Acerico humano

No sé si os pasará a vosotros, pero mi cuerpo tiene cierto espí­ritu de contradicción que hace que cuanto más me cuide peor esté.
Es una teorí­a difí­cil de demostrar, pero realmente fácil de experimentar.
Y es que media un abismo entre lo que uno siente y lo que le pasa a tu cuerpo.
Estoy adaptándome a un cambio de trabajo, de entorno y de costumbres y de momento lo llevo bien (under the circumstances), pero las últimas semanas noto ciertas molestias en aquagym y en Pilates.
El otro día, haciendo un ejercicio en la piscina de los pitufos, el dedo pulgar del pie derecho cobró vida propia y se rebeló, atrincherándose en modo garfio fuera del agua. En palabras más sencillas, tuve un calambre y el dedo se quedó en una postura involuntaria, que no remitía. Una especie de corte de mangas a lo artis mutis.

agujas y alfileres
Otros días en Pilates en los movimientos que requieren estirar y levantar las piernas era como si me hubieran desconectado la pila y apenas pudiera con mi cuerpo. De repente unas piernas pesadas como demonios habí­an tomado mi cuerpo y no hacían más que temblar y ponerme las cosas difí­ciles.
La fisio diagnosticó acortamiento de gemelos y me contó que tengo los cuádriceps muy potentes y tanto los gemelos como los isquiotibiales acortados. Después tuvo una revelación y decidió comprobar hasta qué punto de la escala de los Sádicos sin fronteras puedo aguantar el dolor sin matar a nadie.
Y dicho y hecho: masaje en los pies, en la tibia y peroné y luego boca abajo y a sufrir. De repente es como si te estuvieran clavando algo en unos gemelos que a vez estuvieran llenos de pequeñas agujas.
A esta maniobra la llamó punción seca y se quedó tan pancha, como si poner nombre a la tortura que te han aplicado borrara su crimen contra la humanidad… de mis gemelos.

Con ustedes Jaime Lates, la reina del drama

Tras una semana dándole vueltas a la surrealista escena, acabo de descubrir lo que le pasa a mi atribulado profesor de Pilates. El tipo es un personaje de una película de Almodóvar, un personaje femenino posiblemente, pero él no lo sabe. Va por la vida pensando que realmente el mundo chiíta sección panaderas tiene algo contra él. Y si no decidme cómo se explica que el martes pasado entrara en clase cuando ya estábamos cuatro alumnos esperándole, estirando contra el espejo como nos tiene dicho que hagamos, y ni siquiera saludara. Yo aventuré un saludo al ver que nadie lo hacía y me contestó en voz baja. A los dos segundos, sin darnos tiempo a levantarnos del suelo ya estaba en marcha y decía, “de pie, dejar caer la cabeza despacio y después vértebra a vértebra hasta abajo” y en seguida, “erguidos, la columna bien estirada, girad la cabeza a la derecha; Mili, ¿tú fuiste una de las que subieron a protestar ayer después de la clase?”.

Aquella voz airada con el timbre de nuestro profesor salía de su boca a veces a la izquierda y a veces a la derecha y yo -todos, supongo- no entendía nada. Mili le contestó, sin dejar de mover la cabeza a izquierda y derecha, que sí había subido a protestar, “porque la coordinación…”. “Pues que sea la última vez que lo hacéis; cualquier problema me lo decís a mí”. La bronca prosiguió un buen rato, mientras estirábamos aquí y allá y movilizábamos esto y aquello y bueno al profe se ve que se le movilizó bastante la bilis y hasta la atrabilis porque de su boca salían recriminaciones incesantes que hacían pensar en una lenta combustión interna contra la tal Mili, pero estas recriminaciones se alternaban como lo más normal con las indicaciones al resto de la clase: subid la pierna derecha, derecha, derecha, respirad, “y desde luego Mili es que no hay derecho a que me venga a mí una panadera, a mí, que tengo 5 años de carrera y 2 de máster” -aquí la idea de tamaña afrenta casi le hizo perder el ritmo- “que me venga ¡a mí! a decirme cómo tengo que dar una clase. Hasta ahí podíamos llegar”.

