Una casa con tu nombre

En este momento, en el lugar preciso en que usted se encuentra, hay una casa que lleva su nombre. Usted es su único propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las llaves. Por eso permanece fuera y no conoce más que la fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus recuerdos más enterrados, más rechazados, es su cuerpo.

Thérèse Bertherat, Las razones del cuerpo; pg 11. Paidós;  Barcelona.

La francesa Thérèse Bertherat creó la antigimnasia en París hacia 1976. Este libro cuenta la génesis de este enfoque cuerpo-mente, con una prosa precisa, muy expresiva y con fuste narrativo (aunque el libro es un ensayo).

El mapache investiga (pa’bernos matao)

Movida por ciertas molestias digestivas recurrentes y por una extraña reacción alérgica cuando estaba en París (me convertí en un mapache de repente) me decidí por fin a hacerme una prueba de intolerancias alimentarias.

Había analizado diversas posibilidades y la opción mejor no era muy clara: costaba cara, te extraían sangre y tardaban una semana en darte los resultados. La segunda mejor opción tenía muchas ventajas: mucho más barata, no te pinchaban y te daban los resultados a los diez minutos (y te hacían la prueba al lado de casa), pero tenía un considerable problema de credibilidad.

Mapache investigando

El sistema era demasiado esotérico hasta para mí (y eso que ya tengo bastante experiencia en extraños  fenómenos cuerpo-mente). Esotérico o no, de repente un día me vi pidiendo cita en el herbolario sede de la segunda mejor opción y otro día, concretamente  el día post fiesta de navidades de mi empresa me vi sentada a la mesa de la Pitonisa Lola y conectada a un aparato de biomagnetismo de fabricación italiana que emitía una pequeña pulsación sobre mi índice derecho que se colaba en el meridiano del intestino, pulsación que luego atravesaba el resto del cuerpo y salía por la otra mano, que agarraba un ancho cilindro metálico para hacer masa.

Amperímetro

El aparatejo, conectado por USB al portátil de la Pitonisa Lola versión dueña de herbolario de Chamberí, empezó a dar pequeños pitidos, con un sonido que recordaba al aviso de que has recibido un email, con la diferencia de que en lugar de recibir un email habías recibido un diagnóstico. Y así hasta 190 o más.

El razonamiento subyacente es que se asocia cada producto con un tipo de impulso y según el tiempo que tarde cada uno en atravesar tus tejidos se determina una intolerancia mayor o menor. La cosa es que, sorpresa sorpresa, después de una noche a base de cervezas y pinchos (había barra libre en la fiesta de empresa) y pocas horas de sueño y un par de cafés con leche para espabilarme, me salió una intolerancia alta al alcohol, la levadura de cerveza, el café y la leche.

La lista del top ten no se quedaba ahí. A finales de diciembre había unos invitados especiales en la parte alta de la lista: el chocolate, la almendra, las avellanas, el marisco, el azúcar blanco… y bueno también la pera, que en fin, me daba un poco igual, porque ¿a quién le preocuparía no poder tomar pera en Navidad cuando no puede tomar ni turrón, ni polvorones, ni bombones, ni roscón… ni vino?

Había más sospechosos habituales: no estaban en la lista de los más buscados, pero también tenían su punto de intolerancia: patatas, tomate, melocotón y uvas. Y por supuesto la intolerancia a los lácteos dejaba fuera de juego un montón de delicias de distintos tamaños y texturas.

¿Qué iba a ser de mí sin dulces navideños, sin cava ni marisco en Nochebuena, sin uvas el 31, ni Roscón el día de Reyes? ¿Soportaría nuestra heroína semejante prueba? Por si fuera poco, tampoco podía refugiarme en la supuesta comida sana: el atún, el salmón, la lechuga eran considerados “caca” según el cacharrito de la pitonisa.

La buena noticia -había una buena noticia- era que podía tomar todo tipo de carne: vaca, cerdo, pollo, cordero, y embutidos (siempre que no tuvieran leche), huevos y todo tipo de cereales, conservantes y colorantes (?) y mis frutas favoritas, además de té, miel, sacarina y azúcar moreno (hasta podía comer acrílico, lana y algodón y algo llamado “candiflor”, según el informe de Lola). Así que podía ponerme hasta arriba de filetones y de embutidos… y de macedonias. Empecé a pensar que quizá la Pitonisa Lola supiera lo que se hacía…

Esa sensación duró hasta el primer desayuno con el nuevo régimen: sin café, sin leche y sin poder tomar pan (por la levadura), ni bollos…

Los demasiados libros o cuidado con lo que deseas

Al pasar junto a un kiosco de prensa del metro mis ojos de ratoncillo libroadicto interesado (últimamente) por el fitness detectaron la palabra Pilates en la portada de un libro. Me acerqué para ver de qué se trataba y descubrí que era un pack de dos libros por 1,95 euros. Uno era de Pilates y lo firmaba Mari Wilson (una tipa muy conocida en el mundillo) y el otro, de Yoga, concretamente “El gran libro de yoga” lo firmaba Ramiro Calle (una autoridad en su campo). Interesante y baratísimo.

Así que ni corta ni perezosa le pregunté a la kiosquera si el precio era el marcado, pensando que podía ser un error o que quizá tuviera que comprarme también alguna revista. Me miró muy sorprendida y dijo: No sabía que tuviera esos libros. Pero sí, el precio será el marcado. Intervino entonces una señora, clienta habitual a juzgar por su forma de comportarse: Yo tampoco sabía que tuvieras estos libros. ¿De dónde han salido?.

-Pues fíjate que ni yo misma me los he cogido para mí- contestó la dependienta, con cierta nota de lamento.
-Quizá haya más debajo de esta pila de libros-dije, pero la dependienta anduvo revolviendo en la caja y sólo aparecieron libros de vainica doble y de los uniformes de las guerras prusianas.

