What You See Is What You Get (Or Is It?)

Lo que ves es lo que hay… o quizá no.

Últimamente ando inmersa en mis lecturas y experiencias relacionadas con la anatomía y la percepción, porque esos temas me interesan y porque por fin estoy yendo a clases de Técnica Alexander. Ayer, tras tener la segunda sesión práctica, que consistió básicamente en observar durante 30 minutos cómo estoy de pie y cómo me siento sin juzgar ni intervenir, bajo la supervisión de la profesora y bajo las ligerísimas modificaciones de la postura que ésta me iba haciendo aplicar simplemente con las yemas de los dedos, al pisar la calle y volver a moverme, correcta o incorrectamente, pero sola, como una escultura exenta a merced de los vientos en medio de Plaza Castilla con sus Torres KIO y su extraño obelisco de Calatrava in progress (ahora es como una cosa horrible con escaleras) y las diversas torres de reciente construcción de esa zona (más info y fotos aquí), decidí comprar el último número de Esquire (Man At His Best) versión española, que he descubierto hace poco.

La cosa es que como todo está conectado, al abrirla me topé con unas fotos-radiografía de un esqueletillo sentado en una silla con su portátil en el regazo en plan “no escondas tus bones” que tenía un aire muy familiar a las fotos de seres humanos vestidos y con carne de los libros de Técnica Alexander que había estado leyendo.

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(Nick Veasey; reproducida en Esquire, Junio 2009, p. 16)

La revista incluía otra foto que mostraba un edificio en plan 13 Rue del Percebe, en versión algo más civilizada, con una pareja de esqueletillos desayunando mientras leen la prensa del día, dos individuos de puro hueso que chocan las manos descarnadas para cerrar un trato en el tercero, otro huesitos agachado poniéndole papel a la fotocopiadora en el bajo, un ascensor que funciona y todo y nadie ha querido alquilar como habitación o al que nadie le ha cortado las cuerdas como hubiera ocurrido en el tebeo español.

13 Rue del Percebe con esqueletos

(Nick Veasey; Esquire, Junio 2009; p. 93; reproducido aquí en virtud del derecho de cita)

Como ves, faltaban el moroso de la azotea, la loca de los animales, y el habitante de la alcantarilla, pero supongo que el autor de las fotografías, un tal Veasey, tampoco quería que le acusaran de plagio 🙂

Nick Veasey es un artista gráfico y publicista inglés, con premios y exposiciones a sus espaldas, al que no conocía (a lo mejor debería ver menos la tele… léase carapantalla) y al que a partir de ahora pienso seguir de cerca. En su página web se puede ver parte de sus trabajos pinchando en la parte de Work. Enjoy!

Y en fin, creo que la revista Esquire ha elegido bien su lema, al menos para este número que incluye el trabajo de Veasy, que reza “Man at His Best”, algo así como “el hombre en su mejor faceta”, “la mejor vertiente del hombre” o algo parecido.

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El rincón del inglés de Elsie

La expresión What you see is what you get (o wysiwyg en versión abreviada) se refiere esencialmente a que la diferencia entre la imagen de algo y ese algo es mínima (o, para los amantes de la precisión y la ontología, que las apariencias de algo presentan pocas diferencias apreciables). Se popularizó en los ochenta aplicado a los ordenadores con el significado de que lo que aparecía en pantalla era lo mismo que se vería en la página impresa, pero previamente se había utilizado en la prensa estadounidense de los 60 para referirse a un tipo de publicidad directa y honesta que no prometía imposibles. También se utiliza para decirle a tu pareja que no piensas cambiar, que “esto es lo que hay”, “me tomas o me dejas”. La explicación detallada, en inglés, aquí.
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Nota sobre ergonomía o fisiología del movimiento. Si F. M. Alexander (un hombre muy radiofónico 🙂 levantara la cabeza y mirara la imagen del hombre sentado con el laptop sobre el lap diría que el cuerpo tiene una cierta gracia en general pero que comete dos errores imperdonables: cruza las piernas (la izquierda sobre la derecha) y pone el portátil demasiado abajo, forzando la cabeza y el cuello a adoptar una postura incómoda. Es posible que señalara otras cosas imperdonables que ahora mismo, a la altura de mi segunda clase práctica, no soy capaz de detectar.