El resto de alumnos empezábamos a entender que se había producido un incidente a raíz de una clase de aquagym del día anterior en la que nuestro profe de Pilates hacía de sustituto de la profe titular y cuyo enfoque no gustó a las alumnas titulares, especialmente a una panadera (profesión real, mote, o referencia metafórica, quién sabe; el tipo lo decía como si fuera un insulto) y a nuestra Mili, que es muy maja pero pelín sargenta, de ahí lo de Mili, de militara, y con frecuencia se pasa de asertiva y las dos actuaron en consecuencia y también entendimos que en el mundo de grandes dramas de ayer y de hoy con él de protagonista en el que vive nuestro Jaimito-Lates cuando una panadera y una tal Mili osan disentir de tu enfoque pedagógico y protestan a la coordinadora, a uno no le queda más remedio que montar el número en la primera ocasión en que coincida con alguno de los implicados, por más que sea en una clase de otra disciplina y delante de gente que no tiene nada que ver y que paga por hacer Pilates y no por presenciar escenas de Almodóvar (que en la pantalla divierten, pero en la vida real estresan bastante) y sobre todo por más que con esa ira reconcentrada que se nos gasta nuestro profe drama-queen vaya a ser imposible ningún entendimiento, pero eso sí, “respirad profundo y estirad más la pierna”.

Terminada la clase, la tal Mili nos contó lo ocurrido. Al parecer los sustitutos no se comunican entre sí y las alumnas titulares llevan varios días seguidos trabajando con aletas y pesas de la misma manera. A la panadera (que es panadera de profesión) le pareció excesivo y dijo que no lo hacía. A partir de ahí, nuestra Drama-queen Jaime Lates sacó la mala leche que ni la meditación ni el yoga ni las sesiones de abdominales le quitan y sus borderías habituales y aquellos alumnos, no acostumbrados a oírle como quien oye llover como hacemos nosotros cuando se pone así, tuvieron una clase técnicamente irreprochable de aquagym con aletas y pesas, pero cargadita de reproches verbales por parte del profesor y de malos modos.

Terminada la clase, a la panadera y a Mili les faltó el tiempo para ducharse y vestirse e ir a protestar a la coordinadora por la falta de coordinación entre los sustitutos etc etc.

Y bueno, el jueves siguiente, Mili nos prometió que no iba a abrir la boca hasta que Jaimito no le pidiese perdón (pero hasta que llegó no paró de hablar y de repetir que no iba a abrir la boca…), y nuestra drama-queen particular vino hablando con medio hilo de voz porque estaba afónico, quizá porque siguió despotricando todo el tiempo, y con cara de ofendido empezó a mandarnos estirar, “dejad caer la cabeza y luego vértebra a vértebra” y en fin, al menos al llegar a la parte de “girad la cabeza a la izquierda y luego a la derecha” no hubo gritos sino sólo una tensión soterrada que sabemos que no va contra nosotros (sí contra Mili y todas las panaderas más o menos chiítas del mundo) pero que en fin, convierte la clase en algo que no debería ser y demuestra que este chaval de treinta y dos años tiene algún tipo de trauma que le impide ver las situaciones desde el punto de vista de los demás, tener un cierto autocontrol o ser mínimamente educado. (O que tiene la edad emocional de un niño de tres años, que es lo que debe pensar la panadera; de ahí lo de Jaimito).

Esperemos que sus dos horas de meditación del sábado, con sus ritos de abrazos y amor compasivo etc le devuelvan un poco al mundo de los adultos racionales, porque si no sé de una “traductora freelander” con cara de pantalla que también se va a ver inclinada a comunicar su idea de cómo debe ser una clase de Pilates a la coordinadora del centro deportivo y en fin, espero que Jaimito Lates no tenga nada que decir sobre mi currículum académico ni sobre mis (peregrinos) trabajos o que al menos lo que diga tenga gracia (“habrase visto… una traductora freelander… decirme a mí lo que tengo que hacer…”; pues sí, hombre, una traductora “freelander” tiene mucho que decirte, por ejemplo: “gire a la derecha, turn right”; festival del humor :-)).

Qué poco le aprovechan a este chico sus lecturas de textos espirituales y sus clases de yoga y meditación, ¡pues no fue esta misma hidra con chándal quien nos recomendó el libro El poder del ahora y nos enseñó a relajarnos.

Qué dura debe ser la vida de los personajes de Almodóvar en el mundo real, sufriendo tanto en situaciones cotidianas y creando -a su pesar- escenas tan cómicas en las que demonizan a panaderas malvadas.

Los demasiados libros o cuidado con lo que deseas

Al pasar junto a un kiosco de prensa del metro mis ojos de ratoncillo libroadicto interesado (últimamente) por el fitness detectaron la palabra Pilates en la portada de un libro. Me acerqué para ver de qué se trataba y descubrí que era un pack de dos libros por 1,95 euros. Uno era de Pilates y lo firmaba Mari Wilson (una tipa muy conocida en el mundillo) y el otro, de Yoga, concretamente “El gran libro de yoga” lo firmaba Ramiro Calle (una autoridad en su campo). Interesante y baratísimo.