Me sentí un poco culpable de haber encontrado aquel tesoro que ambas mujeres tenían delante de sus narices sin saberlo (¡y por menos de 2 euros!) porque en realidad a mí sólo me interesaba el de Pilates. Libros de yoga ya tengo un par y ni siquiera me los he leído completos, pero al fin y al cabo Ramiro Calle es una autoridad en la materia y tal y Pascual. Y además yo no tengo la culpa de tener buena vista (ya sabemos que mi oído últimamente no ha estado muy fino, sino más bien orondo y esférico). Le dije a mi Pepito Grillo particular que yo lo había visto primero y extendí mi billete de 5 euros desafiante como si fuera la hoja de un cuchillo, intentando aprovechar el factor sorpresa como los buenos estrategas, temiendo que de no hacerlo la dueña decidiera interceptar el lote de libros para ella misma o para su clienta habitual.

El truco del billete funcionó: la dependienta me devolvió la vuelta y me marché de allí sintiéndome poco generosa y nada zen (la clienta había dicho que el yoga le vendría bien, que estaba bastante estresada; podía haberle regalado el libro de Ramiro Calle. Por otra parte no conozco a muchas personas estresadas que se dediquen a charlar tranquilamente con los brazos en jarras con sus kiosqueras, sin comprar nada y con el rostro relajado, un viernes en horario laboral), pero con mis libros bajo el brazo.

Una vez llegué al curro con mis tesoros pensé que acarrear los dos libros a casa sería mucho peso y que mejor los separaba y cogía uno. ¿Pero cuál? Al quitar el plástico que los envolvía y en el que venía la etiqueta con el precio vi un catálogo de la revista Mente Cuerpo, que es quien edita estos libros. Aparecía una serie de títulos sobre temas tipo masaje, reflexoterapia, y cosas así de próxima publicación y el formato era muy parecido al de mis libros, por lo que era probable que pertenecieran a esa colección. Y según aquella publicidad cada libro de nueva publicación se iba a vender a 5,95€.

Definitivamente todo era muy raro. ¿Serían mis libros saldos no vendidos en su momento y de ahí el buen precio? Comprobé que la fecha de la etiqueta con el código de barras y demás era actual. No entendía nada, pero en fin, tampoco soy la inspectora de precios del universo, así que me puse a decidir qué libro cogía. Ojeé el índice del volumen de Pilates, y el contenido me pareció bien estructurado, pero muy parecido al de otros libros que ya he leído. La mayor parte del libro de Ramiro Calle lo ocupaban los dibujitos de las posturas y en esta fase de mi vida no me apetece ponerme cabeza abajo (y menos con los oídos aún regularcillos), sino en todo caso conocer la filosofía en la que se basa el yoga y hacer algunos ejercicios de respiración y de eso el libro traía poco.

Así que, en realidad, ninguno de los dos libros me resultaba tan necesario como para volver a casa tan cargada. Podía muy bien esperar al lunes para tener conmigo cualquiera de los libros. Y de hecho, me dije, podía muy bien esperar eternamente sin ningún problema o incluso no leer nunca ninguno de los dos.

Cómo somos los humanos, especialmente los libroadictos. Eso sí, apuesto lo que queráis a que si le llevara el libro del yoga a la kioskera para que se lo dé a la clienta habitual, ésta tardaría cinco minutos en darse cuenta de que ese libro es muy complicado, con sus filosofías raras y sus nombres ilegibles y que para su estrés mejor se toma una tila o pide cita para un masaje.

Cambio de planes

La Vera y mi semana de chikung tendrán que esperar. Resulta que este año no ha habido quórum suficiente para el taller de Chikung en la Vera extremeña al que quería ir, así­ que esas cosas tan bonitas de aprender a separar el cielo de la tierra contra un fondo de montaña verde cubierta de frutales se quedan en compás de espera hasta mejor ocasión. Coincidiréis conmigo en que aprender a hacer esas lindezas en las condiciones descritas no es comparable a hacerlas con un libro en la mano y en el Retiro (o en el parque de El Canal, el polémico complejo con campo de golf que montó la Esperancita en Avda de Filipinas, y al que le he cogido el gusto últimamente; al parque, no al golf) y con el bolso bien agarrado para que no te lo mangue el primer chorizo sudoroso que pase… Aunque creo que la zona a la que iba a ir está cerca de Las Hurdes quemadas, así que no sé realmente qué lugar es menos infernal hoy por hoy.

Mujer ancha de caderas haciendo meditación
Couleur – Pixabay

Pero en fin, como estoy en plan filosófico he encajado este revés del destino (o de la crisis económica; me comentaba el organizador del taller que los grupos hasta este año siempre se han llenado) con espí­ritu deportivo y después de patearme la Red en busca de alternativas parecidas a mi curso y tras haber encontrado cosas tipo “Yoga y bricolaje en el Pirineo”, o “Taichí­, milagros y tuttifruti de disciplinas cuerpo-mente en el Ampurdán” y además en fechas que no me terminaban de cuadrar, he decidido que puedo pasar un verano más sin conocer la tabla de los cinco animales y que una semanita de cultura por Europa no me vendrí­a mal. No concreto más por ahora, no vaya a ser que el destino se interponga de nuevo.

Y eso es todo por el momento. Me quedo con ganas de comentar sobre el equipo de natación sincronizada “abonado” a la plata, sobre nuestro velocista cordobés de mariposa que estaba destinado a fulminar los cronos y quedó tercero y sobre los nuevos bañadores de poliuretano, pero la verdad es que lo que se me ocurren son comentarios inconexos de aficionado “enteradillo”, tipo mesa de tertulianos de la tele, y para eso ya está la tele…