La Elsinora de las dos velocidades

Un amigo concibió hace años un título estupendo para un cuento. Decía así: “Miles de extraños me empujan”. Y aunque mi sensación de las últimas semanas no es exactamente la de estar en medio de una liza multitudinaria, ni ser objeto de múltiples vectores de fuerza en sentidos contradictorios, sí experimento cierta extrañeza semejante a la de la frase.

En realidad sería más exacto decir que pocos o ningún extraño me empujan, vamos que casi que no me empuja nadie, ni yo misma… O que puede que me empujen o puede que no, porque según el principio de incertidumbre la observación de cualquier fenómeno modifica la naturaleza del fenómeno observado. O dicho en términos más cotidianos, estoy en la fase “déme un café, no me lo dé”.

Qué rara está Elsinora, pensaréis los lectores habituales. Pero si este es un blog gamberro, ¿a qué viene tanta filosofía?

Tortuga pensativa
Una tortuga pensando si debería meterse al agua, ahora que había cogido postura…

Digo yo que la climatología tendrá algo que ver: en la zona central de España llevamos unas cuatro semanas de días nublados en plena primavera (que me han hecho preguntarme cómo soporté yo el clima londinense dos años enteros; mi no entender), pero precisamente los últimos días han sido soleados (casi demasiado). Todo muy contradictorio y desconcertante.
Pero tranquilos, que el post este tendrá su punto humorístico, como debe ser en un blog de este tipo.

-Manos a la altura de los hombros, rodillas al suelo y luego las piernas como una flecha hacia atrás y juntas.

Estoy en clase de Pilates y la frase anterior la ha pronunciado nuestra eficiente y acelerada monitora. Lo que la profesora acelerada quiere de mí y de mi compañera de los grandes aros en las orejas que está un poco más allá es un típico push-up (un fondo; en inglés se dice empujar para arriba; muy gráfico y muy en la línea del título del cuento). A estas alturas de la vida sé en qué consiste eso y tengo más o menos la fuerza para hacerlo. Pero tengo un problema. Sé que es muy importante poner las manos justo debajo de los hombros, sé que tengo tendencia a no hacerlo y además me tomo muy en serio mis clases de Técnica Alexander que se basan en la máxima de parar antes de hacer (de hacer demasiado, básicamente, “overdo” como decía su creador) para corregir los malos hábitos.

Por si fuera poco, los libros de Pilates que he leído (soy así de rara, qué le vamos a hacer, tengo una pequeña biblioteca de libros de natación y Pilates; si me meto en algo, me meto en serio) insisten en que es muy importante la precisión de los movimientos, que sin control muchas posiciones son incluso perjudiciales y que de hecho originalmente el Pilates se llamaba contrología. Y por supuesto en la técnica Alexander el paso previo a cualquier “postura” es no hacer y observar y decirse a uno mismo las direcciones u órdenes (cuello libre etc etc).

Así que ahí estoy yo, en esta décima de segundo precisa, calculando si las manos están donde deben estar, pensando si el cuello está lo bastante libre, si el “core” (los músculos del centro) está activado para que las lumbares no trabajen y las piernas estén lo bastante fuertes para formar la flecha que la profe espiritada quiere de nosotras.

A mí me parece una décima de segundo, pero a la profe se ve que se le hace eterna porque me dice que no me lo piense, y me jalea para que me ponga a ello. La de los aros ya está en posición, en una bastante incorrecta, un push-up mutatis mutandis diríamos, los aros de las orejas se balancean un poco y como el core no está del todo activado es posible que las lumbares le duelan toda la semana o es posible que le duelan los brazos o los hombros por la misma razón.

-No te lo pienses. Adelante, Elsinora. Arriba.

Obedezco y resulta una serie bastante apañadita.
Cuando termina la clase la profesora me mira con incomprensión.

-Tu trabajo está bien -me dice-. Pero no te lo debes pensar. Si lo haces mal, descuida que ya te lo diré yo. Lo fundamental es que no te lo pienses y no te pares.

Todo lo contrario de lo que me dicen en mis clases de Técnica Alexander, que se basan en aprender a parar. Mi no entender at all.

Pero en fin, me siento un poco como un dibujo animado que fuera hacia adelante y hacia atrás y luego se para y se ve el típico bocata o globo de pensamiento y luego según se suceden las viñetas se empiezan a ver cosas como brrr !&puff y otros símbolos que no encuentro en mi teclado pero son muy habituales en los cómic.

Si es que no se pueden tener aficiones contradictorias: terminas preguntándote si quieres más a mamá o a papá o volviéndote tarumba con tus lealtades.

Ese rico aceite de oliva

Un pequeño paso para la humanidad y uno muy grande para la calidad de vida de Elsinora: el endocrino me ha reincorporado el aceite de oliva y el tomate y la piña y el melocotón. A un inglés supongo que le darí­a bastante igual lo del aceite de oliva y que lo terrible para él serí­a la prohibición de cerveza y tikka massala y el rebozado del fish and chips y las propias chips (la patata es un tubérculo maléfico incompatible con pieles delicadas como la mí­a, al parecer), pero en un paí­s como España no poder tomar nada con aceite de oliva ni con tomate es una verdadera faena, así­ que estoy encantada, aunque la reincorporación no es inmediata sino a partir del 15 de abril; se ve que a mi endocrino también le mola el “hoy no, mañana” de “La hora de José Mota”.