Así que ni corta ni perezosa le pregunté a la kiosquera si el precio era el marcado, pensando que podía ser un error o que quizá tuviera que comprarme también alguna revista. Me miró muy sorprendida y dijo: No sabía que tuviera esos libros. Pero sí, el precio será el marcado. Intervino entonces una señora, clienta habitual a juzgar por su forma de comportarse: Yo tampoco sabía que tuvieras estos libros. ¿De dónde han salido?.

-Pues fíjate que ni yo misma me los he cogido para mí- contestó la dependienta, con cierta nota de lamento.
-Quizá haya más debajo de esta pila de libros-dije, pero la dependienta anduvo revolviendo en la caja y sólo aparecieron libros de vainica doble y de los uniformes de las guerras prusianas.

Me sentí un poco culpable de haber encontrado aquel tesoro que ambas mujeres tenían delante de sus narices sin saberlo (¡y por menos de 2 euros!) porque en realidad a mí sólo me interesaba el de Pilates. Libros de yoga ya tengo un par y ni siquiera me los he leído completos, pero al fin y al cabo Ramiro Calle es una autoridad en la materia y tal y Pascual. Y además yo no tengo la culpa de tener buena vista (ya sabemos que mi oído últimamente no ha estado muy fino, sino más bien orondo y esférico). Le dije a mi Pepito Grillo particular que yo lo había visto primero y extendí mi billete de 5 euros desafiante como si fuera la hoja de un cuchillo, intentando aprovechar el factor sorpresa como los buenos estrategas, temiendo que de no hacerlo la dueña decidiera interceptar el lote de libros para ella misma o para su clienta habitual.

El truco del billete funcionó: la dependienta me devolvió la vuelta y me marché de allí sintiéndome poco generosa y nada zen (la clienta había dicho que el yoga le vendría bien, que estaba bastante estresada; podía haberle regalado el libro de Ramiro Calle. Por otra parte no conozco a muchas personas estresadas que se dediquen a charlar tranquilamente con los brazos en jarras con sus kiosqueras, sin comprar nada y con el rostro relajado, un viernes en horario laboral), pero con mis libros bajo el brazo.

Una vez llegué al curro con mis tesoros pensé que acarrear los dos libros a casa sería mucho peso y que mejor los separaba y cogía uno. ¿Pero cuál? Al quitar el plástico que los envolvía y en el que venía la etiqueta con el precio vi un catálogo de la revista Mente Cuerpo, que es quien edita estos libros. Aparecía una serie de títulos sobre temas tipo masaje, reflexoterapia, y cosas así de próxima publicación y el formato era muy parecido al de mis libros, por lo que era probable que pertenecieran a esa colección. Y según aquella publicidad cada libro de nueva publicación se iba a vender a 5,95€.

Definitivamente todo era muy raro. ¿Serían mis libros saldos no vendidos en su momento y de ahí el buen precio? Comprobé que la fecha de la etiqueta con el código de barras y demás era actual. No entendía nada, pero en fin, tampoco soy la inspectora de precios del universo, así que me puse a decidir qué libro cogía. Ojeé el índice del volumen de Pilates, y el contenido me pareció bien estructurado, pero muy parecido al de otros libros que ya he leído. La mayor parte del libro de Ramiro Calle lo ocupaban los dibujitos de las posturas y en esta fase de mi vida no me apetece ponerme cabeza abajo (y menos con los oídos aún regularcillos), sino en todo caso conocer la filosofía en la que se basa el yoga y hacer algunos ejercicios de respiración y de eso el libro traía poco.

Así que, en realidad, ninguno de los dos libros me resultaba tan necesario como para volver a casa tan cargada. Podía muy bien esperar al lunes para tener conmigo cualquiera de los libros. Y de hecho, me dije, podía muy bien esperar eternamente sin ningún problema o incluso no leer nunca ninguno de los dos.

Cómo somos los humanos, especialmente los libroadictos. Eso sí, apuesto lo que queráis a que si le llevara el libro del yoga a la kioskera para que se lo dé a la clienta habitual, ésta tardaría cinco minutos en darse cuenta de que ese libro es muy complicado, con sus filosofías raras y sus nombres ilegibles y que para su estrés mejor se toma una tila o pide cita para un masaje.