por aquello de que te vean los amigos, pero al final decidí no hacerlo y pasé fuera del alcance de la cámara. Me quedé observándoles un poco y vi que en uno de los laterales del Ministerio había una grúa sin operario. De repente dejaron de grabar, y la periodista puso cara de víctima, no sé si porque le daba el sol en la cara, porque se había equivocado y había que repetir o porque la repetición no era culpa de ella. La cosa es que el cámara trataba de calmarla mientras el becario de iluminación inclinaba el reflector en ángulos diversos. Me dieron ganas de ofrecerme a grabar la toma yo, periodista como soy y no más fea que la presentadora quejosa, pero al final no lo hice.

Pues bien, si esto fuera un cuento y se narrara esta sucesión de escenas, cada una de ellas debería obedecer a una progresión (ser la introducción, el nudo o el desenlace de la historia), debería tener sentido y ser coherente con el resto, el narrador/la narradora también debería estar justificado/a y estar al servicio de la historia y podría ser todo lo parecid/a o todo lo distinto que se quiera a mí misma. Debería terminarse sabiendo qué personaje iba a visitar el CESID, ocurrir algo medianamente inesperado durante la espera o cuando llega, los policías deberían decirle algo a la narradora o la narradora oír algo de sus labios o de sus radios, los chavales que llevaban botellas deberían estar organizando algo concreto que o bien estuviera relacionado con la trama general o bien fuera un elemento contextual significativo. El césped regado debería mencionarse por algo, el tipo hablando por el móvil con aire sospechoso, la cámara en la fachada del ministerio no podría estar por casualidad, debería dibujarse más o menos al cámara, la periodista del becario y deberían tener algún tipo de relevancia para la trama general. Y la tentación de ofrecerse a grabar la toma la narradora debería tener un papel en el desarrollo de la acción o bien desvelar un rasgo psicológico importante del personaje/narrador (que tiene una vocación frustrada de reportera, por ejemplo).

En resumen, en el cuento, como dice Juan José Millás, lo que no suma, resta. (Sin embargo, la novela, por su mayor extensión y por leerse en diversas sesiones permite e incluso requiere incluir elementos secundarios).

En cambio en el blog las condiciones estéticas y argumentales son menos estrictas y a cambio las condiciones de testimonio o de “esto me ha pasado a mí” (y por tanto la verosimilitud) lo son más.

En un blog escrito por una sola persona, normalmente la voz es la misma, y debe mantener una cierta coherencia a lo largo del tiempo, salvo que la bitácora vaya precisamente de eso, de la multiplicidad o de las variaciones que se producen con el tiempo.

En el cuento habría que explicar que el personaje ha salido sin documentación (y las razones) y que al ver tanta policía se asusta, pensando que se la pueden pedir, y también ese miedo o esta escena deberían desembocar en algo, preferiblemente relacionado con una acción. En un post (o en un artículo, o reportaje) bastaría con el que personaje reflejase sus sensaciones. El cuento exige más significado, el post exige un poso de verdad, de testimonio de cosa “ocurrida”. En otras palabras, el “esto me pasó a mí” es un valor añadido (o incluso un requisito necesario) para un blog y un handicap para un cuento (porque en realidad a quién le importa que te pasara a ti; lo que importa es el efecto estético y “filosófico” final del conjunto y no el origen de esa ficción).

Y si esto fuera un cuento y yo añadiera que algunas horas después del despliegue policial frente a la oficina del CESID, al tomar el metro que pasa justo por debajo de esa oficina el conductor tenía la puerta de la cabina abierta y estuvo un buen rato hablando con un vigilante y que luego, cuando por fin arrancamos y empezamos a avanzar desde Gregorio Marañón hasta Nuevos Ministerios el tren se paró en el túnel y una voz explicó que estábamos detenidos por razones técnicas, esta escena debería estar relacionada con lo anterior y debería formar parte de la misma línea argumental. Por ejemplo, la narración debería explicar (o mostrar) que pese a los esfuerzos de los cuerpos de seguridad, una explosión tuvo lugar en un pasadizo bajo el CESID al paso del número dos de la inteligencia militar francesa que había acudido a Madrid para coordinar los esfuerzos contra ETA de los dos Estados y la frecuencia de paso de los trenes se había reducido para minimizar la vibración y evitar posibles desplomes.

Si este comentario sobre las demoras del tren en ese preciso tramo ese mismo día apareciera en un blog, simplemente bastaría que contara que ocurrió y las interpretaciones que yo le di, cómo reaccionaba la gente, cómo empezó a berrear uno de los bebés que iba en un carrito y luego el otro le siguió, por más que la madre les acariciara la cabeza y les diera el biberón, el enfado de un padre sesentón con varias bolsas ante la tardanza y cómo picaba a su hija diciendo que en coche ya habrían llegado a Chamartín, etc, etc. O que lo relacionara con alguna noticia de actualidad (y pusiera un link a ella, a ser posible) y diera pie a que cada lector sacara sus conclusiones.

En resumen, el bloguero tiene algo de periodista impresionista, mientras que el cuentista básicamente tiene que construir una historia de ficción que se sostenga a sí misma y que tenga sentido y valor estético, sin importar su valor testimonial.

(Permanezcan atentos a sus pantallas, porque en breve plantearemos un desafío partiendo de este post)

Un mundo, un sueño (Trampantojo)

Sábado 23 de agosto. Hoy he tenido un trampantojo vital. Iba yo muy ufana en metro para reunirme con una amiga en un lugar de prometedor nombre y de repente, sin mediar aviso, he visto que en el luminoso del vagón se formaba en color rojo el mensaje: Dirección Estadio Olí­mpico. De repente he creído estar aún en Pekín camino de algún evento deportivo. Me ha parecido oír un enjambre de voces diciendo “tickets, tickets”. La humedad ambiental ha subido repentinamente.

vagón de tren
Engin_Akyurt  – Pixabay

En mi vagón, casi vací­o por ser agosto, sólo había un chino alto vestido de negro y un grupo de ruidosos jóvenes cubanos (¿o serían jaimacanos?).

Tras pensarlo detenidamente he llegado a la conclusión de que era imposible que estuviera aún en Pekín 2008 (Un mundo, un sueño) y que más bien estaba en el Madrid que soñaba con convertirse en olí­mpica para 2012 y construyó estadios por doquier para finalmente ver cómo la capital de la Pérfida se llevaba la convocatoria al agua. Una vez comprendido esto, pasé por el Barrio de la Concepción para renacer como ser hispano y me bajé en Pueblo Nuevo, ilusionada con la idea de ver en qué consistí­an las novedades prometidas. Mi amiga y yo quisimos visitar el literario Callejón del gato, aquel en el que los espejos deformaban la apariencia de las cosas, pero estaba cerrado y terminamos en un pub irlandés rodeadas de pintas de Guinness y de London Pride y de pantallas que reproducían imágenes de los Juegos de Beijín y de ediciones anteriores.

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