Sea como fuere el 15 de abril haré una fiesta con esos nuevos ingredientes, aunque no sé qué tal van a combinar… Y además el apartado de celebración lo tenemos un poco perjudicado mientras está vedada la harina de trigo y la levadura por aquello de las tartas y mientras no pueda tomar alcohol por aquello de los fermentos. Brindaremos con Trinaranjus, pues, y con esas ricas tostadas de centeno integral y con una magnífica ensalada de tomate bien aliñada con aceite de oliva, ummm…

Mensaje inquietante

Allí estaba ese mensaje inquietante dirigido a mí­, en medio de muchos otros más normales:

“You are in the right weight range for your height. You should just wait for breast development becasue some women don’t start to until the turn 18. But if you want to lose weight i would try doing crunches etc because that would reduce fat in concentrated areas compared to diest where you lose fat all over.”

Lo he reproducido tal cual, con erratas. Ahora traduzco:

(Querida Elsinora) Estás en el rango de peso correcto para tu altura. Deberías limitarte a esperar a que se desarrollen tus pechos porque algunas mujeres no empiezan [a desarrollarlos] hasta que cumplen los dieciocho. Pero si quieres perder peso (¿no habí­amos quedado en que estaba en el rango correcto?) yo intentarí­a empezar a hacer fondos y demás porque eso reducirí­a la grasa en determinadas áreas, en lugar de la pérdida de grasa general que se consigue con las dietas.

Dada mi edad y condición no sé cómo encajar estas revelaciones respecto a mi anatomía. Mi no entender at all. ¿Alguna sugerencia o propuesta de interpretación?

Si es verdad que eres lo que comes…

Si Elsinora tuviera Facebook y esto fuera mi ventana de “Estado” habrí­a escrito: Creativa y dispersa, de marejadilla a fuerte marejada. (Por cierto, a lo mejor me abro un perfil; me deprime la poca interactividad “visible” de este blog y quizá Facebook lo solucione; ¿alguna opinión a favor o en contra?).

Pero no iba a eso, en realidad (como decí­a, estoy dispersa; será la edad, mi nueva edad). Dice el proverbio que somos lo que comemos, de forma que como llevo unos días con dieta blanda por cortesía de mi estómago volcánico y tomando mis calditos sin grasa, mi puré y mis manzanillas templadas como las abuelitas fetén me pregunto cuánto tardaré en empezar a usar rebequitas de ganchillo, teñirme el pelo de azul y pasar las tardes en el bingo. De momento sólo he notado una cierta moderación en todo mi ser y como un cierto apagamiento (también atribuible al tiempo). Me tranquiliza comprobar que todavía ni el ganchillo ni el punto me llaman demasiado y además no tengo gafas para dejarlas en medio de la nariz y mirar a mis nietos por encima de ellas mientras coso, de hecho ni siquiera tengo nietos

Mejor dejo el inventario aquí­, que me deprimo pensando en todo lo que me falta para ser una abuela feliz e integrada.

En fin, por ahora no me atrae el programa de Ana Rosa, ni el de Las mañanas de La 1, pero quizá en cuanto pasen unas semanas de cena de jamón de york con puré de patatas me apetezca ver esos programas y note al mismo tiempo cómo aumenta mi tolerancia hacia los vendedores de La Atalaya y otras publicaciones semejantes. En todo caso tengo claro que en esa transformación “abuelosa”promovida por la dieta blanda tendría que conservar la comunicación por el hiperespacio: iría al centro de día con mi microportátil y departiría largamente en plan virtual con mis alegres comadres de C (¿verdad P. R. y V.?). Pero en fin esperemos que el omeprazol y la dieta blanda obren su milagro y pueda volver a comer con arreglo a mi edad pronto.

La vida social perjudica seriamente la salud

Por más que me esfuerzo en hacer memoria sobre lo que pedí­ en los múltiples sitios por los que paré en mi largo sábado de vida social por las calles de Madrid no recuerdo que en ningún momento pidiera un trago de lejí­a o de alcohol de quemar. Pero a juzgar por los resultados, cualquiera dirí­a que en lugar de tónica, zumos y de carne a la plancha cayeron varias rondas de disolvente con fabada y callos.

Ya no sé si es que definitivamente mi Pitonisa Lola de las intolerancias alimentarias erró el tiro por completo o si es que mi estómago es como la piel de la princesa del guisante del cuento.

La cosa es que el domingo después de un largo sábado de aperitivo más comida, más café (té en mi caso), más cena (con más té en lugar de postre) amanecí­ como si me hubiera tragado un cactus del desierto, y como si luego el cactus reseco se hubiera incendiado formando un gran volcán. En los momentos regulares me sentí­a hambrienta, llení­sima y como un globo y en los momentos peores el humillo del volcán o el vapor del chorrito de lejí­a devoraban primero mi estómago y luego el pecho y la garganta.
Diréis que soy una exagerada -y puede que lo sea en pro de la viveza del relato- pero la verdad es que albergar en el tórax un volcán no tiene nada de divertido y no se lo deseo a nadie (aunque hay varias personas que se lo merecen).
De momento, mi médico de cabecera ha traducido mi escenografí­a desértica de cactus incendiados y volcanes en una posible hernia de hiato y me ha indicado que me dé al omeprazol, que eleve las patas de la parte de arriba de la cama 7 cm y que siga comiendo como una abuelita (es decir, evitar lo que irrita el estómago: cí­tricos, picantes, tomate, café, menta, bebidas con gas, alcohol, fritos, salsas, grasa) y que si no mejoro completamente vuelva en una semana para hacerme pruebas (imagino que con el equipo del National Geographic, dada la composición de mi tórax).

Así­ que, en fin, me alejaré por unos dí­as de los chupitos de lejí­a y dormiré en plano inclinado a ver si mejoro. Pero seguro que con una dieta a base de manzanilla y puré de patata con jamón de york mi vida social se va a resentir de lo lindo, ya imagino la escena:

-¿Qué va a ser?
-Cuatro cañas y una ración de calamares para mis amigos y para mí­ una manzanilla y una tapita de arroz blanco.

Panorama criminalí­stico donde los haya, pero en fin.