Y bueno, respecto a los personajes de la 13 Rue del Percebe en versión inglesa, cualquiera que lleve una madre dentro se apresuraría a recomendarles que se pongan algo encima, que van a coger frío y que vale que el nudismo esté bien visto en la esfera íntima, eso de sentirse más libre y que la piel respire bien y tal (¿aunque dónde está la piel, por cierto?) pero anda que ir por la oficina en bolas y cerrando acuerdos con clientes también en bolas

Con birrete y a lo loco (parte III)

En la sala siguiente la sensación de formalidad era mayor. Habí­a unos tres o cuatro empleados, cada uno junto a un pupitre. Por lo que pude observar mientras esperaba la cola, el procedimiento una vez era tu turno consistí­a en ponerte en manos del empleado y dejarte hacer. El rasgo que poní­a el toque británico y cómico al mismo tiempo era que tú te tení­as que dejar hacer pero los operarios como ingleses que son no se sienten autorizados a tocarte salvo necesidad perentoria. Cuando me tocó -el turno, que no el empleado-, me quité la cazadora, dejé la bolsa con los zapatos, el maquillaje y el pack de la graduación en el suelo y el traje sobre el pupitre y me quedé muy erguida esperando acontecimientos.

La situación me recordó a cuando de pequeña iba a la modista y me tomaba medidas para algún uniforme, o para el traje de la comunión. No soy una persona especialmente dada al contacto fí­sico, pero como española y como habitual de los fisioterapeutas no es una cosa que me suela preocupar.

El tipo de la sastrerí­a académica más antigua del reino me ofreció las mangas en un gesto que me recordó a las peluquerí­as y me indicó que sacara las manos por la abertura que habí­a a media altura, después cogió lo que nosotros llamamos beca y la colocó en la parte alta de mis hombros y me dio el extremo, que tení­a una especie de ojal y me indicó que lo abrochara en el segundo botón de mi camisa, como si yo le fuera a denunciar por acoso si lo hací­a él. Conseguí­ ajustarlo a la segunda.

Faltaba sólo el gorro. Le extendí­ el papel con la medida, buscó uno, lo trajo, decidió que no era mi talla y cogió otro, que a mí­ me parecí­a pequeño, se lo dije, pero me respondió que no. Los gorros estos tienen su técnica: tienes que levantarlo sobre tu cabeza y cuando puedas leer lo que hay escrito en su interior te lo encajas en la cabeza, de esa manera te quedará uno de los picos en la mitad de la frente y el resto, lógicamente, a noventa grados de éste. Llegados a este punto ya sólo queda colocar el pompón -o como quiera que se llame ese penacho de hilos sedosos- a la izquierda.

Con este aspecto, y una bolsa en una mano y la cazadora y mis botas de goretex en los pies me dirigí­ al cuarto de baño para cambiarme los zapatos, retocarme el maquillaje y peinarme. La sensación con la toga era buena: para alguien de mi tamaño el traje resultaba favorecedor ya que daba sensación de altura y disimulaba un poco ciertas redondeces. Bajo aquellas ropas amplias, la gente bajita terminaba pareciendo más baja mientras que la delgada perdí­a parte de su ventaja comparativa. El baño estaba verdaderamente crowded. Habí­a alumnas que se saludaban con entusiasmo, real o fingido, con sus “cuánto tiempo, muá, muá, felicidades, felicidades”, gente que se peinaba y maquillaba, madres de alumnos, ilusionadas pero algo fuera de lugar.

Esperé mi turno con paciencia, a la inglesa, y me metí­ en un baño. Maniobrar con aquella ropa y tanto trasto en el cubí­culo pequeño y no muy limpio tení­a su complicación. Finalmente me puse las medias cortas y los zapatos de tacón y conseguí­ hacer pis en plan preventivo sin mayores problemas. Una vez fuera vi que el maquillaje resistí­a bien pero que el pelo no terminaba de estar bien bajo el birrete. Me lo mojé y me lo peiné y volví­ a encajar el gorro siguiendo las instrucciones del sastre, borla incluí­da.

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Las opciones de Hillary R. Clinton

Hace unos meses un periódico español publicó esta foto de agencia de Hillary Clinton.

A pesar del gesto de la mano, no parece que la cosa haya pintado bien para ella en ningún momento. En opinión de muchos comentaristas, la prensa no terminaba de apoyar a la mujer de Bill Clinton, ya que no despertaba demasiadas simpatí­as entre ellos. Eso explica, entre otras cosas, que una foto tan poco favorecedora como ésta (esa papada inmensa) pasara los filtros y se publicara.

© 2015-2005; Elsinora Bonasera.
Puede usar este artí­culo para actividades sin ánimo de lucro, siempre que cite la procedencia y se incluya link al lugar de origen.

Donde está Wallysinora

Veo que la foto no ha suscitado demasiada intriga (salvo la honrosa excepción de Ignacio; thanks a lot) y entiendo por qué. A mí me llamó la atención por una razón concreta, que aún no pienso desvelar, pero que tiene mucho que ver con mis referentes visuales (memoria visual) recientes.

Aquí­ va una pista, que puede ser al mismo tiempo una (des)pista.

Véanse los parecidos entre una y otra foto.

Imagen de uno de los invernaderos de Kew Gardens, en Londres.

Foto de un lugar por determinar. Y sí­, como señala Ignacio tiene ladrillo y eso puede ser una pista, pero te recuerdo que en La Pérfida muchas construcciones de este tipo son de ladrillo.

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